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QUEER EYE: ¿CULO O CODO?

¿Nos mola Queer eye? Por un lado, no deja de ser uno de esos programas que vienen a gritarte «¡No seas tú! ¡Sé alguien mejor!», tradicionalmente enfocados a mujeres y que en este caso al menos es más paritario. Pero a su vez hace cierto activismo, lo cual le aleja de los habituales formatos de cambio y superación. Si por una parte potencia el cliché de que los hombres homosexuales son los mayores expertos en moda, estética y decoración, por otra ayuda a redefinir un concepto de masculinidad bastante tóxico ayudando a los protagonistas de cada episodio a expresar asertivamente sus emociones.

Queer eye no es Cambio radical. Está bien lo de ayudar a sacarse partido a uno mismo sin renunciar a tu esencia y a expresar tus emociones. Sobre todo a hombres heteros que han sido educados para no mostrarlas, pero ese tufillo capitalista a espíritu de superación basado en lo epidérmico, ese discurso de «si quieres, puedes», esa filosofía barata que bebe del coaching y que ha enriquecido a Mr. Wonderful y Paulo Coelho son bastante nocivos en cuanto la cámara se apaga, los «Fab 5» se vuelven a sus casas y la televisión deja de ocuparse del curetaje de tus encías y el mantenimiento de tu casa.

Tras tres temporadas, el formato de Netflix no ha conseguido renovarse lo suficiente y ha perdido parte de la frescura con la que nos sorprendió la primera temporada. Solo Jonathan mantiene la chispa que le sigue quedando al programa. ¿Vamos a dejar de verlo? Probablemente no. Quién podría dejar de alucinar con las masterclasses de cocina de Antoni, el experto es gastronomía que te enseña a hacer sándwiches, perritos calientes y macarrones con queso. Puede que con tantas sesiones fotográficas en ropa interior no le quede tiempo a apuntarse a clases de cocina. Que alguien le diga que Jordi Cruz ha creado esa maravilla llamada Escuela online de Masterchef, donde puedes aprender hasta 3 tipologías de cocción de huevos sin salir de casa gracias a la financiación de sus patrocinadores de confianza.

Tampoco nos podríamos quedar sin las lecciones de cultura de Karamo, ese gay racializado que cada vez empatiza más con los defensores de las armas y el Make America Great Again. Karamo es un poco como Julius Cain, el abogado republicano de The good fight que vive en constante contradicción porque detesta políticamente su entorno laboral pese a ser el único bufete donde ser afroamericano no te penaliza. El papel de Karamo consiste en pasear a gente en el coche de producción y mostrarnos su enorme colección de bombers en cada episodio.

Queer eye es como muchos entornos laborales: uno de los empleados (Bobby) se mata a trabajar pero no se lo reconocen lo suficiente, otro (Tan) cumple con el trámite, hay uno (Jonathan) que crea buen ambiente, otro (Antoni) al que por guapo y simpático le perdonan haber mentido descaradamente en su currículo y el que lleva en la empresa varios años (Karamo) sin que nadie se explique muy bien por qué.

¿Nos gusta Queer eye o lo vemos por inercia? ¿Es más positivo que nocivo? A lo mejor, para salir de dudas tendríamos que preguntarnos: si el Orgullo LGBTQ de Madrid invitase a los Fab 5, ¿en qué carroza se subirían y qué pancartas sostendrían? Y así puede que lo tengamos más claro.

Fon López

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He crecido viendo a Pamela Anderson correr a cámara lenta por la arena de California, a una Carmen Maura transexual pidiendo que le rieguen en mitad de la calle, a Raquel Meroño haciendo de adolescente con 30 años, a Divine comiendo excrementos y a las gemelas Olsen como icono de adorabilidad. Mezcla este combo de referencias culturales en una coctelera y te harás una idea de por qué estoy aquí. O todo lo contrario.