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EDITORIAL: LO «GLOCAL» NO ES SOLO COSA DE LAS SERIES

En los últimos tiempos no hay presentación de plataforma, productoras o estudios que estén desarrollando series en la que no se mente más tarde o más temprano el termino «glocal», que viene a funcionar como una suerte de hashtag convertido en palabro normalizado que acuña dos conceptos: lo local y lo global. Lo local porque hablamos de ficción nacional, de series realizadas en España, y lo global porque en el horizonte siempre está la exportación de estas historias a mercados extranjeros, bien aprovechando la presencia de las plataformas de video on demand en decenas de países apiñados en regiones, bien por la compra directa del contenido por parte de operadores internacionales en los mercados especializados. Nuestras historias locales alcanzando el interés de una audiencia global, básicamente.

La primera vez que escuché este término fue ahora hace ya casi 4 años, en una entrevista a Domingo Corral (podéis recuperarla aquí) y desde entonces se ha ido instalando en el discurso de directivos, equipos, agentes de prensa, periodistas y blogueros. Y haciendo balance sobre la VI edición de Skyline Benidorm Film Festival uno se pregunta el porqué de esta apropiación por parte del universo series cuando los cortometrajes llevan décadas haciendo viajar sus historias de país en país, de festival en festival.

Con 450 cortometrajes presentados para poblar alguna de sus secciones y 34 seleccionados, esta última edición del certamen alicantino ha dejado claras (de nuevo) unas cuantas cosas: por un lado la inmensa calidad de los trabajos presentados, que está vinculada estrechamente con la miradas inquieta de sus directores; por otro lado lo complicado que es (y lo ha sido siempre y lo seguirá siendo) hacer cine en España, entendiendo la realización de cortometrajes y la correspondiente (y mortal de necesidad) cosecha de selecciones no como un divertimento o afición sino como un requisito básico para que alguien en un futuro ponga en manos del cineasta la dirección de un largometraje; y por último la falta de unidad en el mundo de los festivales de los cortometrajes.

Imposible decirte adiós ha encabezado el palmarés de la VI edición de Skyiline Benidorm Film Festival, pero el cortometraje de Yolanda Centeno, que explora con una cuidada factura la desprotección del menor ante las batallas de sus mayores, es solo la cabeza de una larga serie de trabajos que han construido un crisol realmente interesante de mensajes, posiciones y espejos culturales y pop de la sociedad de nuestros días. Desde el debate que propone Javier Pereira con Suelta (el corto se ha llevado el Premio del público y el que entrega la Plataforma de Nuevos Realizadores) hasta el virtuosismo técnico de Chaval, de Jaime Olías, grabado en un único plano secuencia. Y por el camino el costumbrismo asfixiante de Farrucas, de Ian de la Rosa, que se asoma al presente de cuatro jóvenes de barrio marginal que carecen de futuro; la catarata pop que supone Cuando haces Pop, con el que Kevin Castellano inunda la pantalla de planos incónicos e irreverentes que encierran homenajes al cine de Leone (y por extensión también al de Tarantino) con una factura muy videoclipera; el nacimiento de un estilo muy personal (y brillante) que supone Marinera de luces del prometedor Pablo Quijano; y Oro rojo y su denuncia de las condiciones del campo en formato animado y dirigido por Mar Gomila o la decididamente divertida propuesta que supuso Franceska, otro corto de animación dirigido por Alberto Cano. Y así podríamos seguir con casi todos los cortometrajes proyectados, pues solo cabe comprobar lo repartido del palmarés para constatar que en las tres secciones de esta edición (nacional, europea e iberoamericana) la calidad y el riesgo han sido los protagonistas. 

Fotograma de «Imposible decirte adiós»

