THE YOUNG POPE: UN SANTO DIABÓLICO
«Pronuncié mi nuevo nombre, Pío XIII,
y no dieron gracias a Dios porque pensaron que no les había iluminado.
Yo no di gracias a Dios porque sabía que no los había iluminado.
Me amo a mí mismo más que a mi prójimo. Más que a Dios, solo creo en mí mismo.
Yo soy Dios Omnipotente.
¡Lenny, te has iluminado a ti mismo, joder!».
Lenny Belardo, The Young Pope
Si hace unos meses nos hubieran dicho que íbamos a considerar como una de las mejores series de la temporada la protagonizada por la curia romana, no habríamos dado crédito (cual santo Tomás el Incrédulo). Pero si la ficción en cuestión está producida por la HBO, Mediapro y Sky Italia, además de estar creada, escrita y dirigida por Paolo Sorrentino (ganador del Oscar a la Mejor película de habla no inglesa en 2014 por La gran belleza), pues nos ponemos camino de Damasco y caemos rendidos ante los juegos de poder, crisis existenciales y metáforas visuales que nos salgan al encuentro en The Young Pope.
Sorrentino nos trae una serie de autor que podemos ver como una película de diez horas en las que se aprecian las características de su cine (el preciosismo visual, la importancia de los colores, cierto surrealismo en la composición de las escenas…), por lo que al espectador poco habituado a él puede chocarle un poco. Pasado el primer capítulo comprenderá que esa es la forma perfecta de presentar la historia de este Pío XIII. El recién escogido nuevo papa es joven y muy atractivo, y por eso se espera de él que sea un pelele en manos de la red de obispos y cardenales que quedan fuera del foco mediático y que siga la senda aperturista de su antecesor. Pero cuando Lenny Belardo se sienta en la silla de san Pedro, se revela como un soberano despótico, intransigente y que pretende devolver el carácter misterioso y oscurantista de la Iglesia, y no le tiembla el pulso para ir apartando de su camino a aquel que considere un estorbo de su santísima voluntad. A ese carácter imprevisible y autoritario se le unen los ojos azules de Jude Law y la coquetería de una estrella del pop, y así tenemos una ficción que nos hace caer en todos y cada uno de los pecados capitales. Esperamos que el catódico Pío XIII nos absuelva.
Pereza
Como apuntábamos al principio, puede dar cierta desidia el pensar en ver una serie “de curas”, pero, aunque tiene su importancia la ambientación en el Vaticano, lo cierto es que los temas principales (poder, crisis de la mediana edad, búsqueda de uno mismo, venganza…) podrían situarla en cualquier otro escenario, desde las altas esferas empresariales a los bajos fondos mafiosos. También caen los miembros de le élite del clero en la pereza, porque poco tienen que hacer estos venerables ancianos. Toda una corte de ayudantes les sirven, y ellos pasan su tiempo paseando por los jardines vaticanos y urdiendo complots contra quien haga falta. No piensan demasiado en el prójimo, ni tan siquiera en Dios o la fe, solo pretenden mantener sus privilegios. Caminan despacio y se esconde si algo va mal; son tortugas vestidas de púrpura.
Ira
Pío XIII es un papa colérico y rabioso, pero también muy taimado. Sus registros cambian constantemente, y en la misma secuencia podemos ver varias de sus facetas y quedarnos tan descolocados como sus interlocutores. Law clava cada arista de este pontífice y se lleva todas y cada una de las escenas a su terreno. Esa rabia de Lenny nace de su pasado, de su infancia interrumpida tras ser abandonado por sus padres en un orfanato católico, algo que nunca ha sido capaz de asumir. Ser el guía espiritual de un sexto de la población mundial le hace ser mezquino, déspota y pagar sus frustraciones con los fieles. Da la impresión de que no sabe qué hacer con el poder; lo deseaba, pero ahora que lo detenta, no tiene un plan real para ejercerlo. Otros personajes son igual de violentos y, aunque no pueden atacar tan directamente al papa, no dudan en matar a su canguro mascota como señal de aviso.
Envidia
Los celos son el pecado que corroe los cimientos de la santa madre Iglesia, y en el personaje que mejor se expone es en el cardenal Michael Spencer (James Cromwell, American Horror Story), que no puede soportar que su pupilo lleve la tiara papal, y hasta terminan enfermando por ese rencor. Pero no solo se anhela el poder, sino que muchos personajes desean otras cosas, y eso justifica su forma de actuar. Desde tener una familia a ser capaces de amar de verdad a una persona, no a un ente que jamás se ha dejado ver. Ya lo dirá el propio Lenny, que los curas y monjas son personas estropeadas y cobardes incapaces de someterse a las veleidades del amor terrenal.
