Detrás del supuesto espíritu comercial que a priori se podría suponer, lo cierto es que Una vida a lo grande guarda en su primera hora de metraje muchas lecturas secundarias. Porque latentes en un planteamiento principal, disfrazados de comedia costumbrista con toques fantásticos y heredero de un cine de ciencia ficción muy setentero (tan crítico entonces con la sociedad como pesimista sobre su futuro), subyacen un buen puñado de apuntes que el espectador no debería dejar pasar por alto.
Y es que lo nuevo de Alexander Payne (Nebraska) asume el riesgo de convertir un blockbuster de entretenimiento en un vehículo de denuncia social, que en su primera parte funciona a la perfección dibujando un certero retrato de nuestra sociedad actual, nuestro desencanto generalizado, nuestras ilusiones y miedos, o nuestras pulsiones consumistas. Y hablamos de riesgo porque la empresa que encara Payne no llega a buen puerto lastrada por un guion que, si bien en el tramo central de la película empieza a flojear, termina totalmente perdido en su tramo final, en un laberinto de denuncias varias (economía, sociedad, humanismo, ecología… no falta de nada) que termina por colapsar la película, difuminando su brillante primera hora en gran medida a cuenta de un tercer acto cuya mayor ¿virtud? es la de sumar minutos a base de situaciones demasiado forzadas y de escaso interés para el espectador.
Así, su maravilloso arranque, dotado de unos formidables efectos especiales, de un tempo muy efectivo y de unos recursos narrativos que recuerdan al mejor Tim Burton, termina colapsado por un cuadro muy forzado de denuncia social que hace añicos todas las expectativas generadas, que rompe el ritmo y que conduce al personaje de Paul por terrenos que bien deberían haber pertenecido a otra película totalmente diferente. Quizá Alexander Payne haya sido incapaz de contenerse y haya claudicado ante las líneas maestras de su cine, pero también ha sido incapaz, en esta ocasión, de compaginar las virtudes del blockbuster y sus generosos presupuestos con el lado más comprometido de su cine.
Por el camino nos queda un potente ejercicio visual para recrear una vida en miniatura, creada y diseñada en la película de Payne para que las empresas hagan caja a costa de las ambiciones y las ilusiones de una sociedad frustrada que busca a pequeña escala la vida que nunca podrá tener, en términos puramente adquisitivos. Una nueva vida que, como veremos según avanza el metraje, no se salva de los males que asolan la sociedad de la que nuestro protagonista pretende escapar.
A la correcta interpretación de Matt Damon se suman nuevos personajes, habitantes de este universo en miniatura, interpretados con mucha eficacia por Jason Sudeikis o con un magnetismo muy especial por Christoph Waltz. El caso de Hong Chau es especialmente complicado (y mucho más ahora que, inexplicablemente, ha acabado nominada a los Globos de Oro por este papel), porque donde unos verán un personaje simpático y divertido, otros percibirán un carácter excéntrico, forzado y pretendidamente (que no logrado) cómico que supondrá el principio del declive de la historia.
En cualquier caso, y pese a sus errores de concepto, Una vida a lo grande consigue entretener, que es lo que va esto estos días, y puede pasar por ser una opción más que plausible para disfrutar en familia estos días en los cines.
LO MEJOR:
- La primera hora. Una maravilla.
- El magnetismo de Christoph Waltz cada vez que aparece en escena.
LO PEOR:
- Su último tramo, en el que Payne pierde el timón de la función definitivamente.
- Acaba resultado excesivamente larga, una sensación acentuada por la falta de cohesión del conjunto.
Alfonso Caro