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JOHN WICK: PACTO DE SANGRE

La tendencia mayoritaria en el cine de acción actual es la que representa Michael Bay (apropiada posteriormente por títulos tan dispares como Objetivo: Londres y Power Rangers): planos saturados de formas y movimientos, con elementos que los ensucian (humo, fuego) y de corta duración. John Wick (Otro día para matar) supuso una sacudida a este panorama por su curada puesta en escena, su precisa fotografía y un montaje dilatado. Su secuela (John Wick: Pacto de sangre) sigue la misma línea estilística y, además, triplica la escala de los acontecimientos: ahora Wick actúa a nivel global. Esto abre toda una nueva ventana de posibilidades de las que Chad Stahelski (quien ya dirigió la anterior) consigue exprimir toda la tensión y diversión imaginables. La historia sigue siendo de serie B, pero el envoltorio es de primer nivel.

Una de las características que destaca de la secuela es el equilibrio que mantienen la sofisticación formal (hay un verdadero gusto por lo refinado) y la visceralidad de la violencia expuesta (las cabezas vuelan constantemente). En cuanto a lo primero, es evidente la fascinación y el conocimiento de las diferentes artes (dominan la pintura, la escultura y la arquitectura, tanto moderna como clásica) que tiene el equipo de detrás de las cámaras. Además, estas concesiones (la secuencia de acción clave transcurre en un museo) están bien integradas en el relato gracias al estupendo diseño de producción, que dota a las imágenes de espectacularidad visual sin perder ni un ápice de verosimilitud (dentro de lo extravagante de la propuesta, claro). La minuciosidad de este trabajo proporciona a cada escenario una personalidad muy concreta.

Otro de los aciertos de esta segunda entrega es expandir el universo de los asesinos a sueldo conservando su atractivo y misterio. Viéndola intuimos que la organización de sicarios es mucho más extensa, preparando así material para la tercera entrega (ya ha sido confirmada). Especialmente ingeniosos son su método de comunicarse y el funcionamiento de la organización que lidera Laurence Fishburne. El reencuentro de Neo y Morfeo es una gran estrategia de marketing (la película no es nada más que un producto meticulosamente fabricado para el máximo deleite de la audiencia), pero también un gran momento cinematográfico, especialmente de la forma en que se nos muestra.

Hablando de nuestro «peor» actor preferido (con permiso de Mark Wahlberg), mantiene el nivel de calidad que mostraba en la anterior cinta. El truco con Keanu Reeves está en darle personajes simples (se pueden definir con una sola palabra) y él les otorga, con su peculiar estilo de actuar, un halo de misterio que les hace muy carismáticos. Su austeridad al representar emociones le da al personaje un aire crepuscular, solitario, muy adecuado con el guion de Derek Kolstad. Se ve envuelto en la misma terrible situación que Michael Corleone en El padrino III: intenta salir del vicioso sistema, pero lo vuelven a arrastrar hacia adentro. En verdad, tampoco puede vivir en otro mundo, como se nos muestra en una demoledora escena en la que Wick deambula por casa inmerso en el duelo y la melancolía.

A pesar de lo dicho en el anterior párrafo, John Wick: Pacto de sangre no es un drama existencialista, sino una espléndida secuencia de acción de 2 horas con pequeñas pausas para introducir personajes (siempre muy relamidos) y para breves escenas de diálogo con tono trascendente. ¿Algún inconveniente a este modelo narrativo? Ninguno. Simple pero eficaz, sobre todo si viene elevado por una fotografía y dirección soberbias y unos secundarios de lujo.

LO MEJOR:

  • Las coreografías de las secuencias de acción. El director era coordinador del equipo de dobles de acción en la mayoría de éxitos del género de este siglo (Matrix, 300, Los mercenarios).
  • Los homenajes de la cinta a sus predecesoras (las originales): El moderno Sherlock Holmes y Operación Dragón.
  • La factura técnica del filme: brillante.
  • El atractivo de los personajes y los actores y actrices detrás de ellos.

LO PEOR:

  • Ser juzgada por no ser algo que la cinta no quiere ser.

Pau Jané

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Cinéfilo en constante evolución. Escuchando en bucle la soundtrack de El gran Lebowski. Perdido entre videos de Tony Zhou. Esperando la carta de Hogwarts.