Que hacer cine es complicado lo sabemos todos. Para levantar un largo hacen casi tanta falta los recursos económicos como la fe, y no todos todos compiten en las mismas condiciones. Para exactos, muy pocos cineastas en España pueden dormir tranquilos mientras conducen un proyecto hasta buen puerto, y aquí si interpretamos como buen puerto el estreno en salas estamos excluyendo a todas la películas que sí terminan el rodaje pero no lo tienen nada fácil en el siguiente hito: la distribución. Si sacar adelante una película es un infierno, no podemos pensar que hacer lo mismo con un corto es más fácil porque dura menos o es más amateur. Error, porque en nuestra industria el infierno está instalado en sus estadios más tempranos, y las dificultades con las que lidian nuestros cineastas más incipientes dan para publicar un catálogo, de esos gruesos, con mucho texto y poca foto. Conversar con los cineastas, una de las grandes ventajas que tienen los festivales pequeños sobre los grandes en los que la accesibilidad es mucho más exclusiva y las barreras entre la prensa y los talents o la industria son mucho más sólidas, es hablar sobre sus Apocalypse now particulares, y genera tanto alegría como frustración. Alegría por ver cómo al final han podido sortear sus obstáculos y por fin su obra es compartida con el público, y frustración por ese añorado sistema de ayudas eficaz y público que revitalice nuestra industria desde su raíz, desde el semillero que supone el mundo del cortometraje, ayudando e impidiendo que otros tantos jóvenes cineastas en ciernes acaben tirando la toalla, claudicando.

Fotograma de Marinera de luces de Pablo Quijano

Ante este panorama los festivales de cortometrajes asumen un papel esencial para que la industria siga viva. A través de estos pequeños festivales como el Skyline Benidorm Film Festival se traza una línea de esperanza para el largometraje, porque los directores de los cortometrajes de hoy serán los de los largometrajes de mañana. Sin la ayuda que suponen las selecciones en festivales y los premios a los que puedan optar el tema sería bastante más oscuro de lo que ya lo es. Y son estos festivales pequeños, con la mentada ausencia de barreras, los que alimentan las relaciones humanas entre el creador y la cadena de valor de la industria a la que se asoma para poner en valor su talento. Si no hay premio en metálico o en forma de ayuda, siempre hay sobremesas o cafés con compañeros de los que aprender o con agentes de la industria con los que establecer relaciones profesionales. Desde distribuidores hasta responsables de contenidos de empresas audiovisuales, técnicos, maquilladores o vestuario, bancos de efectos de sonido, agentes de derechos audiovisuales… todos forman durante unos días una pequeña familia abierta a la cooperación y despojada de ínfula alguna. Por eso es tan importante el rol de los festivales pequeños, porque son puro networking y porque nos hacen a todos sentirnos parte de algo. 

Fotograma de Olivia Baglivi en «Suelta» de Javier Pereira

Lo que está claro es que sin una unión eficaz de la abrumadora nube de festivales de cortometrajes repartidos por toda la geografía española (más de 500 activos a día de hoy) los pasos que desde algunos festivales se están dando para luchar por dignificar el mundo del cortometraje corren el peligro de convertirse en algo episódico. Skyline Benidorm Film Festival es uno de los poquísimos festivales en España que han establecido el pago por selección, algo que de entrada es justo y necesario y que además funciona como aval de que lo que se va a proyectar está ahí, seleccionado, por algo. La necesidad de un ente que funcione como un nexo regulador y facilite el diálogo y la sinergia entre toda esta nube de certámenes pequeños es una de las piedras angulares para que todas las citas que cada año copan los calendarios culturales de toda la geografía española no sean aisladas gotas de agua y sí un océano cultural en el que la colaboración entre festivales se normalice y se potencie. Quizá la Plataforma de Nuevos Realizadores de Madrid sea el actor central que esta telaraña atomizada de festivales necesita porque si dependemos de las instituciones públicas, en muchos municipios el futuro no es muy prometedor, especialmente cuando los responsables de cultura a veces ni se dignan a visitar ni una sola de las proyecciones. Cualquier político de cultura que piense que su papel empieza cuando otorga fondos y termina en un acto de clausura, sin involucrarse en las jornadas culturales, no está haciendo bien su trabajo.

Sea como fuere, las cosas siguen estando igual pero no sería una locura soñar con un futuro de esperanza para la cultura audiovisual española, una cultura que ya ha demostrado con creces su talento y que podría ser cuna de obras verdaderamente maravillosas si dejase de hacer la guerra de manera individual y surgiesen verdaderas alianzas entre los festivales de cortometrajes de toda nuestra geografía.

Después de todo, los festivales de cortometrajes llevan toda la vida haciendo historias locales para mercados globales, mucho antes de que las series se apropiasen de este concepto.

Alfonso Caro 

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Alfonso Caro Sánchez (Mánager) Enamorado del cine y de la comunicación. Devorador de cine y firme defensor de este como vehículo de transmisión cultural, paraíso para la introspección e instrumento inmejorable para evadirse de la realidad. Poniendo un poco de orden en este tinglado.