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CRÍTICA: MADRES PARALELAS

ANTECEDENTES

Describir y explicar el impacto de Pedro Almodóvar a estas alturas resulta un acto excesivamente obvio. Es bien conocida y reconocida la calidad de su obra, su personalidad y el amplio alcance que ha tenido a nivel mundial. Es nuestro estandarte más importante, no sólo en lo cinematográfico, sino a otros niveles que trascienden el Séptimo Arte. Pero sí es clave, insistir y persistir en la idea que su arte sigue vivo, que se redefine continuamente, y que él es uno los mejores cronistas de nuestro tiempo, rabiosamente moderno y amante de su país y su cultura por los cuatro costados. Así lo ha definido su obra, y así lo sigue definiendo con esta Madres paralelas, que desde su aterrizaje en el pasado Festival de Venecia, en la inauguración del certamen, supuso un aluvión de comentarios positivos, y la previsión de una excelente carrera, que de momento se ha disparado gracias al enorme talento de Penélope Cruz, y esa Copa Volpi histórica a la mejor actriz en el citado certamen.

LA PELÍCULA

Con el eco de Federico García Lorca imprimiendo fuerza, feminidad y verdad a cada rincón de este drama, se parafrasea el concepto de madre. Una y todas, diferentes, sufridoras, libertadoras, y siempre imperfectas en su admirable humanidad. Así conviven la frágil libertad de Janis, con la inconsciente verdad de Ana, y en menor medida, con la difícilmente enmienda liberadora de Teresa. Uno puede sentirse tentado de cuestionar ciertas decisiones de unas u otras, confrontándolas, exponiéndolas, pero al final su humanidad las delata, las hace grandes y siempre comprensibles en sus continuas aristas. Porque cada madre en un mundo, y así hay que vivirlo, entendiendo la libertadora crónica de nuestro tiempo, pero todas lloran por sus hijos, hijos que necesitan de su poder para existir, para persistir.

Por ello, la historia de Janis encuadrada en el ferviente deseo de ser madre, aunque la accidentalidad definiera su vida, o de Ana, acontecida en los abusos de esa sociedad falsamente feminista y que le obliga a desplegar sus armas maternales casi por la fuerza supone la convivencia de un sentir profundo, aparentemente diferenciado, pero completamente entregado a la causa de luchar por sus hijos. Los hijos no pueden estar en el silencio, bajo tierra, sin memoria, porque la madre, el origen de toda existencia pierde su sentido, pierde su fortaleza, por ello, esa necesaria mirada a recuperar el pasado para conciliar el presente. De esta manera, la historia de Janis y de Ana, es más que una historia de madres casuales, es la definición de una matria, la de este país, empeñado en abandonar, olvidar y confrontar a sus hijos. Ante ello, Almodóvar, gran pensador, define y defiende que ese encuentro entre estas mujeres, y su particular y dolorosa hazaña, es la hazaña de un país, que necesita refrescar su memoria y abrir las tumbas, para ser fiel a sus hijos, y poder seguir creciendo en la idea eterna de la maternidad.

Así es, Madres paralelas es capaz de equilibrar una vez más historias, tonos, discursos, y esta vez lo hace con una mirada a nuestro pasado, a ese pasado herido, que tanto construye en la vida de las dos protagonistas. En este viaje, no pueden faltar los momentos que arrebatan verdad, la pureza de un estilo cada vez más preciso, y que encuentra en la delicada construcción de montaje de Teresa Font, en la bella fotografía de José Luis Alcaine y en la siempre brillante partitura del genio Alberto Iglesias, sus tres mejores aliados, en un plantel técnico delicioso y medido al milímetro, y que acompaña de manera férrea las amplias y enormes virtudes de esta película tan compleja. Y cómo no, cerrar con ellos, con esos actores exactos y entregados a la mejor de las causas. Desde la espontaneidad de Rossy de Palma, la condensación emocional de Israel Elejalde, a la imponente presencia de Aitana Sánchez-Gijón y la virtud emocional de ese descubrimiento llamado Milena Smit. Y luego está ella, Penélope Cruz, perfecta y precisa desde el minuto uno, en uno de sus mejores trabajos. La emoción, la verdad, la entrega, la luz acompañan una composición que merece todos los premios habidos y por haber. Brillante su construcción al servicio de un ejercicio que frena en seco, lo hace para sacarnos de esos rincones de oscuridad que la pandemia nos ha dibujado, para ver luz, luz que sólo será posible desempolvando nuestra memoria y desenterrando nuestros dolores del pasado, buscando conciliación, santa conciliación.

ELLAS Y ELLOS

Una vez más, Almodóvar y su cine vienen a entregarnos un reparto preciso y enorme en su talento. Desde los más secundarios, hasta esas construcciones tan presentes en la cinta, las de Israel Elejalde, Aitana Sánchez-Gijón y la carismática Milena Smit, enormes en su hacer. Pero si hay algo/alguien que se impone por encima de todo, es el talento de esa actriz que vuelve a reafirmarse como una de las mejores actrices mundiales. Brillante y complejo el entramado emocional que Penélope Cruz nos regala para consolidar uno de sus mejores trabajos hasta la fecha.

LA SORPRESA

Sin duda, la mayor sorpresa de la cinta reside en esa capacidad de unir y equilibrar la idea íntima y concreta de estas dos mujeres, con el valor de la memoria histórica, todo resuelto con una maestría y organicismo al nivel de los grandes genios creativos.

LA SECUENCIA/EL MOMENTO

Plagada de instantes que se quedan en la retina, uno no puede dejar de alabar ese final mágico, rotundo y que eriza el bello por la emoción de lo que cuenta y como lo cuenta. Ese cierre de la herida buscando la conciliación de un pasado doloroso, esperanza y luz ante el camino.

TE GUSTARÁ SI…

Si admiras el talento del manchego en una apuesta que va más allá en su comprensión social y cultural (y por supuesto cinematográfica).

LO MEJOR

  • Penélope Cruz, absolutamente inmensa.
  • La enorme capacidad para aunar intimidad y particularidad con el valor de un discurso mucho más amplio, por parte del maestro Pedro Almodóvar.

LO PEOR

  • Ciertos acentos y salidas de tono (por otro lado, muy marca de la casa).
  • Un arranque excesivamente propagandístico (que por suerte es muy breve).

Alberto Tovar

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