CRÍTICA DE TOKYO GHOUL:RE 08
Pierrot no entiende a Sui Ishida. No entiende a Tokyo Ghoul:re. Es una forma dura —os aseguro que más para el crítico que para quien lea estas palabras— de iniciar esta crítica. Pero tampoco se me ocurre otra más correcta para poder encajar el trabajo del estudio en la obra de Sui Ishida.
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¿Que es Tokyo Ghoul? Lo cierto es que la animación de su versión anime es tan difusa que sus propios compases son ya incapaces de responder a esta pregunta. Pero, en esencia, Tokyo Ghoul es una obra de tintes oscuros, melancólicos, trágicos. Pero también viscerales. Críticos con la sociedad, pero también abiertos a mostrar la oscuridad que la recubre y le da forma en nuestras sombras.
Lazos familiares
El propio principio de este episodio es una confirmación de los hechos expuestos anteriormente. No es solo que olvide sus orígenes y el arte de Sui Ishida. Es que incluso si obviamos el hecho de que se trata de una adaptación su narrativa tiene una impotancia nimia. Los eventos se cuentan de forma desordenada, sin gracia alguna.
Entendemos que Kanae y Tsukiyama tienen una relación especial. Pero, ¿porqué? Pierrot no se molesta en explicarlo y tampoco parece sentir una importancia vital en este punto. Pero tras esos hechos se esconde una historia de sacrificio. Una historia trágica, que conlleva como resultado una relación de lealtad. Un desarrollo de personajes.
No hay conexión, no hay emotividad. No hay motivos para emocionarse. Tampoco los hay para sorprenderse. La escena en la que Kanae se golpea contra el árbol tiene un deje humorístico donde debería pintarse la angustia, la desesperación. Pero no siento nada.
Las escenas entre Tsukiyama y Kanae me recuerdan irremediablemente a la relación entre Zack y Cloud, de Final Fantasy VII. Especialmente en los momentos finales del primero. Es una escena impactante, con un peso emocional tan grande que es difícil no verse marcado por ella. Si bien, en Tokyo Ghoul no contamos con el uso de los scripts para narrar su historia, hay espacio suficiente para hacerlo de forma correcta. Para hacernos sentir. Pero lo único que siento son sus compases musicales, sus tonos de piano. Unos que, a diferencia del Why de Ayaka, no consigue otorgar la fuerza suficiente a la obra como para salvarla de su propia maldición.
«¿Compensa?»
Hablar de como continúa este octavo capítulo de Tokyo Ghoul:re es difícil. No porque su contenido exponga argumentos de trato difícil. Sino porque su estructura carece de cohesión y sentido a lo largo de varios minutos. Nos encontramos ante un batiburrillo de escenas, de pequeños momentos en los que suceden cosas, «aquí y allá.
Tenemos, por un lado, a Shirazu, que sufre el terror de quien mata por primera vez. Una pesadilla que, por desgracia, vuelve a pintarse con cierto tono cómico. Como si el estudio quisiera apostar por cierto tono bizarro que no llegan a comprender y acabásemos en una escena a medio hacer que no sabe hacia donde mirar.
Tenemos un instante, un pequeño instante, en el que se enfoca al chico de forma lejana, distante. La relación con Sasaki, de un profundo carácter paterno-filial (una verdadera lástima que en el mismo episodio omitan una escena parecida en relación a Mutsuki) da paso a una revelación, la de la recompensa por el asesinato de Nutcracker, que convierte a los inspectores en asesinos, mercenarios.
«Mi recompensa por matar a Nutcracker… fue de 1.7 millones. ¿Compensa?».
«No lo sé».
El futuro de los Ghoul
Que la acción se enfoque en los Ghoul y lo haga de la forma en la que lo hace es loable. Porque, aunque sea por un instante, los humaniza. Es una escena que resulta calcada de la obra de Sui Ishida y por la que la animación parece mantener un respeto, pese a que pierda algunos diálogos que sirven de empujón para su desarrollo. La forma en la que Ayato —presentando desde siempre como un personaje descorazonado— es capaz de sentir algo por Hinami demuestra el tipo de persona que es la chica.
Pero su siguiente escena cae como una maza y destruye esa figura de cristal, esa falsa esperanza, que había construido segundos atrás.
«Yo soy yo. Tú eres tú». Sí, Tokyo Ghoul:re siente la relación Haise-Kaneki. No hace sonar Unravel pero está ahí, es importante. Sin embargo, Hanami tiene tan poca presencia que pasa inadvertida. Deberíamos poder hablar de una escena con un peso importante. El primer contacto del chico con su pasado, el hecho de que se encuentre separado de su vida anterior por un cristal. Pero no. Es un momento insípido, que no siente nada por quien es o quien fue Kaneki. Pero lo peor es que no siente nada por la pequeña Fueguchi, quien se sacrifica por salvar al que considera su hermano.
Pero no queda ya nada de él.
Kijima, Hori, Uta y Rose
El ritmo del capítulo sigue desenfrenado. Si bien, es cierto que las escenas anteriores merecían una mención por separado, las que les siguen son tan rápidas, tan atropelladas, que es difícil pararse a reflexionar sobre ellas.
La obra presenta a diferentes personajes pero no presta atención a quienes son. Destacan Kijima —como una representación de la frase anterior de Shirazu— e Ihei, el único personaje que logra contar con unos segundos de protagonismo para destacar lo despiadada que resulta pese a tu aparente tierna apariencia.
Entre otras también tenemos a Hori hablando sobre el sentido de la vida, escapando de unos inspectores, o a Sasaki visitando a Uta. Pero ambas escenas carecen del peso que necesitan. No tienen vida.
Esto nos lleva, de nuevo, a Ihei y Kijima, que combaten contra los Ghouls de la familia Rosewald. ¿Porque? ¿Como los encuentran? ¿Porque les persiguen? Ese tipo de detalles no tienen cabida aquí, mientras que su obra original dedica varias páginas a ello. Y lo peor es que la animación se muestra vaga, inconsistente. El momento en que Ihei esquiva los ataques de sus enemigos es mecánico, simplón. Como si la propia animación estuviese aburrida.
El renacer del Gourmet
Los compases finales del episodio no consiguen llegar a mucho más. Uno de los Ghouls es capturado y Kijima, de nuevo, demuestra ser poco más que una mente retorcida — como su propia figura, en representación física de su psique.
Pero lo importante es que, con una escena que se aproxima más al nivel de lo esperado, Tsukiyama despierta de su letargo. Abandona la locura a la que se abrazaba y se refugia en la esperanza, en Kaneki. En Haise Sasaki.
Es doloroso llegar al final con una sensación que se aleja del sentimiento agridulce que destilaban entregas anteriores, es incluso más descorazonadora. En mi última crítica, la referente al episodio cinco, hablaba de Asphyxia y como encaja el término alemán Schadenfreudecon el sentimiento oscuro con el que el maestro Ishida pinta cada una de sus escenas.
Pero a cada paso me siento más incapaz de encontrarlo en los compases de su adaptación. No es solo que Pierrot no sienta nada por el trasfondo original, es que son incapaces de entregar un guión cohesivo. Elementos atropellados, escenas sin sentido, falta de cariño… Como si fuese devorada por sus propios ghoul.
Óscar Martínez
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