THAT TIME I GOT REINCARNATED AS A SLIME S2: UNA UTOPÍA IMPOSIBLE
La relación entre el medio y la polarización es una discusión que lleva años en los frentes de debate. Cuando se entiende el anime, el manga, el videojuego o cualquier otro tipo de medio como una fuente de desconexión y se tiende a disociar con ella es fácil olvidar los lazos que los atan a la realidad. La implicación entre autores y obras. Las influencias, las inspiraciones.
Re:Zero, uno de los isekai más notables de los últimos años, bebe mucho de la política —y lo hace con un juego afilado y bien llevado a lo largo de su desarrollo— pero es algo que también hacían Fushigi Yugi o Juni Kokuki en su día. Quizás, por eso, no sea tan sorprendente que That Time I Got Reincarnated as a Slime siga sus pasos.
Un ligero cambio de conceptos
Siendo sinceros, la serie siempre ha bebido de ello. Tardábamos poco en ver a Rimuru asistiendo a reuniones diplomáticas y estableciendo alianzas con los reinos vecinos. De hecho, el núcleo de la serie versa sobre cómo su protagonista busca establecer una ciudad refugio para monstruos y humanos, casi nada.
Con todo, el final de la segunda parte de esta segunda temporada ya dejaba entrever un ligero cambio de conceptos. La imposición de la iglesia, la persecución del propio Rimuru y el resto de monstruos, así como la deshumanización de los objetivos de la misma para justificar el rechazo y la masacre de los habitantes de Tempest. Un hecho que marcaba un antes y un después en el desarrollo de la obra, con algunas de las escenas más tensas vistas hasta el mometno y con una gran capacidad narrativa para dominar la evolución de la misma y que terminaba con la apoteósica transformación de su protagonista en Demon Lord.
Una amalgama de conceptos más que vistos pero que, con esa capacidad tan intrínseca que demuestra Fuze en sus novelas, conseguía fagocitar y hacer propias para provocar el reflejo de una idea original con mucho por mostrar todavía en el tintero.
Y ha sido así, de alguna manera, pero también siento que That Time I Got Reincarnated as a Slime acaba entrando en una espiral política y bélica por pura inercia de la que no sabe del todo bien como escapar — o en su deferencia más inmediata, utilizarla a su favor para su narrativa. Con los frentes abiertos y el Reino de Falmuth derrotado únicamente por la presencia del slime, la iglesia en el punto de mira y los juegos viles de Clayman de por medio, la serie plantea un escenario donde la caída de reinos y los conflictos entre los grandes poderes que reinan sobre su universo se han puesto a la orden del día.
El vencedor escribe la historia
No quiero decir que la fantasía deba rehuir de estos conflictos, pero siento que Fuze se queda corto a la hora de enfrentarla con ese tono tan clásico, dando rodeos en vez de aplicarse con ella. Quiero decir, en One Piece este tipo de ocasiones se suceden con una facilidad pasmosa pero Oda es capaz de sacar toda su artillería para dejar los entramados de fondo y hacer que brille la fantasía antes que la mecánica que la escribe.
En Slime, sin embargo, la masacre de 20.000 personas se justifica con la idea de un déspota y un clérigo a la cabeza de un ejército y como «sin cadáveres no hay pruebas», el ascenso de Rimuru a Demon Lord no sé recuerda como la atrocidad que se supone marco del propio título, sino como una venganza disfrazada de heroicidad que brinda una nueva paz a Tempest pero que, a su vez, la pone contra las cuerdas al haber roto el equilibrio de poderes mundiales con la fuerza de un cañón.
En apenas unos capítulos, la serie idealiza a Rimuru como un líder utópico, capaz masacrar a miles con tal de seguir forjando su propia paz mientras que Clayman, que juega las veces de contrapeso, se dibuja como un sociópata con una enorme ansia política capaz de romper cualquier pieza del tablero con tal de conseguir lo que se propone. Pero, dadas las formas en las que su autor juega con sus fichas, quizás la diferencia entre ambos no sea tan grande como lo plantea.
Con Yomu como nuevo monarca designado por Rimuru —quién mueve los hilos desde las sombras— y con Veldora de nuevo entre los presentes, el pequeño slime lidera ya una coalición con un poder tan notable que, de nuevo, destroza por completo el equilibrio de poderes y plantea ciertas dudas sobre cómo va a prestarse la serie para su futuro desarrollo. Una idea que vuelve a situarse entre su idea utópica y el inevitable choque entre los diferentes líderes mundiales.
Utopía, pero con dulzura
Con todo, no dejamos de hablar de That Time I Got Reincarnated as a Slime y si algo nos ha dado la serie hasta ahora es un nivel de ternura y cariño más que proporcional a su acción. ¿Falta eso en este nuevo fragmento de la serie? Por supuesto que no, al final lo cuqui también tiene su espacio para hacer brillar algunas de las partes de esta nueva entrega.
Con todo ese engranaje político y bélico de fondo, las ideas más dulces de la obra siguen impregnando su desarrollo y las relaciones entre sus personajes son, una vez más, un pilar obligatorio de su evolución. Desde el propio Rimuru utilizando sus nuevos poderes para salvar a centenares de refugiados del ataque de Clayman y Milim a sus entrañables personajes secundarios haciendo de su trasfondo algo más cálido mientras hablan del poder de acompañarse de ideales.
Fragmentos que asocio más con The Slime Diaries y cómo canalizaba la energía positiva de la serie y su dulzura. En esas reuniones destinadas únicamente a escoger un vestido a Rimuru, en los días en la playa, en esos pequeños detalles que evocaban el lado más tierno de la serie y que en este caso quedan de lado para abrazar el lado más cruel de la serie. No dejamos de hablar de una obra de acción y es un valor intrínseco a su género pero la forma en la que el conflicto acapara su totalidad y aparta de cierta forma sus raíces y la ternura que las caracterizaba. Solo el tiempo dirá como acaba marcando su desarrollo pero los pequeños detalles que daban forma a la obra son un punto que se echa de menos en este nuevo fragmento.
Óscar Martínez