ALANIS
Una de las películas clave en la construcción del nuevo relato neoliberal del emprendimiento es, sin lugar a dudas, En busca de la felicidad (2006). La película dirigida por Gabriele Muccino nos planteaba en la cara la premisa básica de toda epopeya aislacionista: si perseveras, triunfarás por encima del resto. Nadie nos contó qué pasa cuando perseveras, insistes y hasta incordias, pero no prosperas. Ahora, la argentina Anahí Berneri nos regala en Alanis una reflexión preciosa (que no preciosista) y cruda sobre este último punto. La película, rodada con una elegancia magnífica, se ciñe al contrarrelato cultural de la Argentina oculta y mundana que nos pretende enseñar.
No esperen de Alanis una película bonita o encontrarse con edulcoraciones de la realidad. Uno de los primeros planos, el que precede a estas líneas, es toda una declaración de intenciones de la directora de Por tu culpa, entre otras. En él, vemos a la protagonista, Alanis, como a una Venus moderna, hiperrealista, asolada por el mal funcionamiento de una sociedad podrida hasta los cimientos. Amamanta a su bebé, recién duchada, inocente, limpia. Cuando termina, hace acto de aparición su proxeneta. Alanis es una prostituta.
La revelación, concebida como despertar primigenio de lo ignoto, no es más que el primero de mil y un giros que da la vida de Alanis en los poco más de ochenta minutos que dura el filme. Por si fuera poco, la película se apaga al negro justo cuando el espectador cree que puede empezar a respirar de alivio. Reconstruir una vida, sin dejar morir a la anterior. Eso es esta película.
Precisamente este último punto es uno de los más fuertes de la obra de Berneri. Alanis es una hija del mundo y su contexto, pero, por encima de ello, es una madre. Una madre que ha de lidiar con su hijo físico y su hija metafórica, representada por su proxeneta. El retrato de la maternidad al que sirve de maniquí Sofía Gala es uno de los más realistas y representativos que se hayan visto en una pantalla de cine. Obviamente, no todas las madres han tenido que lidiar con la prostitución como telón de fondo en su vida, pero todas ellas se habrán visto en los dilemas morales y éticos a los que tiene que hacer frente la joven Alanis. El filme no se detiene ahí, sino que, además, nos da la perspectiva propia del sufrimiento de la protagonista. Nos da su dilema, sí, pero también nos entrega su juicio y su castigo. Cine que va más allá del cine.
«No quería que el nene fuera el hijo de puta». Decíamos, pues, que Alanis es el retrato de una madre. Y es, además, un retrato costumbrista. La película no esconde nada, pero no se vanagloria de ello. La cámara se acerca, se aleja y se muestra, derribando tabúes como quien va a comprar el pan. Alanis no pretende ser alegato de nada, no busca colgarse ninguna medalla. Se trata de una producción que, siendo ficción, se siente y se percibe tan real como el más premiado de los documentales. La ausencia de música ayuda. Les podríamos contar cómo se desarrolla Alanis palabra por palabra y, aun así, querrían verla. No es morbosidad, es verdad. Pura verdad.
La historia que cuenta la argentina Berneri es también una reflexión sobre lo que somos y lo que nos dicen que tenemos que ser. La mera consciencia de la diferencia entre estos dos conceptos sirve, en Alanis, como la instantánea de un avión japonés a punto de estrellarse en Pearl Harbour. Nos hace libres y nos esclaviza a la vez, pero siempre despierta nuestro interés. Nadie deja que la mujer protagonista decida lo que quiere ser. Que se convierta en kamikaze o que traicione al Imperio.
En definitiva, la película, premiada hasta la saciedad en el pasado Festival de Cine de San Sebastián, es un cuadro tan bello como tremebundo. Alanis es una rara avis dentro de los milagros que son las producciones cinematográficas, pero no tanto por conmovedora como por sincera. Es cine con mayúsculas porque no intenta estructurar un relato, sino que se apoya en la realidad para transgredir la narrativa cultural imperante. Otra vez, verdad. Cine que va más allá del cine.
LO MEJOR:
- Sofía Gala entrega una interpretación magistral.
- Su retrato puro y duro de una maternidad complicada.
- Su falta de respeto por los cánones narrativos.
LO PEOR:
- Cuando se terminan los créditos y se enciende la luz de la sala.
Matías G. Rebolledo