CRÍTICA: JUSTICIA ARTIFICIAL
ANTECEDENTES
Simón Casal cuenta ya con un recorrido nada desdeñable en lo relacionado con el audiovisual de corte judicial y social. En 2019 fue reconocido con el Gran Premio del Público en el Festival Internacional de Documental Histórico FICAB’21 por O Reino Suevo de Galicia, que cuenta la historia de cómo en lo que hoy conocemos como Galicia se estableció el primer reino medieval de occidente. The Gourougou Trial, película escrita por él y codirigida por el videoperiodista Mikel Konate, la periodista Maribel Izcue y el fotoperiodista Santi Palacios, y que sigue el juicio contra el Estado Español ante el Tribunal Europeo de Derechos Humanos por su política de devoluciones en caliente en la frontera con Marruecos, fue seleccionado para los prestigiosos SIMA Awards, participó en el Guangzhou International Film Festival y puede verse actualmente en Netflix. En 2022, RTVE estrenó el documental Justicia artificial, realizado como investigación previa al largometraje de ficción homónimo que hoy nos ocupa.
LA PELÍCULA
Ambientada en la España de un probable futuro próximo, Justicia artificial se desarrolla durante la cuenta atrás entre la convocatoria y la celebración de un referéndum con el que el gobierno del país pide a la ciudadanía que vote a favor o en contra de la aprobación de un sistema de Inteligencia Artificial que automatice gran parte de las funciones de los jueces y juezas y, en la práctica, acabe por reemplazarlos. En este contexto, dos hechos sin aparente relación afectan de manera capital a la ya de por sí tensa campaña electoral: por un lado, el fallecimiento en un accidente de tráfico de Alicia Kóvack, la creadora de la Inteligencia Artificial Thente, justo después de haber expresado ante los socios de su empresa sus dudas al respecto de la implantación de su sistema en la Administración de Justicia; del otro, la invitación que los responsables de Thente extienden a Carmen Costa, magistrada que disfrutó de cierta popularidad unos años atrás por haber plantado cara a una gran compañía de suministros eléctricos, para que audite el sistema, le dé su visto bueno ante la opinión pública y decante así el referéndum.
Con este punto de partida, ciertamente interesante, la película propone un thriller en extraño equilibrio entre el drama judicial y el cine negro. Trenza de forma atrevida, aunque con resultados irregulares, la investigación de la muerte de la que en inicio parece el personaje principal (Kóvack, una ex hacker reconvertida en empresaria de éxito, interpretada por Alba Galocha) por parte de la verdadera protagonista, la jueza Costa (una muy solvente Verónica Echegui), mientras esta trata de gestionar la presión a la que se ve sometida por parte de los dos bandos enfrentados en la votación popular así como de de dirimir por sí misma las cuestiones éticas que la situación plantea.
Y es que la ética es algo esencial tanto para el fondo como para la forma en la trama de Justicia artificial. Determinados dilemas y disyuntivas morales, en concreto (aunque no solo) los relacionados con el uso generalizado de nuevas tecnologías y los posibles abusos y límites derivados de dicho uso cuando entra en conflicto con lo que hasta ahora estaba considerado como esencialmente humano, se presentan y desarrollan a lo largo del todo el filme, y llegan incluso a guiar la narrativa en más de un momento, durante los cuales se renuncia a la psicología de los personajes en favor del planteamiento del problema deontológico. Algo que, en un principio, promete un discurso intelectual más o menos elevado pero cuyo tono se va deslavazando hasta conducir al aburrimiento (y un poco también a la decepción) a causa de la reiteración de los mismos temas, la acumulación de debates estériles sobre ellos, la insistencia del guion en mantenerse artificialmente equidistante en estos y no resolverlos ni siquiera en el cierre de la historia y el recurrir a resoluciones simplistas de experimentos mentales como el dilema del tranvía o el problema de la habitación china a modo de deus ex machina.
Cabe reconocer el intento, bastante explícito, de los responsables de la película (desde el guion y la dirección a la fotografía, el diseño de sonido y la dirección de arte) por apartarse de los dejes del thriller español de los últimos años y acercarse al noir tecnológico por vía del cine negro nórdico contemporáneo. Sin embargo, la obra se ve demasiado lastrada, sobre todo, por lo irregular de su ritmo, que va decayendo de un muy dinámico arranque hasta un farragoso último tercio de metraje, cuando se han dado tantas vueltas a las mismas tesis, llegando a poca o ninguna conclusión, y se han repetido y estirado hasta lo absurdo tantas situaciones que no aportan nada ni al avance de la historia ni a la exposición audiovisual, que el interés en lo que se está contando y cómo se está desarrollando se desvanece por completo. Asimismo, lo poco cuidado de la mayoría de las actuaciones secundarias, que hacen de algunos personajes parodias involuntarias (como en el caso de la presentadora del programa televisivo de debate político o las voces en los servicios informativos) cuando no figuras de opereta, que tienden en exceso al tópico (el hacker convicto, el funcionario corrupto, el villano amable…), entorpecen la experiencia de visionado y restan mérito a la factura técnica.
ELLAS Y ELLOS
Entre el reparto de Justicia artificial destaca en solitario Verónica Echegui, piedra angular del resto, cuya interpretación de la jueza protagonista sostiene la trama al completo cuando la actriz está en pantalla y logra dar brillo íntimo y personal a un guion que tiende a despreocuparse de los personajes y que ni siquiera un actor del carisma y recorrido de Alberto Ammann, Goya al Mejor Actor Revelación por Celda 211 y uno de los secundarios importantes en la serie de Netflix Narcos, es capaz de dotar de humanidad o mínima autenticidad.
LA SORPRESA
La mayor sorpresa de la película es, sin duda, lo muy cuidado de su dirección de arte y su diseño de sonido, ambos de un gusto exquisito y puestos por entero al servicio de una propuesta formal que pretende, y consigue, ser novedosa.
LA SECUENCIA / EL MOMENTO
La excelente secuencia de apertura del filme, en plano cenital a través de la cámara de un dron que está analizando a tiempo real lo que capta, sitúa de golpe al espectador en el mundo hipotético que plantea la historia, define su estética y resulta sugestiva y poética.
TE GUSTARÁ SI…
Si sueles disfrutar del thriller español de la última década y buscas una historia que añada cuestiones de corte intelectual que guíen la acción y los giros de la trama.
LO MEJOR…
- Lo compacto de su escenografía: tanto la dirección de fotografía como la selección de localizaciones y el diseño de sonido forman un conjunto atractivo y evocador.
- Las interpretaciones principales.
- El intento por innovar en un género, el thriller, que empieza a perecer encorsetado en su acepción patria.
LO PEOR…
- El tiempo narrativo demasiado irregular.
- Las interpretaciones de algunos personajes secundarios.
- La falta de posicionamiento, en especial en su resolución.
Francisco Jota-Pérez