JACKIE
Muchas veces, los biopics prometen ser un acercamiento a la figura estudiada con la intención de mostrar al público la identidad de un personaje histórico. Y, muchas veces, fracasan estrepitosamente al quedar atrapados en el croquis de un ser humano beatificado, dueño y señor de su momento, dibujado con puntillismo cinematográfico, como si las acciones y los logros, o los episodios vitales de un ser humano, dijeran más de sí mismo que los sentimientos, su reacción ante ciertos sucesos o la conciencia frente a su propia razón de ser: es habitual en el cine biográfico fijarse en el “qué” más que en el “quién”, por eso casi todos los filmes de este género son clónicos, cortados con el mismo patrón, efímeros metros de celuloide destinados a morir en el olvido por su maldita tendencia a lo procedimental. Aunque luego hay obras sorprendentes, casi mágicas, como la última película de Pablo Larraín (El club, No), que reinterpreta un pequeño y trágico fragmento de la historia de los Estados Unidos para responder a la siguiente pregunta: ¿quién fue Jacqueline Kennedy?
Estructurada alrededor de la entrevista de Theodore White para la revista Life una semana después del asesinato de su marido John F. Kennedy, Jackie (con guion de Noah Oppenheim, que hasta ahora solo había adaptado literatura juvenil) florece narrativamente como un complicado y atrevido baile de flashbacks, flashforwards y montajes paralelos entre ese fatídico paseo en coche por la Plaza Dealey, los arreglos del funeral del presidente y momentos de su estancia en la Casa Blanca durante su tiempo como primera dama. Los hechos se arremolinan con una cierta armonía caótica, que, como en la anterior película de Larraín, Neruda (el acercamiento metanarrativo, nerudiano, artístico, al poeta y político chileno), dan al pasado nuevas palabras para explicarse. Y, por consiguiente, para sorprendernos.
El director chileno acerca su 16 mm hasta el primerísimo primer plano de Jackie Kennedy, alabando el grano de la imagen cruda, buscando entrar en la mente afectada por un hecho trágico, extirparle el alma, y airearla al público, como con vocación de alejar el foco de lo que ocurre y acercarlo a lo que sienten sus personajes. No hay duda de que lo consigue: su estudio del personaje es completo, explicativo, un trágico retablo del sufrimiento humano en el dolor de la pérdida, que se siente tan incómodo y emocionante como exige la magistral banda sonora de Mica Levi. Aunque no lo sería tanto sin Natalie Portman (quien ha tenido la desgracia de cruzarse este mismo año con la mejor Emma Stone), que no solo recrea movimientos e inflexiones de la ex primera dama, sino que dota al personaje de una mirada amarga, siempre dolida, separando su actuación de la copia estática (en ese sentido, recuerda al Steve Jobs de Michael Fassbender) y entregando su mejor actuación desde siempre.
Así, la gestión del dolor es el pivote sobre el que gira vertiginosamente este documento fílmico que por humano nos transforma casi en voyeurs. Su expresividad afligida en interior, su impostada compostura de cara a los habitantes (también afligidos) de los Estados Unidos, su viaje a través de la fe en sus conversaciones con el finado John Hurt, un párroco que la acompaña a través del trance y, quizás el detalle más importante, sus despedidas mudas con lo que durante poco más de mil noches fue el hogar compartido con su marido, definen a Jacqueline Bouvier Kennedy como un alma rota, que vaga por espacios vistiendo una máscara que nunca se determina si es autoimpuesta o circunstancial. Eso queda a juicio del espectador.
Acérquense al cine y déjense llevar por la propuesta de Pablo Larraín. Maravíllense con la actuación de Natalie Portman, emociónense con el dolor palpable que evoca su triste mirada, aprendan cómo gestionan el dolor las altas esferas. Pocas veces en el cine el sentimiento de pérdida había dolido tanto.
LO MEJOR:
- La actuación de Natalie Portman.
- La dirección de Pablo Larraín.
- El maravilloso análisis sobre la gestión y el dolor de la pérdida de Noah Oppenheim.
- Como Neruda, Jackie es un biopic que se aleja de la estructura y de los fallos habituales.
LO PEOR:
- Nada.
Pol Llongueras