THÉO Y HUGO, PARÍS 5:59

Quizás por ese motivo, o porque la historia entre estos dos chicos franceses no podría haber existido sin su encuentro en una sala de cruising parisina, Théo y Hugo, París 5:59 comienza con una larga y detallada secuencia sexual. En ella no solo se muestran los deseos más carnales e instintivos del ser humano, sino también los sentimientos más frágiles que pueden llegar a poseer.

Aunque la cámara coquetee con todo tipo de juegos sexuales entre hombres, el espectador pronto dejará de darle importancia a la orgía para fijar toda su atención en el momento en que Théo y Hugo descubren una conexión especial entre ellos. Su amor a primera vista rompe el esquema tradicional de este tipo de historias. Los auténticos clichés de las historias románticas que solemos ver en pantalla se erradican aquí a favor de un realismo extremo y actual en el que no faltan el miedo, las desilusiones y los finales que no tienen por qué ser precisamente felices.
Olivier Ducastel y Jacques Martineau son dos directores que ya habían retratado el mundo LGTBI con obras como Drôle de Felix o Ma vraie vie à Rouen. Su punto de vista siempre ha sido fresco y normalizador, pero con Théo y Hugo, París 5:59 van un paso más allá y añaden mayor visibilidad y sensibilización ante un tema tan importante como las enfermedades de transmisión sexual. El VIH está presente a lo largo de la cinta. Es el elemento que une y enfrenta a estos dos jóvenes durante una noche por las solitarias y mágicas calles de París. Es el motor que inicia el reconocimiento de una generación luchadora y frustrada. Es, en definitiva, un recurso que sirve tanto para concienciar como para retratar la sociedad actual sin importar la condición sexual de cada individuo.

Contada a tiempo real, Théo y Hugo, París 5:59 acoge lo mejor del cine de Andrew Haigh (Weekend, Looking) y de la trilogía de «Antes del…», de Richard Linklater, para confeccionar una historia llena de complicidad y sensibilidad sin necesidad de caer en el empalago o en la utopía romántica. La fotografía de Manuel Marmier, la escueta banda sonora y la naturalidad y la química que surge entre unos noveles Geoffrey Couët y François Nambot le dan a esta pequeña película todo lo necesario para engrandecerla y reivindicar su existencia. Atrevida, sincera y muy disfrutable para todos aquellos que sean capaces de ver más allá del morbo y la escatología de su escena inicial y se atrevan a desnudarse emocionalmente junto a sus protagonistas.
LO MEJOR:
- La química entre personajes y los diálogos que mantienen a lo largo de la película.
- La ciudad de París reconvertida en un microuniverso solitario e íntimo.
LO PEOR
- La escena final, cuya ambigua interpretación puede empañar el recorrido emocional de los dos protagonistas.
Jorge Bastante