KAGEKI SHOUJO!!, HERIDAS TRAS EL TELÓN
El trauma es un concepto propio de la ficción. Pensamos, las muchas de las veces, como un elemento disociativo, como una forma de representar realidades alternas que nos alejen, precisamente, de ese trauma. Pero la ficción también puede ejercer de espejo, formar paralelismos y establecer metáforas y cambios sobre ellos para disfrazar la realidad con una fantasía en la que hacerla, como mínimo, un poco más ajena a nuestras propias vidas.
Boy meets Maria, incluso siendo una obra increíblemente importante para mí, cruzaba esa línea para afrontar el trauma y convertirlo en parte esencial del cambio. Una justificación al trauma que lo enfrenta casi como un mal necesario para abrazar nuestra propia identidad. Una incomodidad que, aún a día de hoy, me hace dudar de la relación entre ambos conceptos.
Kageki Shojo!! también es partidaria de esa dicotomía. Pero lo hace, no obstante, con una dualidad que parece jugar a ambos lados del tablero. A veces como agresora, a veces como protectora. Porque si bien asociamos, por desgracia, el trauma a todo aquello que escapa de la normatividad, darle la espalda, negarlo, no supone más que un intento de negar la realidad.

Heridas tras el telón
La obra de Kumiko Saiki es un hervidero constante. Una obra que te invita a través de su representación de la mítica compañía Takarazuka pero que acaba abriendo y mostrando todo un complejo de sangrados personales que amenazan con hacer saltar las alarmas de forma constante. Una idea peligrosa, que confraterniza y lucha con algunas sensibilidades —estáis avisades si seguís leyendo estas líneas: hay referencias al abuso sexual, la pedofília, el bullying y los trastornos alimenticios— que la convierten en toda una bomba.
Con las artes escenicas como trasfondo y, más concretamente haciendo referencia a la compañía japonesa Takarazuka —una compañía teatral formada únicamente por integrantes femeninas y con un largo historial de éxitos. A su elitismo y a su tradicionalidad. Con esas, la serie adaptada por Pine Jam nos introduce a Ai y Sarasa, dos estudiantes que consiguen acceder a la ficticia compañía Kouka, cada una con una personalidad diametralmente opuesta.
Y es que los primeros minutos de Kageki Shojo!! son ya una mecha llegando a su fin. Queda claro que Ai arrastra un enorme trauma tras sí misma que limita sus interacciones sociales y la hace incapaz de relacionarse en la menor medida con el género opuesto. Sarasa, sin embargo, parece ser capaz de superar su propias aflicciones y enfrenta la realidad con una enorme sonrisa y una complicidad capaz de devorar el mundo. Una relación tópica y que, sin embargo, se convierte en el mayor atractivo de la serie por la forma en la que cura y acompaña a sus protagonistas.

Traumas: la forma del miedo
Y es que la inocencia de Sarasa y su particular potencial pronto devora todo el protagonismo de la obra. Es una chica diferente, increíblemente alta, capaz de evitar los prejuicios y anteponer su propio pensamiento. Un pequeño rayo de luz que brilla con la fuerza de mil soles sobre un escenario marcado por la profunda oscuridad que nace de los conceptos normativos, estéticos y elitistas que se forjan en la academia.
Queda claro que arrastra sus propios traumas, pero también que es capaz de ahogar sus demonios y pasar por encima de ellos. Una dualidad que choca con la realidad de Ai, una chica esquiva y fría, dominada por su propios temores y presa de una vida recluida, expuesta a una constante narrativa de la que es incapaz de escapar. Y es que, pese a su capacidad de hablar de forma extensa y técnica del mundo teatral —este concepto no falta nunca en la obra—, Saiki se centra particularmente en cómo resulta una vida dominada por el terror.
No tardamos en descubrir que Ai es una ex-idol expulsada de su grupo por insultar a un stalker. Otra puerta que nos arroja a la problemática que despiertan este tipo de grupos y sus seguidores. Pero la serie va más allá de eso y nos abre las puertas al corazón de la chica y el centro de sus traumas: el abandono emocional en su infancia y el abuso sexual de su padrastro.

