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SEVILLA Y EL CINE ESPAÑOL

Hace apenas unos días concluía el 17 festival de cine europeo de Sevilla, que casi mágicamente ha logrado resistir en su modalidad presencial a pesar de la coyuntura vigente en este año tan complicado. Y una vez más, ha vuelto a demostrar un paso adelante en la maravillosa e inteligente propuesta cinematográfica, distribuida en varias secciones.

Son muchos los ecos, que de forma casi incomprensible, cuestionan los festivales por la falta de ejercicio mediático de los mismos, por el reciclaje de propuestas venidas de otros certámenes, y por la falta de camino industrial. Y si bien es cierto que estas tres piezas sustentan en parte el valor de un festival, no podemos distraer nuestra atención de lo verdaderamente importante: el cine. El cine, su riesgo y su calidad configuran el valor cinematográfico de un festival por encima de los tres anclajes antes citados. Por ello, hay que exaltar el valor del certamen andaluz, capaz de definir, al margen de espejismos, el valor de lo cinematográfico, convirtiéndose, a juicio de un servidor, en el mejor festival de cine de España, por encima de San Sebastián, Málaga, Sitges, u otros escenarios más mediáticos o con opciones más sustentadas en el ejercicio industrial.

La academia de las musas (2015), de José Luis Guerín

Por ello, aquí encontramos la necesidad de explorar el crecimiento de un festival que en apenas diecisiete ediciones ha podido demostrar su enorme capacidad. Y entroncando en esta línea y definiendo los avatares de nuestra industria, hay que señalar la importante tarea que ha desempeñado el festival de Sevilla a la hora de descubrir grandes títulos de nuestra cinematografía, ubicados en esa esfera de lo periférico.

Sevilla llega tarde en el calendario, y eso de alguna manera influye en la cosecha española que le llega, pues indiscutiblemente nuestros directores más celebrados y los títulos más suculentos de la temporada pelean por Málaga, San Sebastián, Sitges, e incluso Seminci, sin olvidarnos de grandes espacios internacionales como Berlín, Cannes o Venecia. Este devenir estrecha sus posibilidades de elección, pero al mismo tiempo agudiza el ingenio en la búsqueda de propuestas rompedoras, y alejadas de valores extra-cinematográficos como los nombres propios, y las narrativas más convencionales.

10.000 noches en ninguna parte (2013), de Ramón Salazar

De esta manera, Sevilla ha configurado un panorama excelso, diferente y arriesgado, sobre el cine español que presenta a través, principalmente, de su Sección Oficial, Nuevas Olas y Panorama Andaluz, espacios donde la cosecha de cine español ha sido realmente gratificante. Un encuentro que ha devuelto a la vida, de alguna manera, al cine de no ficción y a la esfera más experimental, que encuentra en creadoras, como la habitual en el certamen, María Cañas, una muestra de la excelente salud de este tipo de cine.

Por citar algunos títulos, ubicados de forma significativa en la sección principal del festival, nos encontramos con: la mirada innovadora a la inmigración africana que nos propone Pedro Aguilera en Naufragio; el ejercicio férreo de la memoria herida a través de Las olas de Alberto Morais; el magnético viaje emocional que nos propone Ramón Salazar a través de 10.000 noches en ninguna parte; la carrera por rehacerse a uno mismo a través del extraordinario debut de Sergi Pérez, El camino más largo para volver a casa; la consolidación de un genio, José Luis Guerín, en La Academia de las musas, excelente ejercicio de experimentación pedagógica; y así, otros tantos títulos donde se encuadran directores de la talla de Oliver Laxe o Rodrigo Sorogoyen, junto a un amplio arsenal de miradas desconocidas para el gran público.

El año del descubrimiento (2020), de Luis López Carrasco

Este año completan esta lista, síntesis de algunas obras destacadas de Sevilla, las sólidas propuestas: El año del descubrimiento, de Luis López Carrasco, La vida era eso, de David Martín de los Santos y Karen, de María Pérez Sanz, ejercicio arriesgados y ricos en sus discursos, así como muy diferentes entre ellos, que vienen a reivindicar la valía de un cine en redefinición constante y búsquedas alternativas, y de un festival que, en su continuo ejercicio de exploración, apuesta una y otra vez por ese cine que te sacude y te hace sentir y vivir el séptimo arte de una manera muy diferente, y por qué no decirlo, muy humana.

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