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EL HOBBIT: LA BATALLA DE LOS CINCO EJÉRCITOS

 

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EL HOBBIT, la trilogía con la que PETER JACKSON ha vuelto a la tierra media, más forzado por la marcha de GUILLERMO DEL TORO que por otra cosa, presenta su último capítulo (tras cinco horas y media, el metraje de las dos primeras partes, más dominadas por los bostezos que por las emociones), y lo hace centrando toda la trama en la batalla de los cinco ejércitos, en un ejercicio de autopenitencia y conciliación con los fans de la vertiente más épica de la trilogía original.

Más allá de esos primeros compases dedicados a Smaug cuya resolución ya se podían adivinar con cierta facilidad visionando LA DESOLACIÓN DE SMAUG, el eje de la cinta es el conflicto a los pies de Erebor, esa montaña solitaria que guarda un tesoro tan incalculable como como codiciado por todos y que, además, supone un formidable bastión estratégico. Humanos, elfos, enanos, orcos y trasgos. Todos involucrados en una batalla mastodóntica por el control del Reino bajo la montaña, uno de los capítulos estrella de todo el universo Tolkien. Con todo esto claro, el espectador debe prepararse para el broche necesario de una trilogía que ni de lejos ha funcionado, en ninguno de sus apartados, al inmenso nivel que atesora EL SEÑOR DE LOS ANILLOS.

 

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No obstante nos enfrentamos a una cinta muy descompensada, muy irregular, que va perdiendo fuelle según avanza el metraje, esta vez limitado a 144 minutos (frente a los 170 y 160 minutos de sus dos primeras parte, respectivamente), lo que viene de lujo al ritmo de la narración, pese a que JACKSON sigue empeñado en encajar líneas argumentales que fuera del montaje estarían mucho mejor (todos los pasajes dedicados a ese cobarde y mezquino lugarteniente del gobernador de Esgaroth son del todo injustificables, y no sabemos en qué público se ha pensado para darle minutos…). Con un poderoso prólogo (el ataque de Smaug sobre la Ciudad del Lago) y un impresionante y vibrante enfrentamiento entre Saruman, Galadriel y Elrond contra Sauron y sus nueve espectros del anillo, la cinta centra toda su atención en el conflicto desatado entre humanos, elfos y enanos, todos convencidos de su derecho a disfrutar de las riquezas enterradas en las profundidades de Erebor. Disputas que serán suspendidas con la irrupción de un titánico ejército de orcos que buscan el control de la montaña para  asegurar estratégicamente el resurgimiento del reino de Angmar, y de paso aniquilar a humanos, enanos, elfos, y todo lo que salga a su paso.

La alianza entre hombres, enanos y humanos frente al mal común desencadenrá los momentos más espectaculares de la película (todas las imágenes de movimientos de ejércitos son plenamente disfrutables) y también algunos de los más flojos, ya que JACKSON divide el campo de batalla para trazar varias líneas de acción simultánea en las que los combates individuales pierden muchos puntos debido a la excesiva repetición en su concepción y en su desenlace, y la alarmante sensación de falta de realismo, producto de una descompensación de fuerzas muy notable entre ambos bandos. Así, asistimos a una intercalación de panorámicas muy potentes visualmente (verdadero músculo de la cinta) con peleas por calles, callejones, escaleras y pasadizos, todas ellas resueltas con tanta facilidad por nuestro héroes (civiles incluidos) que rayan el infantilismo y restan puntos a la epopeya, alejándola del supuesto carácter de gesta que se le presupone a la batalla (ojo especialmente a todas las secuencias de Légolas, que parece más un saltimbanqui del circo del sol que un guerrero elfo). Así, nos encontramos con una de cal y otra de arena durante toda la segunda mitad de la cinta, y la opción  más sensata para el espectador será la de gozar con las secuencias de masas y dedicarse a disfrutar del excelente CGI en las escaramuzas individuales.

 

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El tratamiento de los personajes que ha reservado JACKSON para este capítulo final también luce bastante descompensado. Todo el foco y desarrollo recae los personajes de Thorin y Bilbo. Mientras el primero cae presa de la codicia por la maldición que puebla los rincones de Erebor (sin que ninguno de sus compañeros enanos haga nada para detener una enajenación en aumento muy notable), Bilbo se destapa como el eslabón necesario para que la locura por el oro no desate la guerra entre enanos y elfos, y su papel en la batalla es decisivo. JACKSON le otorga un papel muy prudente y racional, fuera de cualquier estímulo o tentación que el anillo de poder  pueda ejercer sobre él. De manera más tímida, asistimos al romance entre Tauriel y Kili (algo que machacará a los más purstas) y al liderazgo improvisado de Bardo entre los humanos que han sobrevivido al formidable ataque de Smaug. El resto de personajes son atrezo dentro de la batalla, en el mejor de los casos, o condenados al olvido (caso de Radagast) para ser recuperados, suponemos, en una más que previsible versión extendida.

LA BATALLA DE LOS CINCO EJÉRCITOS cierra la trilogía más cuestionada del cine reciente ofreciendo toda la acción que faltaba en sus predecesoras pero de nuevo, como ha sido tónica en EL HOBBIT, sin alcanzar el nivel  épico de la trilogía del anillo, algo que definitivamente relega esta nueva incursión de PETER JACKSON en la tierra media a la sombra de EL SEÑOR DE LOS ANILLOS, hermano mayor en todos los apartados de este cuento extendido y alargado sin ningún sentido.

 

LO MEJOR:

  • La primera media hora, prólogo incluído, en la que asistimos al destierro del nigromante. Sensacional Galadriel.
  • Todas las escenas de masas en los combates. La verdad es que da gusto volver a ver las legiones avanzar por la tierra media.
  • Que la batalla sea el epicentro de la historia y el recorte de metraje dificultan que el espectador se aburra. Es, con diferencia, la más entretenida de la trilogía.

 

LO PEOR:

  • Casi todos los personajes son tan planos que no nos importa nada su suerte, por mucho que JACKSON recurra a la cámara lenta y los primeros planos.
  • Demasiado pensada para todos los públicos. Un poquito más de oscuridad, que no de violencia, la hubiese sentado de maravilla.
  • Los escasísimos segundos dedicados a algunos invitados sorpresa a la batalla.
  • La sensación de que podía haber dado mucho más de sí.

 

 

Alfonso Caro

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Alfonso Caro Sánchez (Mánager) Enamorado del cine y de la comunicación. Devorador de cine y firme defensor de este como vehículo de transmisión cultural, paraíso para la introspección e instrumento inmejorable para evadirse de la realidad. Poniendo un poco de orden en este tinglado.