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RASCAL DOES NOT DREAM OF A DREAMING GIRL, SOÑANDO CON EL FUTURO

La adolescencia es una etapa difícil. Sí, su representación se encuentra repleta de tópicos en términos generales. Y sí, estoy seguro de que muchos pasarán por estas líneas —o cualesquiera similares— sin compartir este sentimiento. Y eso es, seguramente, porque no todos vivimos la misma adolescencia en cuestiones sociales. Con todo, mirar atrás muchas de las veces es volver a mirar al miedo, a la ansiedad, al temor casi irracional de no querer volver a atravesar esas dos puertas, amenazantes, no por su significado, sino por quien las atravesaba contigo.

Ahora esos miedos quedan lejos. Con todo, quedan sombras de los mismos. Secuelas. Cicatrices. Y, no lo niego, un sabor amargo a sabiendas de que estos estigmas sociales siguen tan presentes ahora como hace diez años. Cicatrices que Hajime Kamoshida representa y narra, cada una bajo su pluma y visión a través de sus novelas. Ahora sus sexta y séptima entregas, Rascal Does Not Dream of a Dreaming Girl, toman vida a través de Clover Works.

Soñando con el futuro

La idea es, una vez más, un permiso simple. Kamoshida encapsula todas esas cicatrices a través de la ciencia ficción, con un enfoque particular sobre la mecánica cuántica. Sin embargo, es su núcleo narrativo el que amenaza con captar y reflejar a sus lectores y espectadores a través de ideas fácilmente reconocibles. El no conseguir adaptarse a la sociedad, el sentirse atrapado ante la negación personal, el ya citado miedo o, como en el caso de Shoko, el miedo a que no exista un futuro.

Rascal Does Not Dream of a Dreaming Girl es la historia de la historia. Es el Daiji no Koto de fox capture plan —que vuelven a plasmar las emociones a través de sus composiciones en la banda sonora de la película. Es la idea que envuelve al personaje más misterioso y, a su vez, más importante de la obra. Porque es Shoko quien, en su momento, salva a Sakuta de la desesperación y le muestra la existencia del síndrome de la pubertad. Es ella, al fin y al cabo, la primera piedra en la construcción de una historia que acoge a cientos y miles de corazones.

Es, sin sorpresas, la idea de que Shoko no tiene un futuro. Su enfermedad —una cardiovascular y crónica— es el origen de su síndrome, que provoca una proyección adulta de su ser basada, precisamente, en los deseos que la Shoko niña sueña en la cama de su hospital. Es, en esencia, una historia demasiado tópica, que se aleja del drama más casual y personal de Kamoshida para trazar un giro demasiado arriesgado pero que, siguiendo las pautas habituales del autor japonés, acaba por volver a sus raíles y centrarse, por supuesto, en sus relaciones. En sus pausas. En cómo la vida pasa junto a ellos.

El origen del síndrome de la pubertad

Así, Rascal Does Not Dream of a Dreaming Girl no es sino una historia de retrospectiva. Una historia que habla de la pérdida y de su aceptación —advertida ya, como juego narrativo, en el último arco de Rascal Does not Dream of Bunny Girl Senpai. Es una historia que se tiñe de un espectro más emocional que la serie original (es decir, la adaptación de las cinco novelas anteriores) y que, en base a ello, pierde parte de ese corazón tan cercano que la caracterizaba. Sin embargo, también es un carácter que toma de aquí y allá y sirve como representación de todos los arcos anteriores. Como esa muestra rota de que, por mucho que cueste, todos los efectos del síndrome, de esta metáfora tan dolorosa, acaban por tener un fin. Una solución.

Porque la historia de Shoko es una que fluye y se separa de la de Mai, Sakuta, Futaba, Koga, Kaede o Nodoka. Pero también es una que, al fin y al cabo, se cruza con todas ellas, las influye y afecta. Es una historia que cruza todos su caminos sin caer en el fanservice y realizando un elegante despliegue de conceptos y referencias que identifican todos y cada uno de los miedos que caracterizaban los arcos anteriores. Es, sin conseguir nunca definir del todo su experiencia, la versión definitiva de todo lo que nos ha contado Kamoshida hasta ahora.

Y es cierto, pese a ser un permiso triste, que no llega a conseguirlo. Quizás porque Clover Works es aún un estudio inexperto en este terreno. Quizás porque el espacio dedicado no era suficiente para abarcar todo lo que muestra el autor japonés en sus dos novelas. Pero, a diferencia de la entrega original, Dreaming Girl sufre del uso de los tempos y la distribución de su drama, concentrándose especialmente en sus últimos minutos y aludiendo un ritmo inconsistente a lo largo de toda la película. Es, casi, una versión ligeramente descafeinada de La desaparición de Haruhi Suzumiya. Nada más lejos de convertirse en un fallo, lo cierto es que su estructura, esta vez, juega en contra de su narrativa.

Una página en blanco

Al final, e insisto, Dreaming Girl es una muestra final de lo que el autor japonés nos ha mostrado hasta ahora. Es una obra plagada de referencias —la playa donde conoce un desesperado Sakuta conoce a Shoko, el reflejo en el tren mientras Mai se aleja de sus miedos, el parque donde Koga se muestra por primera vez, el teléfono descolgado que habla de la inseguridad de Futaba— que nos recuerda, nos invita a reconocer que todo eso ha ocurrido. Que el paso del tiempo cura y cicatriza. Pero esas cicatrices siguen allí y no hay porque temerlas, pero tampoco olvidarlas.

Los planes de futuro de Shoko son una muestra de ello. El punto que conecta todos los demás y da sentido a su historia. A su existencia. La muestra de un recuerdo que, a su vez, nos recuerda la necesidad, por difícil que sea, de seguir adelante. Porque la historia de Shoko es, incluso con los problemas de su formato, la historia más tierna, acogedora y a la vez compleja con la que nos ha captado Kamoshida. Una historia sobre la que esta crítica no puede ahondar más sin destripar sus entresijos, pero de la que hablaremos en profundidad en “A través de Rascal Does not Dream of Bunny Girl Senpai”.

Supongo que la pregunta que radica en una crítica como esta es, al fin y al cabo, ¿debería ver Rascal Does Not Dream of a Dreaming Girl?. La respuesta, en ese caso, es simple: sí. Por supuesto, es necesario sumergirse antes en su historia anterior, pero las sombras que mellan la magia de la obra no son nada en comparación con esas luces que la amparan y que, sobre todo, consiguen volver a hablarnos cara a cara.

«¿Cuáles son esas palabras que te hace feliz oir?
Las mías son “gracias”, “lo has hecho bien” y “te quiero”».

Óscar Martínez

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Escribo más que duermo. Ávido lector de manga y entusiasta de la animación japonesa. Hablo sobre ello en mi tiempo libre.