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CINE Y ARQUITECTURA (I): ARTE Y TÉCNICA

La relación entre las diferentes artes y el crecimiento y expansión de cada una ha otorgado al cine herramientas para acabar convirtiéndose en una de ellas. Podríamos considerar que el cine es el ejemplo de expresión artística en el que cabe todo. Se apoya en la pintura, la literatura, la música, la danza, o la fotografía (su familiar más directo) para construir su discurso y llegar a contar una historia.

Sin embargo, echando la vista al pasado, el arte primigenio ha sido la arquitectura, pues podríamos estar hablando de la forma de expresión artística más antigua. No deja de ser curioso observar la gran cantidad de similitudes que podemos encontrar entre el séptimo arte y el primero, siendo uno tan antiguo y el otro tan actual. No nos referimos a los contenidos o a las obras en sí, sino a una cuestión formal. Hablamos de la manera de contar y afrontar un proyecto arquitectónico o cinematográfico, que llama la atención porque se deben considerar unos principios particulares y concretos bastante parecidos.

Arrancamos esta serie sobre Cine y Arquitectura poniendo en relieve las similitudes básicas entre ambos oficios. Es común que se establezcan relaciones entre ambas disciplinas haciendo analogías acerca del uso de los espacios o la construcción de decorados, lo que es básicamente relegar el papel del arquitecto en el cine al de director de arte o atrezzista. Si bien esto puede llegar a ser una aproximación certera no deja de ser muy superficial. Si nos centramos en el rol que ocupa el arquitecto en la construcción o el cineasta en la producción llegaremos a la conclusión de que el punto básico y principal que comparten ambos artistas es el de la mirada. Una mirada metodológica, espacial, contextual y analítica, pero también una mirada artística. Con el fin de alcanzar un conocimiento extraordinario del medio en el que introducir el proyecto. Un medio físico, pero también temporal.

Para alguien externo a cualquiera de los dos mundos o a ambos, puede no resultar sencillo encontrar una similitud evidente que haga particular esta conexión entre cine y arquitectura. En muchas ocasiones el cine se ha concebido como respuesta a una necesidad de pasar el tiempo y la arquitectura como una necesidad para habitabilidad. De una manera más general quizá sea necesario dar unas pautas acerca de lo que podemos entender como arte en nuestro siglo.

Cine Universum (1927-28) de Erich Mendelson, en Berlín (Alemania)

NECESIDAD EXIGIDA Y ARTE DESDE SU CONCEPCIÓN

La arquitectura no se convirtió en arte la primera vez que el hombre construyó una proto-vivienda, allá en la prehistoria. Las primeras viviendas del neolítico surgieron ante la necesidad vital del hombre por refugiarse de la lluvia, el sol, el frío o los animales salvajes. Los primeros atisbos de intención artística los encontramos en la construcción de menhires y dólmenes en la misma época, y, más tarde, con la edificación de pirámides y zigurats. Estas construcciones no atendían a una necesidad práctica ni eran la solución a un problema vital. El hombre, en busca de una superación antropológica, desarrolló monumentos para el culto a sus muertos y a sus dioses, y encontró en la arquitectura un modo de expresión casi mágico. Las formas y materiales eran capaces de transmitir sensaciones ante los observadores y la practicidad no era una prioridad, sino un requisito más a tener en cuenta en unas obras que fueron tornándose cada vez más complejas.

El cine no se convirtió tampoco en arte la primera vez que una película fue proyectada. Los primeros films, hacia finales del siglo XIX, eran películas mudas con imágenes de la vida cotidiana, cuyo principal objetivo, sin pretensiones de ningún tipo, era el de entretener al público. El cine explotó su capacidad artística no muchos años después de su nacimiento, durante el auge del expresionismo alemán y con la fundación de la sociedad productora Film d’Art en Francia a principios del siglo XX. Las proyecciones en las grandes salas, influenciadas por los recursos del teatro, empezaron a tener la intención de contar una historia, lo cual, por otro lado, contribuyó a un desarrollo técnico. Llegado a este punto, como cualquier otra forma de arte, los cineastas encontraron, en las proyecciones, un medio que contaba con la posibilidad de conmover y emocionar a los espectadores.

Por estas razones, podríamos llegar a la conclusión de que una disciplina se considera arte si ésta se esfuerza por establecer una relación antropológica, psicológica y emocional con la sociedad general, y con cada ser humano en particular. En otras palabras: que le haga relacionarse íntimamente y hacerse preguntas. Que esto llegue a conseguirse o no, depende de una serie de elementos que podríamos resumir en tres: el momento técnico, el momento cultural y la habilidad del autor. Y esto resulta aplicable a cualquier tipo de arte.

En estas líneas nos encontramos hablando de las ‘artes’, pero simplificar la relación entre cine y arquitectura solo a que ambas se encuentran en ese grupo es quedarse muy corto.

Sin duda, podríamos definir ambas disciplinas como el ‘arte técnico’. Ambos se tratan de campos en los que, previamente, se requiere un gran esfuerzo creativo para producir las ideas, (dibujos, planos, secuencias, guiones…), pero que irremediablemente necesitan un apoyo técnico posterior (construcción, realización), basado en la organización, la meticulosidad y el compromiso, sobre el que en muchas ocasiones el creador no tiene control total. Esto puede dar lugar a que en muchas ocasiones este proceso sea más importante que la idea en sí, pues a veces puede obligar a modificar elementos de ésta. Este proceso técnico es un componente crucial, que no necesariamente deben sufrir el resto de artes, y que es capaz de determinar que la obra tenga éxito o no.

