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ESPECIAL CHRISTOPHER NOLAN: EL TRUCO FINAL

No one cares about the man in the box, the man who disappears.

(A nadie le importa el hombre en la caja, el hombre que desaparece)

Robert Angier, El truco final

La función de todo buen mago consiste en distraer a su audiencia. Focalizar toda nuestra atención en una carta mientras esconde la baraja en su manga. Centrar los ojos en el tanque de agua cuando lo importante está en el nudo que sujeta las manos. Engañar, al fin y al cabo. Y los mejores cineastas son, a la vez, los magos más destacables. Porque hay lagunas de guion que no pasarías por alto si no hubiera un mago para distraerte, y Christopher Nolan se ha convertido en un experto en esto, pues se libra siempre de las lagunas en la trama gracias a su hábil manejo de la cámara.

El británico venia de hacer magia cuando estrenó El truco final, y es que devolverle la dignidad a Batman tras la aportación de Joel Schumacher no era algo sencillo. Así que tras reparar la Batseñal con el éxito comercial de Batman Begins, Nolan inició el camino para lograr la completa admiración del público. Pero antes de introducir al Joker en la ecuación hizo una pequeña parada para dirigir una película que ahora destaca por su reducido presupuesto. Con 40 millones realizó su película más barata tras Following y Memento. Y por el momento no ha vuelto a sentir la necesidad de rebajar los estándares de superproducción a los que se ha acostumbrado, dejando que sus cinco películas posteriores asciendan siempre a unos 160 millones de dólares.

Tal vez volver a un presupuesto medio tras la primera película del murciélago le hizo agilizar las ideas, o puede que la vuelta a la escritura con su hermano Jonathan Nolan le sentará bien, pero sea cual sea la explicación, no cabe duda de que con El truco final firmó una de sus películas más redondas.

Nolan, que bien podría ser el psicólogo de medio Hollywood, vuelve a centrar su narración alrededor de la mente humana. En esta ocasión nos habla sobre la obsesión a través de la historia de dos magos enfrentados: Angier y Borden, dos personalidades muy distintas con un mismo objetivo que se va tornando más personal conforme avanza su rivalidad. Si al principio ambos aspiraban a ser el mejor mago de Inglaterra, finalmente solo desean ser mejor mago que el otro.

Ese viaje por la obsesión se nos cuenta, como es habitual en Nolan, con una fragmentación en el montaje. La película nos ubica dentro de dos flashbacks: el primero es mera presentación, empezando con el final del filme y tomando a Michael Caine para sentar las bases de la magia; el segundo flashback entra cuando el personaje de Borden es encarcelado, momento en el que se nos lleva hasta el verdadero inicio de la historia, varias décadas antes. A partir de entonces, el guion se mueve entre el pasado y el presente con el objetivo fundamental de distraernos. Hay varias trampas (por ponerle un nombre) en la trama que se utilizaran como giro final, por lo que una buena opción para ocultárnoslo es crear cierta confusión en la narración. Es aquí donde brilla la dirección de Nolan, que fragmenta y desordena una historia mucho más simple de lo que parece para ejecutar su truco maestro. La acumulación de suspense, el énfasis en la rivalidad y el misterio que la sustenta acaba estallando al final de la película. El tan esperado giro de guion cumple y, además, deja en el aire ciertas teorías que lo hacen aún mejor*.

Otro de los aciertos de la película se encuentra en su música, compuesta por David Julyan, en la que fue su última colaboración con el director a favor de Hans Zimmer, que tomaría el relevo para dotar de mayor epicidad las películas que vendrían. Julyan se aleja del tono épico hasta el final, donde acoge melodías similares a las que Zimmer haría en el futuro. Pero hasta entonces mantiene un sonido tenso e inquietante que consigue añadir a las imágenes una atmósfera casi surrealista que casa de maravilla con la fotografía de Wally Pfister.

A estas grandes aportaciones técnicas se les suma un equipo artístico a la altura de sus grandes nombres. El duelo interpretativo de Christian Bale y Hugh Jackman hace vibrar la pantalla, aunque el segundo se ve algo ensombrecido por Bale. Un soberbio Michael Caine y una maravillosa Rebecca Hall brillan entre unos secundarios donde también destaca David Bowie, que maneja de forma divertida un personaje histórico inmerecidamente olvidado. La única que no consigue destacar es Scarlett Johansson, que se ve lastrada por un personaje sin el peso dramático que la actriz merece.

En definitiva, El truco final está muy lejos de ser una película menor en la filmografía de Christopher Nolan. Aquí le vemos como el mago que es, capaz de generar un sinfín de distracciones para que no veamos cómo mueve las manos para hilar uno de sus estupendos giros. Sin estar carente de defectos, pues vemos en ella algunos de los lastres clásicos en el director (diálogos explicativos, algún personaje intrascendente), es muy fácil y agradecido dejarse llevar por esta gran ilusión mágica.

Que, como bien sabemos y por fortuna para todos, no será su truco final.

*Spoiler sobre el final:

Como decíamos, el giro de guion cumple. Borden siempre ha tenido un hermano gemelo, lo que es predecible aunque satisfactorio. Pero Nolan es inteligente, y sabe que no cerrar todas las puertas generará debate. Por ello, la última imagen de la película solo muestra un cuerpo en los tanques de agua, dejando el resto en una oscuridad que no permite ver su contenido.

Se abre así una teoría algo rocambolesca pero que elevaría el trabajo de Nolan como algo más destacable aún. La máquina de Tesla no funciona, nunca lo ha hecho, y el personaje de Jackman también tiene un gemelo (el borracho que es idéntico a él). Esta idea quitaría la parte fantástica de la película, y es que eso de la máquina de clones no convence a muchos espectadores.

Escojas el final que escojas, hay debate para rato. Y eso solo lo logra el mejor cine.

Ignasi Muñoz

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