El Palomitrón

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Kevin Costner Criminal El Palomitrón

Cuando muchos actores de renombre se unen a un guion descabellado, los resultados suelen ser hilarantes. Las bellas florituras de un casting efectista unidas a una desastrosa construcción de diálogos, una narrativa artificiosa basada solo en giros de guion pretendidamente espectaculares, pero con alma de serie B, o simplemente un argumento completamente absurdo que no permite ni la suspensión de credibilidad necesaria para ver cualquier película son la premisa de risas involuntarias a lo largo y ancho de toda la sala de cine. ¿O acaso no les apetece encerrarse durante poco menos de dos horas en un cine, concentrados en un reparto que parece salido de un disparatado crossover de diferentes líneas temporales del universo cinematográfico de DC (Kevin Costner, Ryan Reynolds, Tommy Lee Jones, Gary Oldman, y Gal Gadot), tratando de vendernos una historia sobre trasplantes de memoria, sociópatas que descubren el significado del amor y un malvado anarquista español interpretado por nuestro compatriota Jordi Mollà?

El espectador que, ávido de desenfreno cinematográfico, puede acercarse esperando que alguno de los renombrados actores decante la película hacia una posición de agradable ligereza veraniega descubrirá muy pronto que cada decisión del director Ariel Vromen (cuyos experimentos indie son mucho más interesantes que este desastre de proporciones bessonianas) empuja la película hacia una espiral de estrés oligofrénico, mientras Kevin Costner deambula por una ciudad que no conoce, metiéndose en peleas por un kebab, y recordando fragmentos de la vida de otra persona, convirtiéndose en un psicópata cada vez más inestable.

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Así, cuando Ryan Reynolds, perseguido por el grupo anarquista, muere en un edificio abandonado del centro de Londres, la CIA activa un programa de trasmisión de memoria para recuperar un maletín lleno de dinero y un hacker que podría destruir el mundo solo con pulsar unas teclas. Kevin Costner acaba con los recuerdos de Reynolds en la cabeza, y la película comienza a ir a la deriva en lo que al principio es más un problema de tono erróneo que del propio argumento. Gary Oldman grita como un desesperado para abrirse camino entre secuencias, enterrado bajo la acumulación de clichés que es su personaje, y Tommy Lee Jones aparece cuando la trama le necesita, observando los frutos de su experimento con ojos de vergüenza. Corren la misma suerte los villanos de la función (interpretados por Mollà y Michael Pitt), profundamente planos, desprovistos de una verdadera motivación, descaradamente subdesarrollados, esa subespecie que solo habita en las malas películas.

Nada en la película brilla o muestra un atisbo del genio de los que en ella han trabajado. La cámara de Vromen, alborotada e incapaz de encuadrar la acción de una forma amable para el espectador, se mueve sin orden ni concierto por los disparatados set-pieces en la ciudad de Londres. El guion de Douglas Cook y David Weisberg, que alcanzaron la cumbre de sus facultades escribiendo la obra maestra de Michael Bay (La Roca), respalda su narrativa en un devenir propio de las películas de espías de los tiempos de la guerra fría recubierta por una pátina de modernidad tecnológica, y falla estrepitosamente al tratar las motivaciones y dudas del Frankenstein en el que convierten al personaje de Kevin Costner.

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Pero pese a esta exasperante falta de ingenio, suspense o creatividad, su absoluta falta de coherencia argumental, y sus insultantes y ridículos diálogos (el hecho de que cada línea de diálogo esté actuada con absoluta seriedad lo hace todo mucho más gracioso), Criminal nunca se vuelve aburrida: entre tiroteo aburrido y allanamiento de morada, uno siempre encuentra un alocado giro de guion, una absurda conveniencia o una desatada aparición de Gary Oldman.

 

LO MEJOR:

  • La película es tan terrible como entretenida.

 

LO PEOR:

  • Las actuaciones.
  • Los villanos unidimensionales.
  • La dirección.

 

Pol Llongueras

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