BIBLIOTECA: ELOY DE LA IGLESIA. EL PLACER OCULTO DEL CINE ESPAÑOL
Esperpéntico, maricón, provocador, innecesario, polémico, drogadicto, excesivo, rojo, escandaloso. Estos son sólo algunos de los muchos adjetivos que el director Eloy de la Iglesia y su trabajo recibieron durante todos los años que estuvo en activo dedicado a su gran pasión y adicción que mil veces reivindicó: el cine. Eloy de la Iglesia (Zarautz, 1944 – Madrid, 2006) ha sido uno de los directores más polémicos de nuestro cine, muchas veces denostado y pocas veces aclamado cuando seguía vivo, pero con una inmensidad como pocos han sabido tener y que sigue creciendo con el paso de los años. De la dimensión de su cine, que ha sobrevivido a las críticas furibundas a izquierda y derecha, dan muestra los diferentes artículos en el ensayo que la editorial Dos Bigotes ha publicado a cargo del trabajo de coordinación de Carlos Barea, Eloy de la Iglesia. El placer oculto del cine español.
A través de este ensayo colectivo, la Editorial Dos Bigotes nos permite acercarnos a una de las figuras más importantes de nuestro cine, un director capaz como pocos de plasmar varias fases de la historia de España cuando empezó a dirigir en el lecho de muerte del dictador con películas como La semana del asesino (1972), narró los intensos y violentos años de la Transición en la segunda década de los 70 con títulos como Los placeres ocultos (1977) o El diputado (1978) y finalmente exploró los suburbios ya en los 80 cuando la fiebre de la heroína campaba a sus anchas con estrenos como Navajeros (1980), El pico (1983) o La estanquera de Vallecas (1987). Pese a su retiro de casi veinte años, todavía tuvo tiempo de rodar una película más, Los novios búlgaros (2003). Todo este trabajo inmenso lo hizo pese a las críticas tan inmerecidas que descargaron sobre sus películas al tiempo que rescataba del fondo de la sociedad lo más granado de los instintos humanos, los desvíos sociales y las normas no establecidas que tantos negaban en público mientras daba segundas oportunidades a actores encasillados como Carmen Sevilla o rescataba de la nada a desconocidos como José Luis Manzano.
El trabajo colectivo de este ensayo corre a cargo de Carlos Barea, nacido en Granada en 1987 y graduado en Publicidad y Relaciones Públicas por la Universidad Rey Juan Carlos. Con un trabajo en varios medios de comunicación y editor para diferentes sellos, además de coordinador de las obras Flores para Lola. Una mirada queer y feminista sobre la Faraona u Ocaña. El eterno brillo del Sol de Cantillana, ambas en Dos Bigotes; esta publicación de 2024 pretende abrir nuevas brechas por las que deba discurrir un nuevo discurso sobre el director vasco.
Si algo hemos de agradecer a este ensayo tan bien coordinado son las múltiples voces que nos acercan al trabajo de Eloy de la Iglesia desde múltiples facetas: nos adentramos en la marginación y en el lumpen desde el trabajo de Eduardo Bravo, entenderemos el momento histórico o su contexto sociopolítico gracias a la labor de Carlos Barea y Violeta Kovacsics, transitaremos los espacios urbanos de su cine gracias a Nicolás Grijalba de la Calle, Diana Aller nos narrará los márgenes de la normatividad que el director planteó en las relaciones humanas que había en sus películas, Juan Sánchez y La Caneli nos hablarán de los hombres y las mujeres que poblaron su cine, Francina Ribas Pericàs expondrá su cine desde el feminismo en un momento en que esta palabra era casi inexistente en el debate público español, Alejandro Melero nos abrirá las puertas del armario que tan bien supo abrir el director en su cine, abanderado del colectivo LGTBIQ cuando ni siquiera esas siglas existían; le acompañará David Velduque y su particular reflexión y diálogo con el director vasco y finalmente Vicente Monroy analizará el cine de Eloy de la Iglesia desde el género del terror, ese género donde tan buen acomodo han encontrado los miedos del colectivo.
Si bien sus películas siempre se relacionaron con los bajos fondos y con actores no profesionales convertidos en torrentes interpretativos, todos caídos por la heroína a lo largo de los años como fue el caso de José Luis Manzano, a lo largo de los años han pasado por sus películas grandes nombres de la interpretación en España como son Simón Andreu, la ya mencionada Carmen Sevilla, José Sacristán, Eusebio Poncela, una jovencísima Maribel Verdú e incluso un miembro de la Real Academia de la Lengua como José Luis Gómez. Pese al parón de varios años en su carrera cuando su adicción a la droga era demasiado evidente, en un momento en que el cine español sufría una transformación visceral con nuevos estándares comerciales y con la muerte nunca del todo aclarada de su actor fetiche y amante José Luis Manzano, los actores y actrices que con el director trabajaron nunca dejaron de admirarle y de agradecerle todas las oportunidades que le brindaron: Simón Andreu sería siempre fiel colaborador de su cine, Carmen Sevilla le agradeció mil veces haberla sacado del encasillamiento folclórico al que el régimen la había sometido y todos los actores no profesionales siempre le agradecieron la oportunidad de poder trabajar en el cine y traer el barrio a las pantallas.
Pese a que la figura de De la Iglesia es cada vez una figura más y más reivindicada gracias al trabajo colectivo de tantos cinéfilos que están rescatando sus películas del polvo del abandono, todavía su cine sigue siendo considerado un cine innecesariamente polémico y demasiado apegado a los bajos fondos y a los márgenes no sólo sociales, sino sexuales, de la sociedad. La publicación de la Editorial Dos Bigotes es no sólo una forma de rendir homenaje a un titán del cine español que en ocasiones fue incluso comparado con Pasolini, sino también un rescate bien merecido del polvo del olvido a alguien que durante muchos años fue considerado un marginado, conviviendo con marginados y haciendo cine para marginados. Quizás deberíamos dejar de quejarnos de que su cine no era cine de marginados y aceptar que sí, que lo fue, que abrió ventanas a una realidad que nadie veía y que trajo a las salas de cine todo aquello que vivía en los márgenes. Su cine fue un cine de los marginados, sí. ¿Y qué? Quizás necesitemos más de los márgenes en nuestras vidas normativas.
Javier Alpáñez