GUILTY PLEASURES: Las que se creen serias pero no
Bienvenidos a la oda a los placeres culpables. En los últimos años hemos sido bendecidos con numerosas y magníficas producciones de televisión, y la calidad de las series está llegando a límites insospechados. En estos tiempos en los que el postureo abunda y las “series menos serias” son miradas por encima del hombro, es más necesario que nunca reivindicar la grandeza de las series chorra. Porque, al fin y al cabo, son estas series las que nos hacen llorar, reír (con o de ellas), o sentir tanta vergüenza ajena que no puedes hacer otra cosa que abrazar todo su potencial.
Por esta y muchas más razones, en El Palomitrón hemos decidido alabar a esas series que tanto cariño nos despiertan, aunque sea por disfrutar malvadamente de lo mamarrachas que son, y hacer una recopilación de éstas dentro de sus subgéneros chorra (que sí, nos acabamos de inventar).
Tras la primera entrega sobre Culebrones Musicales, llegan las series que se toman demasiado en serio a sí mismas, que intentan fingir que lo tienen todo controlado y pensado pero que no engañan a nadie (y bien que nos gusta lo absurdas que son, no lo neguemos tampoco). Seguro que se os ocurren unas cuantas (ejem SHONDA ejem), pero os dejamos con los dos buques insignia del subgénero para vuestro maléfico disfrute:
¡Spoiler Alert! Si no sigues estas series al ritmo americano puede que te encuentres con algún que otro detalle sospechoso.
SCANDAL
Comenzamos el subgénero con SCANDAL, la madre de todas las locuras. Es difícil dictaminar que la serie de la Casa Blanca sea un guilty pleasure, ya que se da muchos aires a sí misma, pero cuando semana a semana es la serie que más nos hace saltar del sofá y gritarle a la televisión, estamos ante un claro caso de hate/love-watching.
Ahora encima con la vuelta del parón ha conseguido ir aún más allá, y nos trae una maravillosa trama de claustrofobia psicológica en la que (por fin) Olivia (KERRY WASHINGTON) tiene que salvarse a sí misma. Y mientras tanto en el mundo real toda su people moverá cielo y tierra (o dará latigazos, cada uno con lo suyo) para salvar a su gladiadora mayor.
SCANDAL (que la todopoderosa Olivia me perdone) es una serie relativamente coral. Todo gira en torno al ombligo de Liv, pero a pesar de ello sus personajes están muy bien construidos y tienen unas tramas definidas que nada tienen que envidiar a las de la Pope. La personalidad de Fitzgerald Grant (TONY GOLDWYN) se puede apreciar sólo observando su perfeccionada cara de cachorrito; la fuerza y el ingenio de Abby (DARBY STANCHFIELD) hacen gala en todas sus apariciones; la seguridad y paciencia de Jake (SCOTT FOLEY) siempre nos inundan la pantalla (por favor #TeamJake ya de ya, que Fitz es un bebé como ellos bien dicen); y Mellie, ay Mellie (BELLAMY YOUNG), la Primera Dama es la más genial de todos y encima nadie la quiere, cuando es a la que más deberían escuchar y la que más ha sacrificado por la dichosa Casa Blanca.
¿Por qué es tan chorra?
Una señora de andares raros maneja a medio gobierno de Estados Unidos. Si eso no es lo más mamarracho que te puedes encontrar, no sé qué es.
¿Que el Presidente de Estados Unidos (Líder del Mundo Libre y Hombre Más Poderoso del Planeta, ya sabéis) moviliza a todo el Servicio Secreto y la Seguridad Nacional para poder discutir con su novia tan ricamente? ¡Pues lo haace! ¡Porque puede! Y a nosotros nos parece la mar de bien.
La ‘gente muerta que no está muerta’ debería ser como una de las reglas no escritas de este subgénero, así que en Shondaland no podían faltar. Esto de timar al espectador parece estar de moda. Señores: si alguien en una serie dice mi hermano desapareció en un incendio o mi madre murió cuando yo era joven, así se suponga que se los comieron las pirañas, NO OS FIÉIS, que ya volverán, ya. Y esto sin contar la cantidad de «gladiadores» que van perdiendo por el camino así, rápido y fácil.
Y es que en esta «obsesión de América» las locuras son el pan de cada día, y son sus tramas imposibles las que nos dan la vida y nos hacen disfrutar de lo chorras que pueden llegar a ser. Que el departamento más secreto de Inteligencia Estadounidense prácticamente se pueda destruir dándole a un botoncito desde tu oficina-zulo es como para que se nos abran más los ojos que a LUCY HALE. Pero no señores, porque si sabéis verla como la genialidad que es, SCANDAL puede daros unos momentos oyoyoy impagables. Pero si intentáis encontrarle sentido a la tercera vuelta de tuerca del episodio puede que os ganéis una úlcera.
¿Por qué la queremos?
SHONDA sabe que nos volvemos locos con sus secretos y mentiras, con las manipulaciones y las relaciones prohibidas. Y en SCANDAL tiene vía libre para darnos todo lo que necesitamos, porque nos conoce mejor que nadie.
