THE KENNEDYS: AFTER CAMELOT: OTRA BALA PARA KENNEDY
Vamos a echarle imaginación y a pensar que el desastre épico que es The Kennedys: After Camelot es un ejercicio consciente de tortura. Dejémonos llevar por el delirio (porque la miniserie/telenovela/chismorreo de patio vecinal filmado invita a ello) y pensemos que tras el drama burdo se esconde una sutil comedia. Qué demonios, vamos a ir más allá y darle a este producto el tratamiento de obra maestra incomprendida.
Atentos a la genialidad: JFK es asesinado, reina la conmoción, Jackie llora, Estados Unidos llora, el mundo entero llora… ¿qué te hace pensar que tú, telespectador, tienes derecho a ver esta miniserie desde la comodidad de tu salón y no sufrir como un descosido? Pues vas tú listo si piensas que vas a salirte de rositas. The Kennedys: After Camelot quiere hacerte sufrir, quiere que te rasgues las vestiduras y grites: «¡Haz que pare!». Pero las desgracias de la familia Kennedy se extendieron durante años y a ti no te va a pasar nada por adentrarte durante cuatro horas en Guantánamo, que es a lo que debe parecerse esta miniserie.
Jackie, la película de Pablo Larraín, estaba bien: Natalie Portman estaba bien, la música estaba bien, el drama introspectivo estaba bien… en fin, todo estaba en su sitio y… bien. Pero si el objetivo de aquella obra era compadecer a la ex primera dama y empaparnos de su angustia, podemos afirmar que el objetivo se cumplió a medias. Portman quiso que nos apiadáramos de Jackie Kennedy, pero la genial Katie Holmes consigue dejarla a la altura del betún con un giro de tuerca simplemente brillante: no te apiades de Jackie, parece decirnos, apiádate de tu alma. A partir de esa premisa, construye un personaje terrible y grotesco, carente de matices, absolutamente plano, consiguiendo que verla pulular por la pantalla se convierta en una experiencia tortuosa. ¿Emmy a la vista? Solo si la Academia está dispuesta a admitir que la era del método Stanislavski ya pasó y que el método Holmes es la nueva vanguardia y el futuro del séptimo arte.
La otra opción para disfrutar de este (maravilloso) folletín rosa, mencionada en el primer párrafo, es verla como una comedia sutil, cargada de un humor casi imperceptible. Matthew Perry no había estado tan divertido desde Friends y eso ya es motivo de sobra para que cunda el júbilo. Su interpretación de Ted Kennedy, hermano de JFK, senador de Massachusetts y gran aficionado a los accidentes (su avión se estrelló en el 64, su coche se salió de un puente en Chappaquiddick en el 69) es una muestra de minimalismo interpretativo. Tanto tanto que si uno no conociera la asombrosa carrera de Perry podría pensar que no se está esforzando lo más mínimo por hacer creíble a su personaje. Pero he ahí la brillantez, la comedia soterrada. En impecable complicidad con Katie Holmes, Matthew Perry nos transporta a un mundo en el que la tragedia norteamericana y el duelo nacional se tornan en sátira política. Los sabios saben que es un grave error divinizar a las figuras políticas, por eso Perry rebaja al personaje y lo despoja de dignidad. La suya es una firme declaración de intenciones: si veneráis al becerro de oro, yo lo convertiré en guiñol.
Mención especial para los guionistas que con tanto esfuerzo han sabido disimular su talento. Suyo es el mérito de haber transformado un episodio histórico archiconocido en una experiencia nueva y polifacética capaz de generar carcajadas y hacer asomar las lágrimas en una misma línea de diálogo.
The Kennedys: After Camelot es demencial. Y en un mundo obsesionado por la cordura, esta miniserie se presenta como una magnífica llamada de atención. No os la perdáis en COSMO a partir de este domingo a las 22:00 h.
Alex Merino