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WONDER WHEEL

Pantalla a negro. Música jazz. Letras blancas sobre fondo negro. Ya ha llegado la época del año más maravillosa: aquella en la que se estrena la nueva película de Woody Allen. Nos gusta sentarnos en una sala a oscuras, rodeados de desconocidos que también sienten una conexión intelectual y emocional con ese escuálido hombre neurótico, que nos hace recordar otros tiempos (quizás no mejores, pero diferentes). Sí, la nostalgia es, desde hace unos años, un terreno bastante explotado en la filmografía de Allen, que con Wonder Wheel nos lleva a los años cincuenta, a la vez que la película se convierte en un demoledor recordatorio del presente de su creador, ahogado por desgracia en su propio imaginario.

Dada la estricta norma autoimpuesta de Allen de una película al año, los últimos filmes del autor neoyorquino vienen acompañados de un cierto hedor persistente al maldito piloto automático. Woody Allen lleva años aferrado a temas y dinámicas con las que se siente cómodo, pasando de puntillas por territorios que son familiares en su filmografía sin tener mucho que añadir. Un triángulo amoroso, una mujer cuarentona emocionalmente fracturada, un genio creativo muriéndose de hambre, una jovencita naif, aunque vivida… y, además de que sus personajes son ya clichés dentro del mundo alleniano (lo cual no sería un problema de no ser por la desidia con la que parece escrito todo, sin la mordacidad habitual de Allen), las actuaciones tampoco les dejan en demasiado buen lugar. Jim Belushi se va al terreno de la sobreactuación, y Justin Timberlake en el papel de joven amante (y narrador de la obra) se encuentra totalmente fuera de cualquier profundización en su personaje. Son los personajes femeninos, sin embargo, los que salvan la función del desastre total. Juno Temple está correcta en un papel algo plano, y el personaje de Kate Winslet es una versión menor del personaje titular de Blue Jasmine (una de las últimas Grandes Películas de Allen), un manojo de ansiedad grosera, alcoholismo nervioso y un recuerdo furioso y a la vez melancólico de la juventud y los tiempos pasados. Winslet completa una actuación encomiable, bastante contenida teniendo en cuenta la naturaleza teatral del guion de Allen, con diálogos exagerados, cargados de exposición burda.

Entre todo esto, el mayor hallazgo de la película es el tratamiento visual de Vittorio Storaro, el director de fotografía de Apocalypse Now que ya trabajó con Allen en la muy superior Café Society, que dota al filme de una estética tan apabullante que casi parece desperdiciada. Los trabajos de Allen nunca habían sido especialmente recordados por su empaque visual (siempre había sido más importante el contenido que el continente), y con Wonder Wheel podríamos estar hablando del mejor trabajo técnico en una de sus películas. Storaro brilla en las secuencias en el interior de la casa de la protagonista, donde el encuadre toma una importancia máxima y el italiano se deleita bañando a los actores de diferentes luces: desde los atardeceres y amaneceres dorados en Coney Island hasta los neones azules y rojos que emanan de esa noria que da título al filme y vigila la vida de todos los personajes.

Al fan de Woody Allen le apena profundamente el camino que va tomando poco a poco la carrera de uno de los grandes autores del cine estadounidense. Cada paso parece más alejado de aquel creador irreverente, analista de la neurosis crónica del día a día humano, y aunque Wonder Wheel no llegue a los niveles de vergüenza ajena de A Roma con amor, sí nos invade con los títulos de crédito finales una especie de crisis existencial nostálgica. Sí, el año que viene volveremos, y el año que viene quizás nos sorprenda. Pero cada vez más, la carrera de Allen parece un triste fundido a negro…

LO MEJOR:

  • La actuación de Kate Winslet.
  • La dirección de fotografía de Vittorio Storaro.

LO PEOR:

  • El guion, excesivamente teatral y al que parecen faltarle un par de reescrituras.
  • Tanto la actuación como el personaje de Justin Timberlake.

Pol Llongueras

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