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BRAVA

Otra vez llueve sobre mojado para el cine español. En 2016, la recaudación descendía por segundo año consecutivo, como refleja el Anuario de la Academia de Cine, y en lo que va de año la taquilla nacional sigue en punto muerto igualmente. Pese al aumento de la venta de entradas en las salas, los taquillazos viajan al extranjero. Solo un título español se cuela en el top ten de lo más visto: Es por tu bien. Eso sí, si las temibles cifras patean de nuevo a una industria siempre al límite, nuestro cine les planta cara. Y lo hace a base de maravillosas creaciones y talento a rabiar. Al margen de los blockbusters a la española (la siempre agradecida comedia), filmes sin demasiada parafernalia (publicitaria) reman a destajo con humildes instrumentos para que el público les dé la oportunidad que merecen, y encuentran en la recomendación personal (pocas cosas hay más efectivas que el boca a boca) y los textos de medios especializados a sus armas más efectivas.

En esta nueva hornada de cine español resalta una triada de realizadoras catalanas. Las tres con largometrajes cimentados sin escatimar en ternura, sensibilidad y belleza. A las óperas primas de Carla Simón, que en estos días mantiene Verano 1993 en las carteleras con no pocas críticas entusiastas, y Elena Martín, que también ha cosechado buenas muy buenas sensaciones con Júlia ist, se suma ahora Brava, el segundo trabajo de Roser Aguilar (Lo mejor de mí).

Brava le ha costado una década de trabajo a su directora, aunque la recompensa ha sido una candidatura en la Sección Oficial del Festival de Málaga en la pasada edición. Tan a fuego lento se ha fraguado y con tanta delicadeza que la disección que imagina de la soledad y la violencia cotidiana en el largometraje duele más en pantalla por su contención y familiaridad.

Aborda un convulso viaje a lo más subterráneo y tormentoso de una mujer cualquiera residente en una ciudad cualquiera y con un trabajo tan intrascendente como la banca. Janine (Laia Marull) lo tiene todo controlado. Hasta que sufre una agresión sexual en el metro y su endeble realidad se desmorona. Huyendo de ese incidente que le despierta su lado más oscuro, escapa al origen, al pueblo donde creció. Pero el laberinto de culpa y dolor es demasiado enrevesado para que pueda salir tan fácilmente y sin nuevas heridas.

Sin embargo, Brava no es una historia de una crisis vital concreta. Más bien es el reflejo de una sociedad desvalida y miserable que se arrastra como puede hacia delante y tapa con débiles parches los agujeros negros de su existencia. De los límites a los que el ser humano puede llegar, aunque osadamente piense que no es capaz. De su maleabilidad e incoherencia innata.

Brava en El PalomitrónComo su anterior trabajo, el filme es una turbadora paradoja y una calculada intersección de matices, silencios y contradicciones visualmente sin objeciones. Apuntaladas en su protagonista, una deslumbrante Laia Marull (Pa negre, Te doy mis ojos) que da vida a un personaje tan poderoso como al borde del precipicio. De hecho, la película es ella y más de ella. Roser Aguilar apuesta por la sencillez sensorial y un ritmo pausado que no hacen sino apostillar la angustia y la asfixia de la protagonista. Tan espléndida es la interpretación de la actriz que consigue, incluso, dejar en un segundo plano al resto del reparto, unos más que dignos Sergio Caballero (La distancia) y Bruno Todeschini (La delicadeza), y al siempre incomparable Emilio Gutiérrez Caba (La comunidad, El cielo abierto).

En definitiva, Brava es una película de violencia no implícita. La que causa sentirse identificado con los oscuros de la protagonista aunque pese reconocerse en un ser atormentado, caótico y a ratos egoísta. “¿Qué haría yo si me pasara algo así? ¿Lo soportaría?”, se pregunta uno al ver pasar los títulos de crédito. Lo más angustioso es que no hay solución al acertijo. Existen ficciones moldeadas especialmente para incomodar, para dejar en el aire preguntas poco agradables de contestarse a uno mismo. Ese es, no obstante, su valor. Y el cine y la sociedad las necesita.

LO MEJOR:

  • La interpretación de Laia Marull.
  • La elegancia y la sencillez visual, fieles al cine de Roser Aguilar.
  • Crítica sutil a la violencia machista implícita en la sociedad actual.

LO PEOR:

  • La inconsistencia de la protagonista, que sufre una crisis vital quizás exacerbada.
  • El abuso de los sobrentendidos.

María Robert

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