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Reseña de Mi chico lobo
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DOMINGO DE MANTA Y MI CHICO LOBO

Cuando era pequeño, en mi casa reinaban ciertas tradiciones durante los fines de semana. Las mañanas eran mías, el único momento —en aquel entonces— en el que podías ver anime. Las tardes las ocupaba mi padre, dedicadas prácticamente siempre a los westerns clásicos que ya eran clásicos entonces. Las noches, sin embargo, eran de mi madre. Película romántica, sumaba puntos si la protagonizaba George Clooney, y manta.

Era un detalle curioso porque la sensación, para una mente lejos del raciocinio adulto, era de que todas las películas eran prácticamente la misma. Siempre cambiaban algunos conceptos, por supuesto, pero el fondo narrativo y su desarrollo siempre iban de la mano con la película del sábado anterior. Y, verdad por delante, a mí me daba igual.

“Oye… hueles bien, ¿sabes?”

Mi chico lobo tiene, para mí, la nostalgia y esencia de esas noches de película romántica y manta de por medio. Es una obra simple, cómoda y que creo haber leído ya en otro momento y lugar. Pero, de nuevo, me da igual. Es una entrega acogida a los tópicos que, sin embargo, sabe cómo utilizarlos para no convertirlos en un contrapeso, sino en su propia fuerza y eso es digno de elogio.

Se suele buscar huir de los tópicos y soy la primera en hacerlo. Sin embargo, existe una diferencia esencial entre “huir de los tópicos” y “esquivar cualquier obra mínimamente interesante”. Y es que el uso de los tópicos no tiene porque ser algo negativo per se. Hay quién sabe jugar con ellos para convertirlos en parte de su dinámica y Yoko Nogimori es, sin duda, una autora que los esgrime con mucha gracia.

Mi chico lobo parte de una esencia romántica sobrenatural con cierto apego —por poner la vista en un ejemplo quizás más representativo— en Fruits Basket. Un concepto que parte de lo sobrenatural pero lo convierte, no en protagonista, sino en mero parte de su trasfondo para justificar algunas de las derivaciones de su guion y potenciar, de una u otra forma su narrativa. En este caso lo hace a través del folklore japonés, jugando con animales místicos haciendo vida en forma de humanos.

Es precisamente así como Komugi pasa a formar parte de ese plano espiritual, tras encontrarse con Yu, medio humano, medio lobo. Un cliché con el que la autora no solo pretende desarrollar una difícil relación amorosa sino que también lo aprovecha para trazar un arco de personajes marcado por la pérdida o la adaptación social.

Mucho más que un envoltorio amable

Pese a que Yoko Nogiri tiene la notable habilidad de comprimir algunos de estos mensajes en un todo que resulta amable y positivo, su desarrollo suma puntos a la trama y el pasado tanto de Yu como de Komugi destaca en forma de cicatrices que aportan mucho a la tónica general en sentidos emocionales con los que, de una forma u otra, cuesta no sentirse identificade.

Se trata siempre, insisto, desde un punto de vista especialmente cariñoso y suave. Hablamos de una obra muy fluida, que casi parece diluirse mientras la lees, acabándose antes de que te des cuenta y dejando tras de sí unas ganas de ver mucho más de lo que ofrece. Un desarrollo especialmente centrado en la pareja protagonista y su entorno que no olvida ninguno de los conceptos clásicos del romance estudiantil y que destaca, precisamente, por la gracia en la que consigue llevar a cabo temáticas tan simples como las rivalidades amorosas.

La unión de esos dos conceptos, el envoltorio amable y el drama que reside en el fondo, dan vida a una obra que reside sobre tópicos pero que lo hace de forma consciente —la propia autora juega con ello a través de uno de los diálogos de la serie— y segura de sí misma. El resultado es el de una obra breve, con un estilo dulce y particular que parece arroparte mientras sigues leyendo, ya sea a través de como se esbozan algunos conflictos personales o por su propia resolución.

Un título esencial para días fríos. Perfecto para cerrar las ventanas al mundo durante un rato y dejar que su historia te acoja y envuelva con cariño a través de personajes carismáticos, pequeñas sorpresas en su guion y un fondo que no se limita a los aspectos más clásicos del género, sino que también puede destacar con su propio sello personal. Si hay algo que achacar a Mi chico lobo es, precisamente, que no haya espacio para más.

Óscar Martínez

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Escribo más que duermo. Ávido lector de manga y entusiasta de la animación japonesa. Hablo sobre ello en mi tiempo libre.