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Crítica final de Tower of God
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TOWER OF GOD, EN LA CIMA SOLO ESPERA EL ABISMO

Pese a que han pasado días desde el final de Tower of God —y los lectores asiduos del manga saben que esto no es más que arañar la superficie del trabajo de SIU— no puedo parar de iterar la serie en mi cabeza super poniéndola sobre lo que representa el descenso de Made in Abyss.

Dos obras que podrían considerarse, incluso, totalmente opuestas pero que parten de cierto concepto que se lee entre líneas y que consigue que ambas conecten entre sí: la pérdida durante el viaje. Porque si en la obra de Akihito Tsukushi el trasfondo del viaje es, en sí mismo, la pérdida de la humanidad y como no solo el paraje y sus habitantes, sino también sus visitantes, se retuercen y transforman, Tower of God no deja de ser una analogía similar a esa idea. A la de un camino con un promesa final que no aboca sino a un abismo personal.

¿Qué espera en la cima?

Escala la torre. Alcanza la cima y encontrarás aquello que buscas. El concepto de Tower of God es, en esencia, uno tan familiar y recursivo que se extiende en otras cientos de historias de fantasía. Pero, la historia que se cuenta en sus líneas no es la de la torre. Es la de Rachel, la chica que partió en busca de las estrellas. También la de Bam, el chico que no podía vivir sin ella. Es una historia fraguada en el romance —similar a cómo Tsukushi estructura la suya propia, suponiendo un viaje agónico con una meta difusa tintada de emocional— y que, sin embargo, sabemos que está abocada a la desgracia desde el primer momento.

Con todo, la historia de Bam y Rachel es una de tantas. Khun asciende la torre tras una terrible traición. Anaak lo hace en busca de venganza. Endorsi debe competir con sus “hermanas” para obtener un título absurdo, que sólo representa una diversión para la familia soberana y para la que ha sufrido una vida de muerte y desolación. El ascenso a lo largo de la torre es uno escarpado, preparado para hacer sangrar hasta la muerte a todo aquél que lo realice. Quien sobreviva, tendrá la oportunidad de conseguir lo que quiera. Pero, ¿a qué precio?

La propia introducción de la obra se encarga de mostrar esa realidad. Porque su prólogo, lo que hemos presenciado hasta ahora, no es más que un aviso. De cómo en la cima no espera más que el abismo y la desolación. De cómo el camino no es sino un lugar despiadado. Convertirte en Dios, quizás, solo es una meta preparada para aquellos capaces de dejar atrás aquello que los hace humanos.

De la noche oscura a la luz de las estrellas

Una imposición de la que Rachel es consciente cuando decide marchar. Por supuesto, hay secretos aún por revelar y no conocemos que se esconde tras el pasado de la chica y su deseo de contemplar las estrellas. Todo lo que sabemos, al fin y al cabo, es que su deseo es lo suficientemente importante como para dejar atrás a Bam —quien necesita de su atención para vivir—, en la oscuridad y la soledad que antes envolvía a ambos.

Pero el camino de Rachel no es, sino, uno de engaños y traiciones personales. No es su cuento el que ella cree estar a punto de vivir, sino el de Bam. Su primer encuentro con Headon es testigo de ello, de cómo la propia necesidad narrativa de la obra la encasilla en una personalidad oscura y retorcida, capaz de sentir empatía pero invulnerable a sus efectos. Una mecánica que sirve las veces de mcguffin pero que SIU se niega a dejar de lado para explorarla cuando los primeros pasos de la obra ya se encuentran escritos. Cuando Bam comienza su ascenso. Cuando ella comienza a descender su propio abismo.

Mientras Rachel busca el camino hacia las estrellas —para convertirse en una verdadera estrella—, todo lo que hace es adentrarse en la más oscura y aterradora noche. Ella, al fin y al cabo, no deja de ser un peón en manos de la organización que la controla. Yu y Ryun juegan con ella e incluso la vida de Ho resulta ser un ínfimo precio a pagar que sirve las veces de recordatorio. Solo quien sea capaz de perseguir su deseo, sin importar las consecuencias o sus implicaciones, será capaz de escalar la torre.

Headon acusa a Rachel de representar a un ser corrompido. Pero es la propia torre la que juega con ella y la retuerce por completo. Es la torre y son sus habitantes quienes toman ese deseo, el llegar a ver las estrellas, y lo convierten en la escarpa perfecta para darle forma a las ambiciones que pesan sobre el chico. Porque Rachel es, en esencia, la llave para cambiar la torre.

La ascensión de la penitencia

Si el camino hasta la cima es duro y escarpado, el de la chica lo es todavía más. Porque, de nuevo, no es el camino a la gloria, sino a su propio abismo. Es su penitencia. Es su cuento robado; su vida perdida. Su llegada a la torre iba a ser el punto álgido de su vida, la forma de alcanzar la meta soñada. Pero es la propia torre quien se lo arrebata. Quien la abandona y da ese regalo a Bam, dejándola —y ella a sabiendas de su situación— relegada a la función de llave.

La escena en la que se confiesa a Bam y reconoce sus errores es un catalizador de este mismo concepto. Es ella quien, incapaz de rebelarse a su sueño, le suplica al chico que la abandone. No tanto por las acciones cometidas, sino por las que están por suceder. Porque esa es la penitencia con la que ella carga. La idea y la imposibilidad de asesinarle. Porque en su yo interior, sabe que es incapaz de herirle. Ese es su precio a pagar. Una desesperación que la tortura y disecciona desde el mismo momento en el que abre la puerta.

Al final Rachel es tan villana como la propia torre quiere que sea. Sin duda, por mucho que ella no resulte más que una pieza de un perturbador juego para hacerse con los poderes de Bam, sigue siendo consciente de sus actos. Nada la exime de su culpa. Pero resulta evidente cómo es la ascensión que realiza aquella que la retuerce y enloquece hasta el punto de apagarse como estrella. Al final, su sueño, su futuro no es más que una farsa. Un cebo para atraer a una pieza mayor. Es la torre quien la despoja de todo cuanto tenía y era.

El prólogo ha tocado su fin y lo ha hecho por todo lo alto. Cerrando cualquier posibilidad de un final feliz. Rompiendo con muchos de los tópicos del medio y llevando a Rachel a su ascensión a la locura. Los secretos, las respuestas y todo lo que ello conlleva, por supuesto, se esconden en la torre. Quizás ese mismo camino sea el único capaz de revelar cuánto se esconde tras su pasado y que es lo que le lleva a emprender su viaje a la perdición. Deberemos esperar para ver que espera realmente en la cima.

«Al fin y al cabo, las estrellas brillan en todas partes».

Óscar Martínez

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Escribo más que duermo. Ávido lector de manga y entusiasta de la animación japonesa. Hablo sobre ello en mi tiempo libre.