Peter Greenaway, cineasta británico muy vinculado a la arquitectura, en una ocasión y con cierto pesimismo, dijo lo siguiente:

‘Hay una clara analogía entre el proceso de fabricación de una película y el de un edificio […] como los realizadores, los arquitectos conciben grandes proyectos que ponen en juego importantes presupuestos y que acaban por no realizarse nunca. Además, en torno a las dos profesiones se encuentra la misma muestra heterogénea de personajes: productores, financieros, organizadores, críticos, público, etc. Después de haber empleado tiempo, dinero, e imaginación, tanto el arquitecto como el realizador, pueden, a fin de cuentas, ver cómo se echa a perder su proyecto.’

El objetivo más importante del creador en las artes técnicas es, a pesar del esfuerzo y compromiso que conlleva, lograr que el resultado final sea lo más parecido a su obra preconcebida. En ocasiones, trabas en el desarrollo técnico pueden ser capaces de convertirse en virtudes y provocar que se produzcan modificaciones que incluso mejoren la idea original. Es una responsabilidad del autor, valorar la situación y adaptarse a posibles cambios. Hacer del proceso técnico una virtud, no un lastre.

El vientre del arquitecto (1987) de Peter Greenaway

UN ARTE RENTABLE

Cuando hablamos de momento o contexto técnico, nos referimos a la relación que existe entre arte y tecnología en un tiempo determinado, en el cual los dos se retroalimentan y evolucionan juntos. El ser humano siente una necesidad de creación artística, y busca y desarrolla medios para llevarla a cabo, y a su vez, elementos tecnológicos ya desarrollados se ponen a disposición del hombre para que este cree sus obras, siendo incluso capaces de inspirar. Así pues, el momento técnico depende en gran parte de las necesidades culturales que la sociedad haya tenido hasta entonces.

Las grandes obras se caracterizan por estar ubicadas en un contexto técnico y cultural adecuados. Sumado a esto, la habilidad con la que el creador cuente influye en la medida en la que sea capaz de crear obras nunca vistas, que aborden temas inéditos o su forma sea particular, y que sobre todo, consiga que el espectador se haga preguntas que nunca antes se había hecho. Si alguno de estos elementos falla, el éxito de la obra no está garantizado, pero realmente ¿Qué podríamos decir que es una obra exitosa?

La calidad del arte es un tema en constante discusión para el que no existe una respuesta unánime. El arte no es matemático, sin embargo existen una serie de parámetros, propios de cada disciplina, en el cual las obras se mueven y hacen que sea sencillo establecer un mínimo criterio común en la mayoría de los casos (un aprovechamiento efectivo del espacio en arquitectura, un guion sin agujeros en cine etc.). A nivel general, las obras artísticas de primer nivel no suelen ser comerciales, pues su mayor propósito no es contentar a un amplio público o hacer dinero, para ellas tiene más importancia trascender. Hablamos de obras con el objetivo de innovar y convertirse en ejemplos a seguir en un futuro.

La explotación comercial y el consumo de masas es aún más evidente en campos como el cine o la arquitectura, seguidos de cerca en los últimos años también por la música o la literatura. La razón de esto es debido, en su mayor parte, a las muy altas inversiones que se necesitan para sacar una película en cartelera o para construir un edificio. Nos encontramos en la actualidad con una producción incansable e innecesaria que crea piezas, que en lugar de acercar al ser humano al arte, hacen que se distancie aún más de él, pues ni tan siquiera se le da la oportunidad de intentar comprenderlo. Hechos como la construcción de chalets adosados en la periferia de las ciudades, en los que un modelo de casa funcional es el mismo para veinte vecinos, o la producción en serie de películas de acción banales con el famoso de turno como protagonista, provocan que el público pierda totalmente su interés en desarrollar un criterio, y condenen el cine y la arquitectura a su función primigenia, la de cumplir con una necesidad.

Teatro Barceló (1930) Luis Gutiérrez Soto, en Madrid (España)

SENCILLEZ EN UN MUNDO COMPLEJO

Visto esto es importante hacer hincapié en la responsabilidad didáctica que ambas artes poseen. Tienen el compromiso de educar a la sociedad, pretenden crear criterio, establecer las diferencias y relaciones entre la objetividad y la subjetividad, y desarrollar una postura receptiva ante las nuevas obras.

Actualmente, podríamos asimilar que el cine y la arquitectura trascendental se encuentran en una tendencia similar. Los artistas aspiran a buscar una sencillez que, en medio del caos tecnológico-social de la modernidad, consiga verse como un gesto humilde para otorgar respuestas a preguntas que se ven emborronadas en un mundo cada vez más variado y concurrido. En una sociedad agobiada, la existencia de un vacío puede aportar cierta tranquilidad. Es la forma en la que cine y arquitectura pueden mostrarse de una manera más sensible e íntima. Hay una intención de crear un ‘todo’ a partir de elementos más sencillos, en el que el resultado final llega a ser más valioso que la suma de las partes. Puede existir un deseo de unificación y perfeccionamiento, y en el sentido más místico, una búsqueda de la superación humana.

Seguiremos hablando de los vínculos entre arquitecto y cineasta, y arquitectura y cine en entregas siguientes.

Pablo Sánchez

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