Y es que Kageki Shojo!! juega constantemente con fuego. Una forma de exponer el miedo y representarlo siempre de forma gráfica, que amenaza a veces con la confusión de no saber si confraterniza con él o simplemente lo representa. Ai es presa constante de su temor hasta el punto de que su agresor siempre es representado con una personaje con media cara en sombras. El origen de su trauma, una persona que la expone a la más fría realidad y que, además, le despoja de su propio espacio seguro: no solo de su casa y todo lo que representan las cuatro paredes, sino también de su propia apariencia y la identidad que forja en torno a ella, a causa de ser el motivo de atracción de su agresor.
Pero a la vez que la serie oculta y deshumaniza a su padrastro, se atreve a mostrar por completo a su stalker de forma progresiva. Una crítica, de nuevo, al mundo idol y el comportamiento de sus fans y que, sin embargo, utiliza como redención. No solo justifica al hombre, al explicar cómo el descubrimiento de Ai le lleva a abandonar su condición de hikikomori, sino que busca el perdón tras excederse al cogerle las manos en una convención y confesarle su amor, siendo el desencadenante de la expulsión de la protagonista.
Es un juego de humanización y deshumanización que habla sobre la obsesión y el camino hacia la agresión. Un tira y afloja que, a su vez, despoja y devuelve a la chica su propia identidad. Un trauma constante que convierte en núcleo de su vida y con el que juega, casi quemándose, mostrando el lado más oscuro del hombre, pero también abriendo la puerta a la salvación, el error y el perdón.
Ella, caballero
Sarasa es la pieza que falta en este rompecabezas emocional que Kageki Shojo!! representa en sus primeros cuatro capítulos. Es ella quien se convierte en escudo de Ai. Es ella quien rechaza los ideales de Kouka. Quien, en un cuerpo fuera de lo normativo, no entiende los motivos por los que se establecen los roles dominantes.
Su personalidad soñadora y tan en la línea del shonen clásico es todo un choque para el tono autodestructivo de la serie y, a su vez, esa mitad que lucha y tumba la idea del trauma. Es Sarasa quien tiende puentes con el stalker, quien le da un voto de confianza y descubre que su intención no es sino disculparse por haber idealizado a su compañera tras haberse convertido en el motivo por el que consiguió abandonar su infierno personal.
Es Sarasa la única persona capaz de hablar con Ai de corazón a corazón, recordándole que es más fácil odiar que luchar contra el miedo. Y es en ese momento cuando Kageki Shojo!!, pese a sus referencias al trauma, descubre que su intención no es otra que la de escapar de él. Romper con esa narrativa que nos controla y atenaza cuando dejamos que el miedo corra libre a través de nuestra mente y sentimientos.
Al final, la representación del acoso es sólo una pequeña piedra de lo que representa la serie. El trauma sigue allí, y la recuperación de Ai será larga. Quizás nunca pueda recuperarse del todo. Pero mira hacia adelante. Y delante, por desgracia, nos esperan nuevas muestras de esa misma oscuridad. Su cuarto capítulo finaliza con los efectos del bullying y la presión, con Yamada encerrada en el lavabo. El acoso y el abuso, por lo tanto, solo es una parte de lo que pretende mostrar.
Reconozco que incluso mientras escribo estas líneas siento algo de preocupación por cómo Kageki Shojo!! habla y representa tantos traumas. Entiendo, por supuesto, su necesidad de representación como denuncia —y, por desgracia, no hace falta leer demasiado sobre la serie para encontrar a personas que se identifican con el trauma de Ai— y agradezco sobremanera la introducción de Sarasa y su forma de lidiar con los conflictos de forma real, buscando soluciones y no escondiéndolos bajo la cama.
Sigo pensando que la adaptación de Pine Jam es una bomba de relojería. Una bomba que convierte la ficción en algo afilado pero que no deja de ser un espejo de cientos y miles de realidades. Un camino de luces y sombras representado por la oscuridad del ser humano y el optimismo de ir más allá del mismo. Un camino del que nos queda mucho por ver pero que, por el momento, es tan afilado como lo puede ser la realidad para muches.
Óscar Martínez