El desastre de la plataforma Deepwater Horizon supone uno de los mayores vertidos de petróleo de la historia. La explosión registrada en su plataforma en abril de 2010 arrojó cerca de 700 millones de litros de petróleo a las aguas del golfo de México, extendiendo una marea negra que afectó a casi mil kilómetros de costa estadounidense, más de diez veces las cifras de vertido del Exxon Valdez, uno de los capítulos más recordados y definitivos en el despertar de la conciencia ecológica global.
Peter Berg firmó en 2013 El único superviviente, uno de los mejores (y más depurados) títulos de acción de los últimos años, y con Marea negra consolida un estilo (seguramente repetirá fórmula en su próximo trabajo, Día de patriotas) muy personal de recrear episodios basados en historias reales. Un estilo que bien puede ser interpretado como el nuevo cine patriótico norteamericano, que prescinde del abuso de barras y estrellas o de los discursos de toda la vida para dejar en manos de los colectivos de trabajadores anónimos la responsabilidad de transmitir los valores de la bandera. Y así, recreando su rutina, remarcando su profesionalidad y llevándoles a límites físicos y psicológicos, Peter Berg modela un discurso patriótico que aparca la política o el poder para focalizarse en la humanidad (y anonimato) de los protagonistas de sus gestas.
Una visión que reinterpreta el lenguaje del patriotismo norteamericano en pantalla grande, y también las propias características del subgénero de catástrofes. Porque en Marea negra los protagonistas no son individuos estereotipados que se ven obligados a formar equipos para salvar la vida, como era habitual en los 70, la década dorada de este tipo de películas que quizá alcanzó su cima con El coloso en llamas (John Guillermin, 1974). Y tampoco lo son los efectos especiales, cuyo desarrollo propició a mediados y finales de los 90 un buen número de títulos que planteaban todo tipo de catástrofes naturales para explorar las posibilidades de los efectos generados por ordenador, una formula inaugurada por la pionera Independence Day y emulada en decena de títulos posteriores (Twister, Armageddon, Deep Impact…). En Marea negra el protagonismo es grupal, y poco importan las historias personales o la interrelación entre los personajes involucrados en la catástrofe. Prima el espíritu como colectivo y el homenaje a la profesionalidad de la clase trabajadora anónima, aquella que con su esfuerzo saca adelante un país. Ellos son los auténticos protagonistas de la cinta.
Casi una hora dedica el director a presentarnos el día a día de la plataforma Deepwater Horizon. Una hora en la que se expone la cadena de decisiones que propiciaron la tragedia, y en la que se evita apuntar a la codicia o el ego de las corporaciones (algo muy habitual en este subgénero) como desencadenantes de la tragedia. Marea negra apuesta por el factor de la decisión errónea detrás del accidente, apoyando una teoría que se sostiene, lógica y comprensible para todos los involucrados. Queda por ver hasta qué punto la petrolera BP (o su gabinete jurídico) ha «supervisado» la producción, porque da la sensación de que todo se explica muy muy bien para que el espectador entienda el contexto de la catástrofe. Lo que no se tiene muy en cuenta es que el espectador no familiarizado con el mundo de las prospecciones petrolíferas lo va a tener muy complicado para asimilar la información, excesivamente técnica y específica para una cinta con una vocación tan comercial.
Eso sí, en el momento que estalla todo por los aires, Marea negra cumple con creces y siembra un infierno de fuego y proyectiles industriales realmente convincente. Porque Peter Berg es muy artesano en todo lo que hace, y por eso renuncia a la mediocridad en cada plano, apostando siempre por el realismo. Y así, podemos hablar de una cinta que puede presumir de reproducir la voracidad del fuego como hacía tiempo que no recordábamos, sin caer en el ridículo digital de otras cintas contemporáneas que con más presupuesto se conforman con sonrojantes efectos digitales. Todo esto siempre como trasfondo, eso sí, nunca como epicentro o plato fuerte del relato. Y precisamente este empeño en centrarse en la humanidad de los personajes hace que toda la cinta funcione de maravilla como vehículo de entretenimiento.
Y como cierre de función, la marca de la casa. Un poquito de reencuentros familiares, cámara lenta y los créditos con los personajes reales. Todo ello muy bien orquestado para que las lágrimas pillen por sorpresa al espectador más despistado.
LO MEJOR:
- Que Peter Berg poco a poco se gane su sitio como uno de los mejores directores de acción de la actualidad.
- La humanidad que envuelve a la cinta y el homenaje que supone para todos los trabajadores de la Deepwater Horizon, especialmente sus seis víctimas mortales.
LO PEOR:
- Tratar de entender los aspectos más técnicos de la trama y no lograrlo. La sensación no es nada cómoda.
- Su imparcialidad mosquea un poquito. Solo un poquito.
Alfonso Caro