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CRÍTICA: ILARGI GUZTIAK (TODAS LAS LUNAS)

ANTECEDENTES

Acercarnos a la trayectoria de Igor Legarreta es adentrarnos en un sentir cinematográfico muy particular. El de esa cinematografía vasca capaz de compendiar con personalidad e identidad un discurso cultural, artístico e industrial. Legarreta reafirma la enorme salud de este cine, formado por grandes profesionales capaces de desarrollar su actividad al margen de las derivas principales de la industria, y nos regala a través de Ilargi Guztiak (Todas las lunas) la siguiente y estimulante pieza de una trayectoria en crecimiento. Desde su premiado cortometraje El gran Zambini, pasando por su singular y estimable ópera prima Cuando dejes de quererme, hasta llegar aquí. Un ejercicio que, aunque ciertamente invisibilizado por la virtud mediática, maneja unas dimensiones de construcción realmente considerables, bebiendo y sintiendo enorme simpatía y paralelismo con una de las propuestas claves de 2020, Akelarre de Pablo Agüero. Tanto es así, que gran parte del equipo que ya compendiara esta película, da forma y valor a esta propuesta fantástica, de enorme poder conceptual, ubicada entre finales del siglo XIX y principios del XX dentro de la ruralidad vasca.

LA PELÍCULA

Nos ubicamos en 1876, final de la Tercera Guerra Carlista, cuando un orfanato es bombardeado, y una de las niñas que ahí viven consigue sobrevivir gracias al poder de una misteriosa mujer que, venida de las entrañas del bosque, le da el don de la vida eterna a cambio de su compañía. Como una especie de vampiro vive bajo el poder de todas las lunas, ya que ellas dan la libertad de paso para vivir y alimentarse de la sangre de los muertos, y el sol destruye a estos seres. Ella capaz de vencer su propia condición consigue adaptarse y vivir en la civilización de la mano de Cándido, un hombre herido que encuentra en ella la respuesta a su vida. El poder de lo imperecedero se acaba convirtiendo en el enemigo más cruel en ese camino hacia el desarrollo, hacia el sentir de la propia vida. Todo ello ubicado entre el final de 1876, y el comienzo de la Guerra Civil Española en 1936.

Así es, esta niña, que más tarde se llama Amaia consigue dibujar este cuento que entre la leyenda y la realidad acaba dibujando su engranaje, muy en consonancia con el estilo y el espíritu de la ruralidad vasca, y bajo numerosas líneas discursivas, entre ellas el poder determinante del hombre, y a partir de él, de la religión, como definición de la opresión y el miedo, se acaba definiendo un ejercicio de enorme poder conceptual. Así es, Amaia y toda su vivencia, entre guerras, acaba dibujando el miedo a la vida, ese miedo marcado por la enorme masacre humana, que en las contiendas define su máxima y dolorosa expresión. A Amaia se le da la oportunidad de no sufrir la pérdida, necesaria postura de la vida, a cambio de vivir escondida y ajena al sentir del cambio. Pero lo que antes era una bendición se acaba convirtiendo en la necesaria postura de valorar y revelar el poder de la vida humana.

Un dibujo tan genuino como abstracto, que a veces imposible en sus enlaces y definiciones, y ciertamente arbitrario, consigue envolvernos por su arrebatadora fuerza y por su enorme belleza. Estamos ante un cuento lleno de vida, de emociones, de expresiones, gracias en parte a la originalidad del relato y sus definiciones, como al enorme trabajo técnico de la propuesta. La extraordinaria paleta de luces y colores, la deliciosa partitura, la conseguida definición sonora, el envolvente ejercicio de ambientación, el preciso montaje, la dificultosa pero perfecta comprensión de la caracterización y los efectos especiales y el acertado reparto, en el que destaca la mirada espontánea y magnética de esa niña, Haizea Carneros, conforman un viaje absolutamente sensorial por las entrañas de la tradición, por el poder de la historia, y por la fuerza de esos cuentos que beben de la fantasía pero que alimentan nuestras necesidades más carnales. Estamos ante un ejercicio sorprendentemente audaz, y plagado de fuerza, que debe y merece ser reivindicado como una enorme pieza dentro de ese perfecto engranaje que conforma el cine vasco de la contemporaneidad.

ELLAS Y ELLOS

El reparto conforma un trabajo de absoluta entereza y credibilidad, gracias a secundarios de lujo como Itziar Ituño, Josean Bengoetxea y Zorion Eguileor, pero sobre todo a la belleza compositiva entregada por la enorme mirada de la revelación Haizea Carneros, magnética y precisa.

LA SORPRESA

La invisibilidad mediática de la propuesta ha hecho que la sorpresa sea mayúscula, al descubrir un ejercicio tan portentoso en sus definiciones y su construcción.

LA SECUENCIA/EL MOMENTO

La mayor parte del metraje de esta película es un deleite por su cuidada formulación, pero hay que destacar la eclosión final, cuando ella desnuda ante el mundo se siente tan quebrada como viva, en ese valle de lágrimas perfectamente compuesto en ese plano final.

TE GUSTARÁ SI…

Si disfrutas de las expresiones cuidadas y plásticas, y de los cuentos fantásticos repletos de verdades terrenales.

LO MEJOR

  • La enorme y cuidada factura técnica.
  • El magnetismo y la belleza compositiva de Haizea Carneros.

LO PEOR

  • El irregular ensamblaje entre la línea conceptual y la argumental.
  • El injusto tratamiento mediático a una propuesta de estas dimensiones.

Alberto Tovar


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