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DANMACHI: EL HOMBRE CONTRA LA CODICIA DE DIOS

Cuando una narrativa sabe tocar el corazón tendemos a olvidar otros apartados. Quizás, poco importe que el costumbrismo aceche en su argumento. A veces, insisto, todo lo que importa es sentir calidez al abrazar una obra. Sentir cómo las manos que han tejido su existencia lo han hecho con el cariño que sentimos al acariciarla.

DanmachiDungeon ni Deai o Motomeru no wa Machigatteiru Darō ka— siempre ha tenido este tipo de notas en su partitura. Casi forma parte de su ADN. Una obra especialmente simplona, que cuenta con un giro aquí otro allá sobre un plantel de elementos fantásticos harto conocidos y que se convierte en un derroche de cariño por parte de Fujino Ōmori que consigue reflejarse casi a la perfección tanto en su anime como en la adaptación propia del manga.

La familia vuelve a ser el eje

No resulta necesario esclarecer más sobre ello, porque Danmachi abre el telón una vez más, con este mismo mensaje. El de la familia. Porque si la destaca en algo sobre el resto en el más puro concepto de la fantasía medieval es en su combinación de mitología global y conceptos de MMORPG. Una mezcla que se convierte en una fantasía como tal y da como resultado un extraño concepto que trata de humanizar las relaciones interpersonales entre dioses y humanos originando, no solo el nacimiento de los aventureros —y por ende, el núcleo de su mundo ficticio— sino también el término “familia”.

Porque si el concepto ya resultaba interesante en la primera vuelta, Danmachi derrapa en la entrada a la segunda para ofrecer una nueva visión del mismo. Más cercana por un lado, pero también mucho más lacerante por el otro. Y es que la obra esgrime sin cuidado alguno esta mecánica y arremete a lado y lado, de forma emocional, causando estragos que, sobre el papel, suponen todo un cambio de perspectiva sobre el desarrollo de sus personajes con una especial fiereza que, al menos en su inicio, la enmarca por completo.

Y es que si reducimos la obra a su mínimo exponente es eso lo que encontramos. La fragilidad de Bell, el carácter de Hestia, el anonimato de personajes como Lili o Naaza o la particular esencia de Aiz, que se supone como el origen del conflicto romántico, en un sentido invertido si nos guiamos por las reglas genéricas del medio, de la verdadera aventura. Con todo, parece que es aquí, en esta segunda temporada, cuando Omori decide poner toda la carne en el asador y hacer estallar la bomba emocional que ha estado montado durante toda su extensión a través de estos personajes.

Los caprichos de los dioses

No se puede negar que nos encontramos con cierta comodidad argumental. Y es que el hecho de que Bell se convierta en objeto de deseo de un dios ya había ocurrido con Freya, suponiendo todo el primer arco de la obra. Sin embargo, la aparición de Apolo y su enamoramiento precoz por el joven Bell nos dejan claro una cosa: incluso en el mundo mortal, los deseos de un dios se convierten en la calamidad del hombre.

Un espacio que Omori levanta prácticamente de la nada y que J.C Staff aprovecha para brillar. Y es que la aparente tranquilidad de la obra —que suele moverse a ritmos más bien pausados— pisa el acelerador a fondo con un giro de guion para trastornar todo lo que dábamos por supuesto en la obra hasta ahora. El capricho de Apolo va más allá de lo racional, insistiendo en el descaro divino y provocando un verdadera caza, sin contingencias, a través de las calles de Orario, permitiendo al equipo de J.C Staff, dirigidos de forma puntual por Kouzou Kaiho, mover los engranajes de una animación que tiene escasos momentos para brillar.

Sin embargo, y obviando el trato al material original, todo se siente demasiado atropellado. Su primer capítulo bebe de las pausas clásicas de la serie, presenta el conflicto con cuidado y de por medio tenemos escenas como la de ese baile que tanto adereza su lado más personal. Pero más allá de eso, la aceleración de la trama es tan brusca que se pierden muchos matices. El juego de guerra se intuye como el conflicto más simple, pero también más afilado de toda la obra hasta ahora y, a pesar de ello, apenas dura un solo episodio.

