Y AHORA LA PÉRDIDA LA SUFRIMOS NOSOTROS
Ha llegado el final de The Leftovers y con él se nos va una de las experiencias audiovisuales más complejas y dolorosas que hayamos podido ver en televisión. Este tríptico sobre la pérdida nos ha contagiado de los estados emocionales de sus protagonistas, cuyo duelo hemos sentido como nuestro.
Quién nos iba a decir hace casi cuatro años que el creador de Perdidos iba a traernos a la heredera de A dos metros bajo tierra, curiosamente también en HBO. Las obras de Damon Lindelof y Alan Ball, sustentadas sobre los mismos pilares (la muerte, el duelo, la familia, la fe), juegan con el mismo acierto con las emociones extremas, de la risa al llanto, de la angustia a la alegría de sus personajes y espectadores.
The Leftovers son las fases del duelo de Kübler-Ross, a lo bestia y en bucle. Es negación e ira, es continua negociación, cíclica depresión y final aceptación. No hay mejor representación de estos cinco estados mentales que el recorrido vital de Nora Durst. The Leftovers ha sido todos sus personajes, pero sobre todo ha sido Nora. Y nosotros hemos sido ella. El final de la serie, que ha sido el final de Nora, nos reconcilia con la vida (con su vida), llevándonos contra todo pronóstico a la quinta fase del duelo y dando una explicación (real o ficticia, eso dependerá de nuestra propia gestión de la fe) que no esperábamos a estas alturas de la partida.
The Leftovers es amor, terrorismo y fe. Es activismo y religión. Es una defensa de la vida y, a la vez, de la libertad de acabar con ella. Es la música de Max Richter, cuyos vientos nos han erizado el vello cada semana. Es el silencio de los Culpables Remanentes. Es Liv Tyler detonando una bomba. Es Justin Theroux autoasfixiándose con una bolsa. Es Ann Dowd rajándose el cuello. Es ese diálogo entre Carrie Coon y Regina King. Es sobre todo ese diálogo.
Ellos ya han partido. Ahora la pérdida la sufrimos nosotros.
Fon López