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Mark Wahlberg El Palomitron
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MARK WAHLBERG, HÉROE Y PATRIOTA

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Aprovechando que a Donald Trump le quedan algo más de dos años en la Casa Blanca o, lo que es lo mismo, que el viernes 28 de septiembre se estrena Milla 22 en España, no es mal momento para analizar la figura de Mark Wahlberg. Otrora ídolo adolescente, el más bostoniano de los bostonianos se ha reconvertido en el héroe de clase trabajadora definitivo. Cobrando algo más de 60 millones de euros solo el año pasado, claro. Así es más fácil.

Wahlbergine, orígenes

¿Cómo explicarlo? La primera vez que el mundo escuchó el nombre de Wahlberg no fue, precisamente, como Wahlberg. Marky Mark era el pseudónimo bajo el que el ahora actor inundaba cada carpeta adolescente en Estados Unidos. Famosa la historia por contada y por icónica, la del paquete del bueno de Mark es una de esas que pasa de generación en generación. Parte de los New Kids on The Block junto a su hermano Donnie (Saw), la música fue solo la primera parada de un hombre que estaba hecho para anunciar calzoncillos.

A pesar de que la década de los noventa fue un auténtico paseo para Wahlberg, el reconocimiento le tardó mucho en llegar. Si bien participó en vídeos musicales y protagonizó alguna que otra aparición estelar en series de televisión y Diario de un rebelde, no sería hasta 1997 cuando el mundo se paró en seco para que Marky Mark se subiera y, de paso, se cambiara el nombre. El señor Mark Wahlberg, que todavía tenía que ir explicando en los castings por qué les sonaba su cara, aterrizó en el primer proyecto grueso de un joven y prometedor director: Boogie Nights, de Paul Thomas Anderson. El resto, como se suele decir, es historia. Pese a no convencer del todo al director en su primera prueba, Wahlberg logró hacerse con el papel del mal avenido actor porno Dirk Diggler. La crítica se rindió y, ahora, parecía que su paquete iba perdiendo importancia en su carrera.

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«Good vibrations»

En una entrevista con la revista GQ, el protagonista de esta historia dijo que, más allá de la calidad cinematográfica de Boogie Nights, la película que de verdad cambió su vida para siempre fue una que rodó justo antes: Pasión obsesiva (Fear). Por allí, por aquello de los acuerdos de gran envergadura con el estudio, pasaba por la dirección James Foley. Tampoco muy convencido de que su película la protagonizara un ídolo adolescente buscando su estrella, Foley llegó a negarse rotundamente a rodar si le encasquetaban a Wahlberg. Toda la pataleta pedante, claro está, terminó cuando Foley vio como Marky Mark encarnaba a un asesino en serie creíble, de los que te observan por la mirilla de la puerta, pero desde fuera.

A partir de ahí, el final de la década y el comienzo de una carrera dorada. Tres reyes fue su gran debut como héroe de acción, pero con la visión liberal de David O. Russell, aquello poco tenía que ver con el Wahlberg que conocemos ahora. Nacido en Boston, lo suyo eran las camisas de cuadros y disparar antes de preguntar. De ahí que bordara su interpretación tan sucia en Cuatro hermanos y fuera un excelente cordero inocente en The Fighter, el mejor trabajo de toda su carrera. Todas las grandes cintas de Wahlberg llegaron entonces, desde su colaboración con Scorsese para Infiltrados hasta su cara de circunstancias en La tormenta perfecta, El incidente y la ya más chusca Max Payne.

¿Quién es usted y qué está haciendo con mi país?

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La historia del actor que nos ocupa bien podría ser la historia misma de Estados Unidos. El Marky Mark adolescente de los excesos se convirtió en un ser mucho menos egocéntrico que quería volver a recuperar su grandeza desde el trabajo. También es la historia del hombre blanco hetero que ve amenazado su privilegio y lo manifiesta con rabia. Era cuestión de tiempo, pues, que la historia de Wahlberg y la de su país mismo se cruzaran. Sigan conmigo, no pongan los ojos en blanco. La década de 2010 está siendo testigo de la última transformación de Wahlberg. Lo que antes fue un músico con aspiraciones se convirtió en un actor excelente que, comedia absurda mediante, derivó en el héroe de acción trabajadora que tenemos ahora. Los papeles del actor de Milla 22 son el cambio del reflejo más puramente norteamericano del cine pequeñoburgués. El actor porno que consigue ser una estrella, el novio perfecto y el policía incorruptible se convirtieron en el marinero iracundo, el militar disfuncional y el detective sucio.

El interruptor, que algunos dicen clicó en Dolor y dinero y otros que en Transformers (ambas con Michael Bay al mando), nos devolvió al producto perfecto para la gran masa social estadounidense. Pocas opiniones políticas, una cara bonita y un partido de los Patriots cada domingo. Wahlberg ya no es el paquete indomable que las adolescentes tenían en la carpeta: ahora es el marido con un trabajo estable que proveerá sin atender mucho a los críos. Mark Wahlberg es John Wayne.

Y ahora, ¿a dónde vamos?

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Consagrada la «trumpización» de la carrera de Mark Wahlberg, la pregunta parece obvia: Y ahora, ¿qué? La respuesta, posiblemente, la tiene Peter Berg. El director y creador de una de las mejores series de la historia, Friday Night Lights, consagrará con Milla 22 la cuarta colaboración con el bueno de Marky Mark. Si hay alguien que ha ayudado a vestirse a Wahlberg de barras y estrellas, ese es Berg. El único superviviente (militar), Marea negra (operario petrolero), Día de patriotas (policía) y, ahora, un agente del servicio secreto. Berg ha convertido a nuestro actor, sin temblores ni aspavientos, en un auténtico Madelman de la honradez norteamericana y los valores perdidos. Igual que hizo en su día con un pequeño equipo de fútbol norteamericano perdido en Texas, la fijación de Berg con Walhberg le ha aupado como un referente tan reconocible como la mismísima tarta de manzana en el alféizar.

Placer culpable o chuchería golosa, lo cierto es que los dos Bergs no pueden estar más hechos el uno para el otro. Obviamente, Milla 22, por explosiva y apolítica (de derechas), no será la última colaboración entre ambos, y estamos deseando ver hacia dónde evolucionan. Como Estados Unidos. Como la presidencia de Trump. Como la carrera de Mark. Y ahora, ¿a dónde vamos?

 

Matías G. Rebolledo

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