EL CORREDOR DEL LABERINTO: LA CURA MORTAL

El cierre de la trilogía, dirigida en su totalidad por Wes Ball, comienza in media res con un bonito homenaje a los orígenes de todo esto. «Todo esto» es la saga, ya que el grupo fugado regresa una vez más con un elaborado plan para liberar al preso Minho. «Todo esto» es también el cine, y el cine de acción. El asalto al tren con el que se abre La cura mortal evoca de manera inequívoca a los orígenes de la industria, en un compendio que mezcla las explosiones gigantes del pasado, los disparos a lomos de la locomotora y la minucia a lo más imposible de la misión, homenaje a Brian de Palma.

La película, irregular como el proyecto mismo, se rinde uno a uno a los clichés de este tipo de sagas. Aunque en determinados puntos haya gozo, como con la aparición de un personaje conocido con el que no contábamos, el filme falla en la entrega de sensaciones nuevas. Si bien la suma de clichés de Star Wars: Los últimos Jedi, por ejemplo, ejercía de hilo conductor para acabar dándoles una estocada final y enterrarlos de una vez por todas, en La cura mortal los tópicos parecen ignotos y hasta celebrados para con su cauce natural. Ahí está el joven idealista impertérrito; ahí está la dualidad de los malos; ahí está presente también la amistad como el único valor válido en un mundo derruido; ahí está el sopor de haber visto lo mismo por nonagésima vez.

El problema de la cinta pasa, indudablemente, por su guion. No aguanta más de una lectura, no tanto por su fin como por sus medios. Hechos que en la novela son explorados ricamente para satisfacer el sentido moralista anglicano y liberal de la trama en el que poco importa la cárcel, y sí su tamaño, aquí se perciben como meros ecos que no llevan a ninguna parte. La evolución de los protagonistas, sus miedos y deseos, es nula. Y eso no es un defecto en sí (ahí tienen en cartel todavía a Tres anuncios en las afueras); el problema es que ello no se usa. Todo lo que no se destina al enriquecimiento de la película la hiere de muerte.
Hasta ahí lo malo de la tercera parte de El corredor del laberinto. Si ya saben al producto, y esta palabra no es baladí, al que se enfrentan, todo irá como la seda. La película se entiende perfectamente sin necesidad de sus precuelas y funciona como una narración independiente. Aunque para ello necesite unos generosos 140 minutos de metraje, La cura mortal es autosuficiente y cuenta con un reparto nada genérico. Si las otras sagas pueden decantarse a la metonimia con Jennifer Lawrence o Shailene Woodley, aquí Dylan O’Brien está perfectamente flanqueado por Kaya Scodelario y un entrañable y siempre correcto Thomas Brodie-Sangster. Ya como en todas, los cuasicameos de grandes de la interpretación ayudan, véase aquí Patricia Clarkson.
Para bien o para mal, la película es consciente del fin de una era. Al igual que muchos empiezan a vislumbrar el pinchazo último de los superhéroes, las distopías juveniles están dando sus últimos coletazos. Quizás eso sea lo que más se agradezca de El corredor del laberinto: La cura mortal: su autoconsciencia. Wes Ball se las arregla para manufacturar y envolver como una buena película de acción el frío envasado que le es encargado para seguir haciendo caja. Al fin y al cabo, La cura mortal no inventa nada, pero ofrece dos horas de café caliente y complaciente. Eso sí, para los muy cafeteros.
LO MEJOR:
- Acción sin frenos en la mejor película de la saga.
LO PEOR:
- Su larga duración.
- Unos personajes que no evolucionan.
- Los debates morales que enseña pero no quiere plantear.
Matías G. Rebolledo