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LA UNIDAD T3: AHORA EN AFGANISTÁN

Mucho ha cambiado el mundo desde que en 2001 Estados Unidos, y el resto del planeta, viese cómo uno de los símbolos del capitalismo ardía en llamas antes de colapsar y dejar un rastro de 3.000 muertos y más de 100.000 afectados de manera crónica por la nube tóxica que se extendió por todo el distrito financiero de Nueva York tras el derrumbe de las torres gemelas. Pero en Afganistán poco ha cambiado, y tras 20 años de ocupación occidental, en 2021 la coalición militar liderada por Estados Unidos abandonaba el país de manera escalonada. España retiraba sus último efectivos en mayo, dejando un saldo tras 19 años de misión de más de un centenar de bajas y más de 500 millones de euros invertidos en el único país de la tierra que puede presumir de haber mandado por donde vinieron a las dos grandes potencias del mapa geopolítico del siglo XX: Rusia y Estados Unidos.

Y son estos últimos días de presencia española en Afganistán el escenario en el que la tercera temporada de La unidad (podéis recuperar aquí nuestras críticas de su primera y segunda temporada) desarrolla sus tramas, internacionalizando sus escenarios y sumándose así a una larga lista de títulos que han abordado los conflictos humanos, políticos y militares en la Afganistán ocupada en aras de una libertad condenada a fracasar desde que el primer militar estadounidense pisó suelo afgano.

 

La expansión orgánica

Tras dos temporadas en las que la amenaza integrista se ha vivido en suelo español, esta tercera temporada traslada toda la acción a Afganistán, en una expansión orgánica (y ambiciosa) que ha recreado el episodio de la toma de Kabul por parte de los talibanes con sets en España y Pakistán.  Y aunque se adivina un esfuerzo notable en medios lo cierto es que alejar la acción de España arroja un saldo irregular. Irregular porque es fácil disfrutar de lo que se nos cuenta en esta tercera temporada pero en el fondo el traslado de la acción a tierras afganas no le sienta bien a la serie, si hablamos de los niveles de tensión que se lograron en sus dos temporadas anteriores. Puede que la explotación de situaciones parecidas en otras producciones internacionales pase factura, y puede que el guion de esta temporada resulte bastante más lineal y previsible. Sea como sea, y sin renunciar a sus indiscutibles virtudes técnicas, lo cierto es que La Unidad Kabul pierde fuelle en la inevitable comparativa con sus temporadas pasadas, sus dos hermanas mayores.

Las tensiones burocráticas, las persecuciones en Hummer (o todoterrenos), los ajusticiamientos selectivos (y los que se quedan en conato) o las relaciones familiares o sociales en sociedades que se están desintegrando resultan líneas narrativas bastante más monótonas cuando se pierde la capacidad de sorprender al espectador a través de la generación de tensión, una de las fortalezas que hacían de esta serie algo totalmente diferente. Y si bien los últimos dos capítulos elevan bastante el conjunto, la lectura global no deja de echar de menos el arrojo y el acierto narrativo de anteriores entregas. Sin duda al decisión de contextualizar la trama en Afganistán denota mucha valentía por parte de Dani de la Torre y Alberto Marini, pero tras visionar la temporada completa flota en el conjunto la sensación de que la batalla por sacar adelante la producción en sí misma ha pasado factura a la propia historia que relata. Puede ser que se pierda esa cercanía y ese punto de originalidad (por la falta de frecuencia) que tenían las tramas que se desarrollaban en nuestros entornos, y puede ser también que la gran cantidad de títulos que ya han explotado conflictos en Oriente Medio hayan socavado al factor sorpresa y su pegada en el espectador.

Pero no nos pongamos dramáticos, porque aunque esta tercera temporada pueda «perder» la matrícula de honor que arañó en su anterior entrega, seguimos hablando de una serie de notable, muy por encima en sus virtudes de producción que el resto de estrenos que cada año llegan a nuestras pantallas. 

 

Las mujeres siguen al frente

La Unidad sigue en manos de ellas, y en esta temporada, y frente a la gran cantidad de ausencias, se mantienen los personajes de Nathalie Poza (ahora en la empresa privada) y Marian Álvarez, auténticos motores espirituales de una serie que se alinea de manera involuntaria con otros títulos de la plataforma que apuestan por un feminismo silencioso que coloca a las mujeres en el centro de la trama, normalizando sus aptitudes y presencia, y colocándolas como auténticas protagonistas por derecho propio de la función.

Pese a que ambas actrices se mueven con soltura en la liga de las grandes, sus personajes esta temporada también ven como su profundidad queda un pelín lastrada por un guion más preocupado por hacer avanzar la trama que por excarvar en la psique de sus personajes, como tan bien se hizo otrora. Así, hay momentos en los que ambas actrices, especialmente Marian Álvarez, parecen un pelín pasadas de vueltas, a la hora de enfrentarse a los capítulos de tensión que el relato dispone para ellas. Lejos quedan algunos momentos memorables de la serie como aquel episodio de histeria / paranoia en el supermercado del personaje de Marian Álvarez en la segunda temporada. Con el tercer integrante de la vieja guardia de la serie, Michel Noher pasa algo parecido, e incluso por momentos las decisiones de su personaje pueden parecer un poco discutibles moralmente, aunque bien es verdad que en situaciones límite y cuando la vida está en juego, todos podemos mostrar nuestro lado más oscuro.

¿Totalmente disfrutable para los aficionados al género? Por supuesto. ¿Al mismo nivel que las dos anteriores temporadas? Eso ya no. Lo que sí que hay que reconocer es que es una temporada honesta con el alma de la serie, y que su devenir en tierras afganas resulta orgánico.

 

Alfonso Caro

 

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Alfonso Caro Sánchez (Mánager) Enamorado del cine y de la comunicación. Devorador de cine y firme defensor de este como vehículo de transmisión cultural, paraíso para la introspección e instrumento inmejorable para evadirse de la realidad. Poniendo un poco de orden en este tinglado.