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OBJETIVO: LONDRES

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El 15 de octubre de 2004 se estrenaba en Estados Unidos Team America World Police, una película que parodiaba el exacerbado patriotismo de algunos filmes de acción, sobre todo aquellos dirigidos por Michael Bay. Este viernes llega a nuestros cines su remake en acción real, que contiene todo lo que te encantó de la original: musulmanes malos, América salvando al mundo y chistes sobre salir del armario. Sin embargo, hay una sutil diferencia: la segunda no es una sátira.

Ahora hablando en serio, Objetivo: Londres es la secuela de Objetivo: La Casa Blanca (2013), ese revival del cine de acción noventero con mucha testosterona. A diferencia de otras sagas cinematográficas recientes, el contexto y la trama de esta nueva entrega se desmarcan de la original. En este caso, los (¡4!) guionistas optan por una historia más ambiciosa situada en Londres. Esto les permite superar la claustrofobia de la primera entrega y hacernos un tour por la destrucción de toda la ciudad (ningún edificio emblemático queda en pie) mientras los protagonistas van saltando de un escenario a otro y Morgan Freeman, preocupado, observa todo lo que sucede a través de una pantalla.

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La narración no sorprende a nadie. Los malos son los mismos de siempre, las situaciones vistas mil veces y el giro final, previsible. La calidad de la acción no es suficiente para entretener y el humor es demasiado escaso para captar la atención del espectador. Ni Gerard Butler, con su habitual carisma, consigue salvar la función. El resto del reparto merodea entre el trabajo funcional de Aaron Eckhart y la sobreactuación de Melissa Leo.

Aunque no justifiquen la existencia del filme, hay un par de escenas de acción que sí que destacan por su ritmo y perspicacia. Una de ellas es la secuencia que introduce el filme. En una apuesta por homenajear al El Padrino (1972), la acción se sitúa en la boda de la hija de un famoso traficante de armas. El director juega con nuestras expectativas y consigue crear la tensión que la cinta necesitaba para embarcar al espectador en la historia. La segunda muestra a los terroristas disparando desde los tejados de Londres para intentar derribar un helicóptero donde va el presidente de los Estados Unidos y su guardaespaldas. No es ninguna virguería, pero tiene ese punto ambicioso que tenía la escena de los coches con paracaídas de Fast & Furious 7 (2015) que la hace muy disfrutable.
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La película está claramente enfocada al público estadounidense, puesto que no tiene ningún pudor en convertir a todos los habitantes de los demás países en estereotipos. Así, tenemos a los árabes (todos son malos), a los británicos (descuidados y cobardes), a los italianos (seductores) y a los franceses (van en barco). Como siempre sucede en las pelis de Hollywood, un macho blanco norteamericano (dispuesto a hacer un comentario ingenioso) tendrá que salvar el mundo.

Si aún tenéis dudas sobre ir a verla, solo os diremos esto: la película acaba con los militares norteamericanos enviando un misil para matar a un traficante de armas (en un plano que te hace levantar de la silla y gritar: ¡Fuck yeah!) mientras Morgan Freeman justifica todas las actuaciones militares de EE. UU. fuera de su territorio alegando que lo hacen para mantener su libertad.

 

Lo mejor:

  • Algunas frases ingeniosas.
  • El homenaje al Padrino en el inicio del filme.
  • El ritmo en alguna de las secuencias de acción.

Lo peor:

  • Los clichés del género, que la hacen totalmente previsible.
  • El tratamiento de los personajes.
  • Su mensaje.

Pau Jané

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Ally McBeal fue la primera serie que vi y el personaje de Robert Downey Jr. del primero que me enamoré. A partir de ahí, periodista, cinéfila, seriéfila y una mezcla entre Bridget Jones y la niña de El exorcista en mis ratos libres. Actualmente, en busca de un pacto con el diablo que me otorgue más años de vida para ver todo lo que me queda... ¡Y poniendo orden a este sarao como buenamente puedo!