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BIBLIOTECA: PICNIC A LA LUZ DE LA LUNA

“No, no lo saben. Deben de ser vivos que no tienen a qué aferrarse (…). No les importa si han entrado en la larga sombra del más allá”.

Estas navidades hemos tenido la suerte de que haya caído en nuestras manos Picnic a la luz de la luna, por cortesía de Orciny Press. Se trata de una novela de poco más que doscientas páginas que ganó el Premio Shirley Jackson a la mejor novela corta en el año de su publicación (2009). Como amantes del terror que somos, no lo dudamos ni un momento a la hora de devorar esta historia de fantasmas traducida por Hugo Camacho, antiguo compañero de El Palomitrón. E inevitablemente, encontrar el nombre de Nick Antosca coronando la portada del libro terminó de redondear nuestras expectativas.

Con solo 34 años, Antosca tiene un carrerón a sus espaldas. Ha sido guionista en Teen Wolf, Hannibal o El bosque de los suicidios. Y por supuesto, es el creador de Channel Zero, cuya tercera temporada (Butcher’s Block) se estrena en febrero. Picnic a la luz de la luna es el segundo de sus cinco libros publicados, y una vez más, deja bien patente el gusto del autor por lo extraño y tenebroso.

En mitad de una tormenta, un joven llamado Bram atropella por accidente al perro que siempre pulula por el bar que hay bajo su casa. El golpe no es fatal, y aunque el animal ha quedado gravemente malherido, para cuando el muchacho sale a auxiliarlo ya no hay rastro de él. Al día siguiente, uno de sus extraños convecinos le entrega un hatillo lleno de huesos. Su primer instinto es pensar que son del perro, pero en realidad son huesos humanos pertenecientes a un niño que fue asesinado cerca de allí antes de que Bram naciera. El espíritu del niño, Adam, se le aparecerá para que lo ayude a vengarse de su asesino, que aún está libre.

Las historias sobre fantasmas atados al mundo de los vivos por asuntos pendientes son muy habituales en el género de terror. Pero con Picnic a la luz de la luna, Antosca va varios pasos más allá: según este relato, la muerte del cuerpo no implica el final, sino que los propios espectros pueden morir por segunda y última vez. Así, la venganza que persigue Adam no se conforma con el ojo por ojo, y esto es lo que llevará a Bram a transitar en compañía del niño fantasma por una especie de limbo poblado tanto por muertos como por un puñado de vivos que no parecen estarlo. Es curioso cómo, a pesar de haber fallecido, el pequeño Adam es quien «más vivo» está. Su espíritu es un pozo de rabia y rencor, pero estos sentimientos nos llegan como mucho más reales y viscerales que los de cualquier otro personaje de la novela. Bram como contrapunto (o su vecina Marian) son ejemplos perfectos de la indiferencia total ante la existencia. Son dos personas que, pese a su juventud, pasan por la vida como zombis.

Si nos paramos a pensarlo, hay muchas personas que viven con esa pasividad. En el mundo creado por Nick Antosca serían técnicamente tan parecidos a aquellos que ya no están que podrían haber acabado mezclados entre ellos sin darse ni cuenta. Picnic a la luz de la luna es un libro bastante reflexivo, pese a lo que pudiera parecer a primera vista, y su autor logra contagiar al lector de la apatía y tristeza de sus personajes mientras recorre sus páginas. No es, desde luego, un ejemplar que deba estar simple y llanamente clasificado como «novela de terror». Podéis comprobarlo en el siguiente extracto:

«Estar muerto es como flotar en el agua caliente de un mar negro, con cosas que conocías y que también flotan a tu alrededor. Y todo está bien, pero es un poco triste, y a veces te da la sensación de que oyes a la propia agua que te susurra y te dice cosas como «shhh« y «no pasa nada«. Es como cuando una persona que siempre está deprimida te dice que todo va a ir bien».

La novela está contada en primera persona por un narrador omnisciente, y emplea un lenguaje poético y casi romántico marcado por la decadencia y el vacío de los escenarios que describe. El estilo del autor es muy visual y, al mismo tiempo, invita al lector a construir en su cabeza un entorno muy particular y personal. El limbo del que hablábamos es un mundo distorsionado, como un plano paralelo que estuviera parcialmente solapado al mundo de los vivos. Cada uno de los lugares de esa realidad está levantado gracias a la memoria y los recuerdos, siempre esbozados entre la bruma de luces de neón, gasolineras, centros comerciales y carreteras interminables.

Nick Antosca nos sumerge en un cuento sobre la soledad y la impasibilidad vital del ser humano cuando no se tienen sueños ni ilusiones, invitándonos a un picnic a la luz de la luna tan amenazador como melancólico.

 

Aitziber Polo

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Criminóloga con sueños de directora. Pisé el cine por primera vez a los dos años. Con siete vi cómo un cocodrilo gigante se zampaba una vaca entera de un bocado en Mandíbulas, y empecé a leer a Stephen King (y así me he quedado). Mi película perfecta tendría guión de los Coen, banda sonora de Zimmer + Horner y plotwist made in Shyamalan.