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Crítica final de I've Been Killing Slimes for 300 Years and Maxed Out My Level
ANIME / MANGA CRÍTICAS REDACTORES

I’VE BEEN KILLING SLIMES FOR 300 YEARS AND MAXED OUT MY LEVEL, UN BÁLSAMO PARA EL DÍA A DÍA

El slice of life no es ninguna novedad. El isekai tampoco. Y, lo cierto es, que el cruce de ambos géneros dista de serlo, de cualquier manera. Lo cierto, es que si bien es un espacio raro, el medio ha crecido de forma exponencial hasta tocar muchos de sus confines y dejar cierta tensión en la que es difícil adentrarse con novedades tan sustanciales que consigan redefinir cualquiera de los exponentes actuales.

La idea, entonces, es que I’ve Been Killing Slimes for 300 Years and Maxed Out My Level no reinventa la rueda. No reinventa nada. Hay tópicos, hay personajes cliché y multitud de escenas que recuerdo haber visto en esa o aquella otra obra. Y con todos esos clichés y repeticiones, la serie es una de las entregas que he seguido con más cariño durante los últimos meses.

Un rayo de luz

En marzo del año pasado hablábamos de como Animal Crossing: New Horizons no habría sido lo mismo —en el videojuego— si no hubiese sido por la aparición de la pandemia mundial. Y esta es una parábola que se aplica a I’ve Been Killing Slimes for 300 Years and Maxed Out My Level con la que todavía no consigo estar del todo de acuerdo.

Es evidente que la fatiga mental y emocional nos ha arrastrado a espacios libres de pensamiento. A obras cálidas y simples donde nuestro mayor esfuerzo sea esbozar una sonrisa mientras se desarrolla la acción. Pero siento que el amor que destila la serie en todo momento es mucho más que un parche para superar la situación. Es algo tan sincero como efectivo.

Me gusta hablar de series tiernas, es un hecho, y la adaptación de Revoroot no es una excepción. Pero más allá de su ternura o de su situación, me da la impresión de que la entrega de Kisetsu Morita es pura luz. Es una almohada donde descansar sin importar la situación o el momento. Pero no solo por su intención cariñosa, sino también por su mensaje.

El mensaje es importante

Y es que I’ve Been Killing Slimes for 300 Years and Maxed Out My Level está siempre repleta de mensajes. ¿Simples? Desde luego. ¿Importantes? También. El primero y el más usual es su crítica al crunch y el motivo por el que justifica la reencarnación de Azusa: ella muere por sobre esfuerzo trabajando — un factor no especialmente común en nuestro territorio pero demasiado patente en Japón. Un mensaje afilado en una sociedad con parámetros demasiado establecidos y aceptados —lo cuál resulta más peligroso todavía— que traza su propio arco personal a lo largo de todo la obra que, al final, acaba residiendo en la idea de hacer siempre lo que puedas pero nunca nada más allá de lo que sea necesario.

Es una primera piedra importante, que se conjunta con las particularidades de cada personaje. Laika (y luego Fratorte siguiendo sus pasos) es un recordatorio de que no debemos ser lo que somos por obligación ajena, sino lo que realmente queremos ser. Falfa y Shalsha tienen su propio arco familiar, pero también una muestra del perdón y la capacidad de curar y trazar vínculos. Halkara, aunque hace las veces del recurso cómico absurdo tan clásico del anime, es otro indicativo de los esfuerzos del sobretrabajo e incluso se antoja cierta crítica capitalista en sus líneas, mientras que Rosalie es, una vez más, la demostración de que siempre estás a tiempo para realizar aquello que quieres.

No son las únicas, por supuesto. Pecora aparece para mostrar las tensiones de la obligación. Un puesto que comparte las veces con Beelzebub. Mientras que las hermanas demoníacas protagonizan algunos momentos fraternales dignos de mención. Incluso Kuku tiene su espacio para hablar, no solo de lo importante que es buscarse a sí misme, sino también de los prejuicios y lo fácil que caemos en sus garras.

El paso más importante siempre es el siguiente

Siempre tiendo a buscar la obra tierna de la temporada. Esa serie con la que recargar pilas y sacar una sonrisa cuando el mal tiempo pone las cosas difíciles. Esa serie esta vez es The Slime Diaries. Es divertida, es tierna y es enriquecedora.

I’ve Been Killing Slimes for 300 Years and Maxed Out My Level es más que esa serie. Es una obra escrita con el corazón. Y tiene sus menos, por supuesto, pero en términos generales, no conquista por lo que narra, sino por como lo hace. Por saber convertirse en un hombro en el que apoyarse, pero también por saber dar en el clavo a la hora de pronunciar las palabras que tocan, semana a semana.

No deja de ser un disparo al aire. La cultura del sobretrabajo y la explotación laboral siguen ahí y la consciencia de la serie no busca tanto el cambio sino ejercer de bálsamo. Con todo, no deja de ser una realidad el hecho de que el bocado más dulce de la temporada me lo he llevado con Kisetsu Morita y su narrativa. Un bocado del que espero más y dudo que vaya a olvidar pronto. I’ve Been Killing Slimes for 300 Years and Maxed Out My Level es la perfecta demostración de cómo se pueden moldear los tópicos para dar luz a una entrega accesible y capaz de curar las heridas del día a día.

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Óscar Martínez

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Escribo más que duermo. Ávido lector de manga y entusiasta de la animación japonesa. Hablo sobre ello en mi tiempo libre.