El ritmo acelerado con el que se mueve la serie le ha creado fama, y no es para menos; cuando a alguno de los protagonistas (destacando a la familia Pope y sus bocas hipnotizantes) le da por soltar un discurso/monólogo hasta a nosotros nos cuesta respirar. Ya sea motivacional, enfadado, amenazante o todo junto, ya estamos convencidos. ¡Nosotros también somos gladiators y no bitch babies!
Los giros de guión vertiginosos son marca de la casa, y SCANDAL se convierte en un debacle de sorpresas y de jugar a ver quién tiene más poder (si hay una opción que tenga a Liv y al Presi en el mismo bando tenemos el voto asegurado, pero si se enfrentan… yo apuesto por la Pope y su hiperbólico «sombrero blanco»).
Los personajes son super-people con una inteligencia y un nivel de utilidad elevados al infinito (menos si eres Quinn Perkins claro, a no ser que estuviera con Charlie. Cómo molaba Charlie. ¡Que le den más minutos a Charlie!) y la mayoría se ve envuelto en más de una situación en la que parecen tener dos caras. La serie tiene un grado de conspiración de ni TODOS LOS HOMBRES DEL PRESIDENTE. Y cuando de repente todo se da la vuelta y cobra sentido hasta por qué un personaje bebía agua, o la trama nos deleita con un nuevo traidor sobre el tablero, no podemos hacer otra cosa que venerar a SCANDAL por la locura que es. Por ser nuestra locura.
REVENGE
Hace ya tiempo que REVENGE dejó de ser LA serie por la que dábamos palmas con las orejas con cada capítulo. Allá por el final de la tercera temporada con ESE cliffhanger que cambiaría el tono de la serie para siempre (¡que nos devuelvan al que se llevaron y les damos a la mitad del cast!) nos desencantamos con ella y ya nada ha sido igual.
No obstante el espíritu de la serie de MIKE KELLEY está ahí latente en algún sitio (se fue con él y, por un tiempo, volvió con él) y aún seguimos esperando con más paciencia que un santo alguno de esos momentos de genialidad.
Todos sabemos que lo mejor que le puede pasar a REVENGE es terminar con esta temporada y acabar con su sufrimiento y con el nuestro. O, puestos a hacer locuras, debería abrazar su mamarrachismo y dedicarse a él por entero. Cosas como la trama de Louise ha resultado ser uno de los puntos más interesantes, lo creyéramos o no, con sus alucinaciones y sus voluntos de loca, así que si se animaran a dejar de tomarse en serio y hacer las tonterías que hacen pero sin intentar cubrirlas a lo mejor seríamos hasta más felices.
La serie y sus fans nos encontramos en un punto de desesperación que va a ser difícil de capear, y más cuando los responsables se empeñan en decir que a la ficción le queda mecha para rato, que lo único que consigue es que nos echemos a temblar sólo de pensar en qué más pueden destrozar o en un más que posible incremento de minutos en pantalla de Margaux (KARINE VANASSE) que ahora se cree justiciera y nos reímos en su cara. Y sentimos decirlo, pero gran parte de culpa de esto la tiene el dichoso David Clarke (JAMES TUPPER). Su ‘vuelta’ a la serie (¿veis? ya tenemos otro check para ‘gente no muerta’) no podía ser más innecesaria, pero si encima hubiéramos sabido que iban a llevarla así de FATAL, lo mismo más de uno se hubiera bajado del barco antes de que se hundiera o saltara un tiburón.
¿Por qué es tan chorra?
¿Por dónde empezar? Planes que no tienen sentido (ejemplo práctico: «oh, voy a ver si enveneno a Victoria esta noche que me aburro, si no cuela pues ya si eso mañana me hago el loco porque total, ¿quién me va a pedir explicaciones?), tramas que se les olvidan, bebés intermitentes, suicidas reincidentes, y, sobre todo, personajes tan random como irritantes.
El por qué se siguen empeñando en que Jack (NICK WECHSLER) sea el OTP de Emily cuando no le llega ni a los talones (literal y metafóricamente) es algo que se me escapa, y a ellos parece que también, y si no no se pasarían la vida librándose (literalmente) de la competencia (¡¡Daniel te queremos!!). Y luego hay personajes como Margaux o el churri de Melinda Gordon del cual no nos sabemos ni el nombre (vale, BRIAN HALLISAY, aka Ben Hunter, ¿a que ni os suena?) con los que nos cuestionamos el sentido de la vida, o más bien qué hacen ellos en la vida, así en general.
