BIBLIOTECA: INTEMPERIE
Estos días podemos ver en las salas la nueva película de Benito Zambrano, Intemperie protagonizada por Luis Tosar, que además acaba de ser su nominación a Mejor película en la próxima edición de los Premios Goya, que se celebra en enero de 2020. Un valiente trabajo el de trasladar a la pantalla un libro breve, pero de carácter complejo como es la obra homónima escrita por Jesús Carrasco. No era fácil llevar a la gran pantalla un libro como este a pesar de que no pocas han sido las voces de los que han pedido su adaptación al cine, y finalmente ha sido el realizador sevillano quien se ha atrevido a ponerla en marcha.
La obra que tenemos entre manos está lejos de ser una lectura complaciente. Escrita con un estilo duro, casi como si te golpeara su propia lectura y te doliera su narración, Intemperie, publicada por Seix Barral, narra la historia de un niño que huye de su hogar y se adentra en páramos desolados, calcinados por el sol abrasador de un verano que lo cambiará todo. En su huida desesperada se topará con un pastor de cabras con el que construirá una relación basada más en la dependencia que en el cariño y que poco a poco se tornará más y más estrecha mientras ambos personajes huyen lejos del pueblo originario del niño para que este pueda tener un futuro mejor.
Convertida en clásico literario instantáneo, ovacionada en todos los espacios por los que ha pasado y recordada en todas las charlas y cafés literarios, era sólo cuestión de tiempo que una obra así diera con su adaptación cinematográfica. Desde el momento en que empezamos a sumergirnos en sus páginas, nos damos cuenta de que Jesús Carrasco bebe especialmente de Cormac McCarthy, autor de No es país para viejos, La carretera, Todos los caballos hermosos o Meridiano de sangre. McCarthy es el autor de la frontera, de los llanos desolados entre México y Estados Unidos y de los personajes que deambulan por ellos sumergidos en silencios inquebrantables que poco tienen que decirse y menos que comunicarse. Jesús Carrasco consigue lo impensable: trasladar la prosa de Cormac McCarthy a una España católica, rural, cruda y salvaje no sólo en la descripción de su fauna y flora, sino incluso en la propia naturaleza de sus personajes que se masca en cada página y que se siente en la parquedad de cada silencio. Intemperie es dura, dura, dura, pero no se contenta con trasladar la acción de un continente a otro, sino que crea un universo totalmente nuevo partiendo de la experiencia de su maestro.
La novela, además, halla su plenitud precisamente en lo que calla más que en lo que cuenta. Como si los propios gestos de los protagonistas se trasladaran a la prosa que leemos, Intemperie consigue transmitir a través de silencios las emociones más primarias y las escenas que no se muestran, pero que se dibujan solas en nuestra retina en la lectura de la obra. Es por ello por lo que la novela es oscura a pesar del sol justiciero con el que nos regala cada página. Hay mucha oscuridad debajo de ese sol de verano bajo el cual el niño corre y se esconde. Hay oscuridad en sus personajes, en los actos de sus personajes, en las miradas, en lo que recuerdan, en las decisiones que toman y en cómo callan lo que saben y cómo cuentan callando lo que no quiere ser desvelado. Secretos que no deberían saberse pueblan sus páginas, pero se esconden porque son demasiado oscuros para que salgan a la luz y es gracias a ese miedo a ser desvelado que la novela avanza manteniendo el suspense a pesar de que ya sabemos, teóricamente, qué lleva al niño a huir.
No podemos acabar sin mencionar el profuso vocabulario de Carrasco. La lectura de la obra es como sumergirse en un baño de literatura decimonónica actualizada, de dobles sentidos, de jerga rural, de adjetivos que adornan y afilan más si cabe la dureza que lo baña todo y que, por encima de todo, la convierten en una obra bella y agradable de leer, a pesar de los hechos terribles que se narran. Su prosa, en definitiva, nos empuja a dejarnos arrastrar por ella. Hacía mucho tiempo que un autor español no publicaba una forma tan compleja de narración y es un gesto que se agradece en el panorama literario actual, especialmente si la propia obra parte de un argumento tan distinto que el artefacto literario se convierte, simplemente, en algo magnífico, nunca visto en años.
Estamos, definitivamente, ante un gran trabajo, complejo, poblado de aristas y bien diseñado y levantado puesto que, teniendo en cuenta que esta es la ópera prima de Jesús Carrasco, el trabajo se podría calificar más allá de excelente. La tierra que pisamos es el título de su segunda obra y esperemos que no sea la última, puesto que, de seguir este camino, a Jesús Carrasco le espera una gran trayectoria artística.
Javier Alpeñiz Naranjo