Hay una disonancia demasiado sonora que rompe por completo la guía que seguía la obra hasta el momento. La dicotomía, supongo, entre acción y corazón, que rompe con un ritmo perfecto para dejarnos en aras del desconocimiento. Lo que se intuye como su arco más potencial se convierte, finalmente, en un pretexto para formar la nueva familia. Y, sí, volvemos al inicio y los lazos están ahí, pero una victoria sin esfuerzo alguno se siente demasiado vacía. Casi pírrica.

No puedo evitar evocar en mi mente el metraje de Hai to Gensou no Grimgar. Ese momento delicadamente dirigido y coordinado con Growing de (K)NoW_NAME. Porque el tema no empieza a sonar hasta que se dispara la primera flecha y cuando se efectúa el cambio de plano el segundo enemigo cae antes de que las primeras notas marquen el inicio de la batalla. No es perfecto, desde luego, pero la tensión se hace notar en todo momento. En sus juegos de cámara, en los planos cerrados, en cada movimiento de sus enemigos… Casi resulta un baile de vida y muerte en el que cada bando compite en la pista por su propia supervivencia.

Pero en Danmachi no hay nada de eso. Porque el tema comienza a sonar demasiado pronto y cuando Ryu aparece en escena rompe toda la mística y el conflicto se convierte en una demostración de poder absurda que bloquea todo el desarrollo de sus personajes — incluso el primer contacto con el origen de la chica, que se intuye en esta misma batalla. Todo acaba antes de empezar y cuando lo hace se siente vacío. Como si todos los pasos hasta este punto hubiesen sido totalmente fútiles.

La importancia de los detalles

Con todo, que Hideki Tachibana decida pulsar el botón de “x16” no quiere decir que la obra no vuelva a rozarnos el corazón. Y es que Danmachi toma la casilla de salida con un torrente emocional y una especial dedicación a explorar los términos más metafóricos de sus líneas, insistiendo, por supuesto, en la idea de la familia.

La recursividad del concepto es el sello de este regreso que toma por bandera los conflictos emocionales, los desvíos y los bruscos cambios que dan a entender el cambio de perspectiva que supone la nueva aventura. Lo hace, en primera instancia, con la idea de contar con una familia heterogénea, rompiendo los esquemas sociales que atrae la propia tradición de su mundo. Sin embargo, el propio Tachibana no tarda en mutar esa idea y encontramos recursos conocidos que toman una nueva forma para cambiar las reglas del juego.

Porque cuando aparece la familia Soma nos encontramos con un duro golpe de realidad. Los fantasmas del pasado de Lili, que le ganan un nuevo futuro. La contradicción de un dios que no ve más allá de su propia habilidad. La obsesión de los “hijos” por brillar en las filas de las familias o, por supuesto, el clásico ideal de que la familia no es sólo aquello a lo que pertenecer, sino aquello a lo que sientes pertenecer.

Las lecturas son muchas y especialmente extensas. La propia Hestia derriba el muro más grande de la obra al declararse de forma abierta a Bell, olvidando el fanservice que siempre ha mellado la obra y suponiendo uno de los giros más revelatorios, por mucho que su arco siempre se encontrase sobre el argumento de la obra.

Toda una serie de particularidades que hacen del regreso de Danmachi un regreso, valga la redundancia, particular. Sus valores intrínsecos se hacen sentir más que nunca. Más cercanos, más intensos. Mucho más reales. Y la evolución de sus personajes se intuye como el punto de partida de una nueva aventura. Sin embargo, ese punto no debería ser el de partida, sino la propia meta. Las prisas nunca son buenas y el sprint que realiza la serie en su última entrega le cuesta todo lo que había demostrado hasta ahora con su nueva visión. Deberemos esperar a ver qué nos deparan esta vez los caprichos de los dioses. Pero, incluso con su atropellado desarrollo, es fácil pensar que Danmachi guarda cartas bajo la manga suficientes como para sorprendernos una vez más.

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Óscar Martínez

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Escribo más que duermo. Ávido lector de manga y entusiasta de la animación japonesa. Hablo sobre ello en mi tiempo libre.