Avaricia
La Iglesia siempre ha pecado de encerrarse en sí misma. Pío XIII sublima este comportamiento en la época de la comunicación global hasta el punto de racanear su bella imagen al mundo. Convertir la Iglesia y el mismo en un misterio, como Daft Punk, Salinger o Bansky (Lenny dixit). Por supuesto, esto aumenta la curiosidad en su figura, pero no en sus ideas retrógradas, que hacen que los templos se vacíen. De avaricia peca Sorrentino cuando nos escaquea explicaciones y deja sin desarrollar convenientemente algunas tramas: cómo fue ese cónclave en el que Lenny fue elegido, por qué no se ahonda más en el tema de los escándalos de los abusos sexuales, por qué cambia tan rápidamente de opinión Lenny sobre mostrarse en público y en su propio discurso. Pero, como el resto de cosas que cuenta, y cómo las cuenta, están tan bien, pues le absolvemos.
Orgullo
El papa es arrogante, coqueto y sexy (and he knows it), y sus puestas en escena, con toda esa parafernalia de dorados y brocados, hace que le veamos como a un ídolo barroco o una Lady Gaga vaticana. Su vanidad es tal que se corona con la tiara papal, que no ha sido usada desde Pablo VI en 1963. Si esto no es pecar de orgullo, que venga Dios y lo vea. Además, nuestro papa Belardo pasea entre soberbias obras de arte que harían las delicias de cualquier museo sin el más mínimo pudor; ¿no es él otra obra de arte más? El Vaticano no cedió ningún permiso para grabar en sus dominios; todo ha sido creado en los míticos estudios de Cinecittà, además de usar escenarios reales de Roma y Venecia. La estética de las imágenes y el uso de ciertas obras de arte que no están en su contexto real, pero que cargan de intención con su presencia, pueden llenar de orgullo a Sorrentino, al que le aplaudiremos igualmente.
Lujuria
Por supuesto, en la serie hay lascivia, concupiscencia y obscenidad. Antes del minuto 2 tenemos el desnudo posterior del papa en todo su esplendor; a partir de aquí, ¿qué podemos esperar? Pues que a Jude Law le siente todo lo que se pone como un guante, ya sean los calzoncillos con los que hace gimnasia, el chándal blanco «marcapaquete» o esas casullas tan poco recatadas.
En una sociedad en la que el sexo está prohibido, sí que está latente por todas partes: en las miradas lascivas del cardenal Voiello (Silvio Orlando), personaje que merecería su propia serie, a la Venus de Willendorf; en la contemplación de las actividades de las monjas por parte de los purpurados (si hasta se meten en sus habitaciones cuando estas duermen); en la manía por considerar pecaminoso todo lo no heteronormativo y, lo que es peor, pretender comparar pederastia y homosexualidad (algo que rechaza con vehemencia el personaje de Gutiérrez, interpretado por Javier Cámara de forma magistral).
Hay necesidad de airear los palacios vaticanos, que entre la vida en ellos y que la vetustez se haga a un lado. Porque si no, en cuanto esos cardenales salen a la realidad, se desmandan, como le pasa a Dussolier (Scott Shepherd). El compañero de orfanato y gran amigo del papa, que realiza labor misionera, cae en la concupiscencia por los cuatro costados. Por un lado, también se habla de la violencia sexual, como hemos comentado anteriormente, con un escándalo de pederastia y con los abusos que Gutiérrez sufrió en su carnes y que le relata a Lenny; por otro, de las las humillaciones a las que una madre misionera somete a sus compañeras y supuestos protegidos solo por satisfacer sus deseos, y, más tarde, de un intento de seducción y después de violación del anteriormente mencionado Dussolier. Y solo son algunos ejemplos, que hay muchos más.
Gula
Comer, en esta serie, no se come mucho. En eso el papa y sus colegas han salido frugales. Él solo parece sentir predilección por la Cherry Coke Cero (vestir de blanco te obliga a ciertos sacrificios). Eso sí, se fuma mucho, y a menudo. Lenny lo hace de forma pausada, disfrutando cada calada, sin importar dónde, cuándo ni con quién. Hace mucho que no se veía a nadie fumar tan bien en una pantalla. En el vicio le acompaña la hermana Mary, o lo que es lo mismo, la inmensa Diane Keaton, que ejerce de figura maternal con él y que es capaz de perdonar todo al santo que la ha llevado al mismísimo centro de la Iglesia católica. También se habla del alcoholismo de Gutiérrez, pero cuenta con la simpatía del papa, así que se queda en pecadillo. Y cómo no nos iba a hacer caer esta serie en la gula televisiva de ver capítulo tras capítulo, empachándonos de la belleza de sus imágenes, del impresionante trabajo de sus actores, del particular uso de la música…
Hace poco Javier Cámara confirmaba la segunda temporada de la serie, en la que ya estaría trabajando Sorrentino. Aunque el cierre de esta es prácticamente redondo, sí es algo precipitado; ponemos nuestra fe en que se continúe por la senda marcada y poder pecar en ella de forma tan gozosa como lo hemos hecho hasta el momento. Y es que en El Palomitrón, parafraseando a Oscar Wilde, podemos resistirlo todo en la vida, excepto la tentación de una buena serie como esta. Amén.
Rocío Alarcos
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