Ahora bien, tienen personajes tan útiles (y bonicos) como Nolan y lo tienen de florero en la mitad de los episodios. Vamos a ver, Emily de mi vida, ¡que sin la ayuda de Nolan no habrías pasado ni del porche con el infinito que nadie parece conectar! Que esa es otra, que nadie reconozca a la muchacha super relacionada con «Amanda» y a la historia de David Clarke, y que vive en la casa de los Clarke, a la que Sammy perseguía, ¡y que tiene un tatuaje de un infinito!, y así podríamos seguir un día entero enumerando pistas, es una cuestión que daría para una sesión de Cuarto Milenio de la mano de por qué Oliver Queen está tan protegidísimo por una capucha y una voz intensa. Pero a nosotros se nos escapa y es mejor dejarlo pasar por nuestra propia salud mental. Pero ojo, que si luego Jack decide que se va a sacar el carnet de policía que reparten en la tómbola de las series y se va a pensar que es útil, ¡claro, contemos con él para que joda planes! ¡Porque contar con Nolan sería demasiado fácil!
Y más de lo mismo nos hicieron con el pobrecito y adorable de Daniel (JOSH BOWMAN), que era tan cuqui con Emily que se vieron obligados a destrozarlo a base de bien para que nos cayera mal y así tapar esa química apabullante que tienen. Lo cual fue un intento fallido que acabó resultando en «pues dejemos de ponerlos juntos en pantalla a ver si se les olvida» y en una relación absurda tras otra con la pastelera random o la franchute que mejor no recordar. Pero ni por esas lo consiguieron; luego nos los ponen juntos dos minutos en un ascensor y en una sola conversación revolucionan al personal. Y ya está, eso fue todo, porque saben llevar así de bien las cosas. Y con el corazón roto dijimos adiós Daniel, y saluda a Aiden («¿Quién?» -diría Emanda) de nuestra parte.
Pero ya el acabóse del culebrón de los Hampstons vino cuando Emily (EMILY VANCAMP) perdió su esencia. Una Emanda a la que pueden coger por sorpresa, se deja llevar por las emociones o comete errores, parece una caricatura de lo que un día fue. Y tres cuartos de lo mismo ocurre con Victoria (MADELEINE STOWE) que ya no sabe ni qué hacer con su vida. Aquellas luchas internas de arpías entre las dos divas han quedado muy atrás (y se las echa de menos, mucho). A ver si GINA TORRES las espabila un poco y devuelve la vidilla a los Hamptons en forma de palabras enmascaradas y sonrisas fulminantes.
Y es que haber destrozado su propia premisa y el rumbo con un tedio digno de aquellos horribles capítulos de la segunda temporada que todos (incluido el creador por aquel entonces ausente) hemos decidido borrar de nuestras mentes es algo difícil de ignorar. Llegados a este punto es inevitable querer abofetear a David hasta espabilarlo (o hasta que TUPPER aprenda a actuar), o rogar que vuelva Conrad y le haga dispersarse en algún ventilador cercano y que todos lloremos de emoción. Incluida Emily, seguro, porque la muchacha últimamente está que no está…
¿Por qué la queremos?
Pues porque somos unos nostálgicos. O porque veneramos el mamarrachismo. O ambas opciones son correctas.
Pero hay dos palabras por encima de todas: VICTORIA. GRAYSON. La Reina de los Hamptons ha demostrado una astucia, frialdad y mala leche dignas de ser una de las mejores divas de la televisión. Cuando tenía que despachar a toda la socialité de los Hamptons desde su majestuoso sillón sin que se le moviera un pelo (ni un párpado) el espectador no cabía en sí de gozo. Sus duelos con Emily cuando todo estaba lleno de dobles sentidos y falsas sonrisas eran dignos de ver y alabar.
Las locuras del principio nos enamoraron y por eso seguimos aquí. La venganza de Emily, rotulador rojo en mano, nos tenía enganchados capítulo a capítulo mientras planeaba destrozar las vidas de todos los ocupantes de la RevengeBox. Cuando Emily era una fuerza arrolladora y su poker face daba miedo, y veíamos todo el juego con Daniel agarrados al borde del sillón sufriendo por su inocencia, eso era REVENGE. El poder de los Grayson, ya estuvieran trabajando juntos o despedazándose mutuamente, no tenía parangón. Y no había companys, undertakings ni initiatives (o como quiera que se llamase aquella empresa malvada ignorable) en el mundo que les hiciera sombra a la frialdad de Victoria y la astucia malvada de Conrad (HENRY CZERNY). Incluso esos nanosegundos en los que Ems apreciaba la amistad de Nolan los atesorábamos aplaudiendo de felicidad.
Sin embargo, por más que ahora nos duela, nosotros seguiremos al pie del cañón, y disfrutando como buenamente podamos con las tramas que están por venir (miedito nos da la próxima promo…) o con un buen hate-watching. Hasta que la serie se dé cuenta por fin de que su oportunidad de una salida grácil se perdió hace mucho tiempo y que ya nada tiene sentido y nos da igual. Que si Emanda ya no es Emanda y hasta los malos pierden el rumbo, que si un REVENGE en el que Emily y Victoria son aliadas ya ni nos sorprende, apaga y vámonos.
Y hasta aquí nuestro análisis de las grandes mamarrachadas que se toman demasiado en serio. Aunque hayamos elegido las más representativas, seguro que vosotros tenéis otras muchas para elegir, así que os invitamos a incluirlas en este nuevo subgénero para que todos comentemos en amor y compaña.
Eres la ídola. Menos mal que los Hate-watching.