SO, I’M A SPIDER, SO WHAT?; JUGANDO CON LOS RITMOS
En marzo de este mismo año hablaba de cómo So, I’m a Spider, So What? apostaba con fuerza y ganaba la apuesta. No siempre es fácil luchar en detrimento de un género. Mucho menos cuando hablamos de uno de los más populares de los últimos años en el medio y que ha ganado una fuerza especial destacando los elementos más clasistas y exclusivos del mismo.
El isekai se ha convertido en meme con el tiempo. Pero So, I’m a Spider, So What? es uno de esos productos que demuestran que puedes acogerte al meme, surfear la ola y acabar liderando la cresta. Es una obra de humor y simpatía que esconde muchos conceptos interesantes entre sus líneas y que, mientras lo pinta todo de diversión, teje una teleraña de misterios sin resolver que hace las veces de telón. Un telón, sin embargo, que no ha conseguido mantener su fuerte a lo largo de las dos temporadas que ha estado tendido.
La magia de los ritmos
No voy a negar que tras seis meses de Kumoko, ahora mismo encuentro un vacío que difícilmente llenarán las series que están ahora calentando motores. So, I’m a Spider, So What? ha sido una obra referente a la hora de jugar con el isekai, de trastornar sus tropos y moverlos a un lado y a otro para darles un nuevo sentido. Un nuevo juego.
E insisto, porque la división narrativa de la serie no solo me parece un gran acierto, sino que la considero el principal eje de la misma. La forma en la que su dirección se ha atrevido a intercalar entre Kumoko y Shu y compañía ha servido las veces para marcar los ritmos y los tiempos de una historia caótica que, con todo su humor, ha construido todo un entramado de subtramas y giros más que digno de mención.
Y es así porque la obra no se conforma con saltar de un escenario a otro, sino que traza entre ellos unos enormes saltos temporales. Hay pistas, por supuesto, pero la obra juega bien sus cartas a la hora de utilizar términos difusos y barajar sus espacios temporales. Se habla de La pesadilla del Laberinto con un tono tan ominoso que cuesta pensar —y de hecho la serie se toma su tiempo en confirmarlo— que hablamos de nuestra protagonista. Y aunque “esa chica de blanco” que tanta importancia parece ganar en los compases finales de la obra tiene un aire sospechoso, no conocemos la verdadera revelación hasta que el telón está a punto de caer.
Es un punto revelador. Porque su entramado funciona sin necesidad de resultar abrumador. No hay viajes en el tiempo, ni secretos oscuros ni parábolas indescifrables. Simplemente seguimos dos líneas paralelas que se desarrollan en sitios distintos en el mismo momento. Y el bombazo se amortigua, desde luego, pero no por ello la explosión pierde fuerza.
Sorpresa tras sorpresa
Cuando levantamos la apariencia divertida de So, I’m a Spider, So What? y exponemos su fuerza acabamos con un juego a dos bandas que acaba celebrando su cierre con un final apoteósico y la idea de que la escala de blancos y negros que la serie roba de la estructura clásica de la fantasía quizás no sea tan aplicable como pensáramos.
Es una carta que la obra fragua desde el principio, poniéndonos en la piel de su protagonista y mostrando cómo la buena fé de Kumoko la caracteriza y la humaniza. Incluso cuando Sophia aparece para equilibrar la balanza y demostrar que los reencarnados también pueden ejercer el mal —un contrapunto muy interesante que coloca a la marginada de la clase original en la posición de poder más notable del casting en ese momento— se descubre que ella misma se encuentra a las órdenes de nuestra protagonista que, a su vez, la salvó en su más tierna infancia, antes de ser asesinada. Es el punto final de una cadena de acontecimientos que llevan a respaldar la pregunta que la serie dispara al final. ¿Quiénes son los verdaderos villanos?
Incluso con toda la insistencia de la serie en que Philimos y Shun estaban siguiendo el camino de la rectitud en busca de salvar el mundo, parece que estaban equivocados. Quizás no obraban con maldad, pero su convencimiento les ha llevado al lado erróneo. Y es por este motivo que el giro final es tan interesante, porque los actos de Kumoko sirven las veces para justificar el hecho de que, quizás, los buenos de la película sean aquellos considerados como los raros.
Una araña de seis patas
Despido So, I’m a Spider, So What? con cierta pena, insisto. Porque es una serie repleta de buenas ideas, con un humor absurdo pero atrayente y una narrativa que, con sus más y sus menos, ha demostrado saber hacer un uso perfecto de los ritmos. Pero. Porque siempre hay un pero.
Y es que la adaptación de Millepensee se ha ido desinflando con el tiempo hasta alcanzar los niveles que ya ofrecía la reconocida adaptación de Berserk. No todo puede brillar, desde luego, y el uso excesivo de CGI en la primera mitad de la serie ya apuntaba al abaratamiento de costes con tal de sacar el proyecto adelante. Pero lo cierto es que la recta final de la serie brilla, precisamente, por su torpeza audiovisual y una desastrosa puesta en escena que rompe con todos los conceptos que intenta transmitir la serie — todo esto por no hablar del elfo Terminator.
Es un permiso triste, desde luego, y que vuelve a ponernos en sobreaviso sobre las condiciones laborales que se dan en la industria de la animación y de las que ya hemos hablado con anterioridad. Con todo, desastre o no, la serie consigue sacar pecho y hace un esfuerzo sobrehumano para llegar al final con toda la fuerza posible. Y lo cierto es que lo consigue. Con sus más y sus menos, reconozco que la sorpresa de So, I’m a Spider, So What? sigue siendo igual de notable en su primer y último capítulo.
Óscar Martínez