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CRÍTICA: EL VIENTRE DEL MAR

ANTECEDENTES

Adentrarse en el cine de Agustí Villaronga es descifrar un universo repleto de expresiones, metáforas, personalidades, narrativas complejas. Pues así lo ha conformado uno de los cineastas más interesantes y particulares de nuestro panorama construyendo una filmografía tan rica como variada en cuanto a sus definiciones temáticas.  Su gran éxito vino de la mano de Pa negre, dura y contundente mirada a nuestra postguerra con tintes de realismo mágico, llevándole hasta el olimpo de los Premios Goya. No obstante, antes de llegar a este título, su obra estaba consolidada con películas tan complejas como rabiosamente diferentes, llegando a ocupar importantes espacios, como la Sección Oficial del Festival de Cannes. Hablando de variedad, contraponemos lo que fue un ejercicio extraño de industria, ese Nacido rey, aún inédito en España, producción de grandes dimensiones de Arabia Saudí, con quizás una de sus piezas más de cámara, El vientre del mar. Sobre un texto de Alessandro Baricco, Villaronga construye esta epopeya performativa sobre los naufragios humanos, uniendo pasado y presente, en un ejercicio preciso que tuvo el gran respaldo del 24 Festival de Málaga. Cine en español, donde consiguió un respaldo récord, hasta 6 premios (incluida la Biznaga de Oro a la mejor película) coronaron el hacer de un cineasta tan singular en la definición historiográfica de nuestro cine.

LA PELÍCULA

El viaje de esta balsa nos lleva a principios del siglo XIX, y al abandono de unos tripulantes a su suerte, que deben vencer las derivas más extremas, ante el golpe siempre latente de la muerte, para poder sobrevivir. Pues así nace El vientre del mar, un ejercicio que alumbra la supervivencia de la humanidad, retratada en esa pequeña tabla de madera sobre el mar más bravo. En ella surgen las definiciones de una época, las realidades migratorias, la lucha entre la razón y el instinto, y las necesidades ante la falta de lo mínimo, todo ello encaminado a dibujar el valor de lo que hemos sido en esta línea textual entre Baricco y la delicia pictórica de Géricault, pero también de lo que somos. Y así es, desde su arranque la cinta no tiene reparos en conectar este ejercicio historicista con las grandes tragedias de nuestro tiempo, y en especial con el drama de los refugiados a través del mar. Una propuesta dibujada en continuo salto de cuadros diferentes en su composición y definición, pero unidos en el diálogo hacia el entendimiento de los valores humanos.

De esta manera, Villaronga dirige una película sumamente arriesgada, un ejercicio que hipnotiza por su amplia comprensión cinematográfica, pero que al mismo tiempo configura un arsenal de motivos en torno a lo teatral, y el juego y enlace con los límites de la cuarta pared. El valor del concepto sobrevuela los márgenes de un ejercicio que busca entender y constantemente cuestionar el papel humano dentro de los límites de una gran tragedia. El valor de la actuación, la solidaridad, la necesidad, el ejercicio de un ser puesto contra las cuerdas. Y así viajan de forma circular las líneas discursivas de esta propuesta, que se adentra en las sensibilidades del blanco y negro, para definir texturas, matices, hallazgos que quieren confabular esta epopeya en torno a la naturaleza humana. En este sentido es de admirar la valiente paleta de Josep M. Civit y Blai Tomàs en su complejo juego de matices y el envolvente ejercicio sonoro, con esas notas selectas definidas por el habitual en el cine de Villaronga, Marcús Jgr.

Sin embargo, admirando la notable composición técnica de la propuesta, el pulso y la veteranía de Villaronga, y el trabajo entregado de Roger Casamajor y Òscar Kapoya, la película plantea un serio problema de base. Y este gira en torno a la necesidad de explicitar sus metáforas, y es que la machacante voz en off, y el juego de repeticiones se antoja agotador, acariciando en muchas ocasiones la pedantería. Es difícil entrar en la emoción de un discurso tan arrebatador, porque todo ya está dicho y expresado, no hay margen para la asimilación y para la pausa. La necesidad de converger esta historia con la discursiva presente anula cualquier valor expresivo y emotivo en torno al desgarro de la historia. Es un ejercicio que roza lo publicitario en varias ocasiones. Y es una pena que entendiendo la solidez que defiende, no haya alcanzado la excelencia que merecía, quizás por miedo. Por miedo a ser excesivamente abstracto y conceptual, se ha acabado sucumbiendo a un ejercicio que, con amplias y sobradas virtudes, ha querido subrayar los conocidos males de nuestro tiempo en pro de un panfleto aleccionador.

ELLOS

Es admirable el cara a cara interpretativo de Roger Casamajor y Òscar kapoya, que entre lo teatral y lo cinematográfico definen una batalla de altos vuelos, repleta de entrega y buen hacer.

LA SORPRESA

Sorprende el cambio descomunal de Villaronga de pasar de una cinta de industria casi prefabricada, a un ejercicio de cámara, tan mínimo, tan conceptual, tan arriesgado, y tan diferente.

LA SECUENCIA/EL MOMENTO

Más que una secuencia en concreto, hay que admirar construcciones visuales de enorme poder cinematográfico, y arrebatadora belleza estética. Un compendio notable de instantáneas y cuadros pictóricos, que no hubiese sido posible sin el trabajo conjunto de Villaronga, Josep M. Civit y Blai Tomàs.

TE GUSTARÁ SI…

Si admiras las propuestas conceptuales y rabiosamente actuales.

LO MEJOR

  • La arrebatadora estética de la película.
  • El pulso constante de Agustí Villaronga.

LO PEOR

  • La reiteración y el machaque continuo en torno a sus ideas, acariciando la pedantería.
  • Se echa en falta un mayor salto al vacío.

Alberto Tovar

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