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BIBLIOTECA: AYANASHI #1

Hay una historia popular en el mundo del rock y sus derivados sobre cómo Ramones empezó como un grupo de jóvenes sin más idea sobre la música que el hecho de pulsar cuerdas y hacer que sonara algo. Seguramente sea un dicho referido al hecho de que John William no tuviera tendencia alguna a abandonar su uso de acordes por otras técnicas o quizás a aquella historia en la que contaba cómo se hizo con su Mosrite a mitad de precio por error, marcando parte del estilo del músico.

Sea como sea, esa ideología siempre ha sido un pretexto para el esfuerzo. Para el hecho de afirmar que nada está perdido si no lo intentas. Algo de gran consideración en un medio tan importante —y difícil— como es el arte y que, siento, Yukihiro Kajimoto plasma en una de las nuevas obras del catálogo de Norma Editorial. Se suele decir que un libro nunca debe comenzarse por el final, pero el autor revela, tras cerrar el tomo, como su obra surgió del simple deseo de “hacer manga”, sin ser alguien versado sobre ello. Y el hecho de que ahora tengamos Ayanashi en nuestras manos es algo digno de mención antes de introducirnos en sus entresijos. Porque su esfuerzo se ve reflejado en cada línea.

«La muerte aborrecía la luz y buscaba a la oscuridad. Y en cuanto descendió a tierra firme, otorgó a todas las personas que vivían allí el poder de matar a los demás».

La entrada de Ayanashi es una especialmente sonada. La obra de Yukihiro Kajimoto es una de un contenido especialmente impactante. Sin embargo casi parece que el autor se sienta inseguro sobre sus líneas (nada que reprocharle siendo novel) y busque un modo de apuntar al espectador medio con una entrada sonora, un texto casi poético sobre la muerte y la presentación de Holo bajo una única línea de diálogo, «te mataré».

Una disonancia que acompaña ese sentimiento shonen sobre el que parece esconderse la obra y que tiende a tender puentes con otras publicaciones que se mueven por ciertos derroteros similares. Su estructura se dibuja en torno a un mundo arrebatado a los humanos y habitados por extraños monstruos conocidos como ogros, relegando el espacio subterráneo a los humanos, antiguos habitantes del mundo.

Sin embargo la historia no se construye exactamente sobre este factor, sino sobre la sed de venganza de Holo, un joven que ha visto a su hermano perder la vida frente a un extraño hombre con un solo ojo. Así los paralelismos son claros. Tanto la construcción de su mundo como la temática en general recuerda a obras como Seraph of the End mientras que la obsesión con la venganza de Holo tiene cierto tono de Fire Force, por no mencionar lo similar que resulta, por ejemplo, al Sasuke que construía Kishimoto en sus inicios.

Sin embargo, no todo es lo que parece, y resulta que Ayanashi se toma ciertos permisos para desmarcarse de la tónica general que trae consigo el género. Las influencias de Kajimoto como autor novel se hacen notar en cada paso pero brilla en cómo se apoya en ellas sin hacer demasiadas concesiones; narrando la historia que convierte a esta primera obra en una entrega especialmente interesante.

Es un detalle que se aprecia ya en sus primeros compases, mostrando a una humanidad que no se siente derrotada y sobreviviendo en agujeros, sino que cuenta con sus propios bastiones, construidos en grietas subterráneas y un sistema de comercio, defensa y sostenibilidad; por lo que el drama original se diluye en pos de mostrar un mundo devastado pero que consigue salirse los tópicos generales. Gana puntos el hecho de que la obra no parezca enfocada en la existencia de los ogros; mucho menos en resolverla. Así la situación post-apocalíptica abandona el protagonismo reinante y se convierte en un simple escenario que permite la evolución de otros parámetros sumamente importantes para la obra.

««Ayanashi»… es el nombre que reciben las personas en la superficie. Son un completo misterio».

Así Kajimoto pone su enfoque sobre los raros, los marginados. Aquellos de los que no se espera nada pero que acaban siendo quienes marcan la diferencia. Un juego sobre el que vuelve a decir la suya para establecer su propia semilla. Holo es asocial; un chico abstracto, que no sabe lidiar con los convencionalismos sociales y que se siente incómodo ante la idea de convivir con otras personas, incluso de que otros le toquen.

Un punto con cierto tono introspectivo por el que la obra pasa de forma tangente, consiguiendo que el lector se posicione de forma irremediable. Porque la insensibilidad del chico es real. Pasa por los tropos clásicos del género pero no deja de ser una suerte de anti-héroe y si salva a alguien es porque, al fin y al cabo, ese es su trabajo. No uno al que atienda por compasión o humanidad, sino porque es su única salida. La única forma de perderse entre la oscuridad que ocupa la superficie sin que nadie se interponga.

Es fácil distanciarse de los pensamientos del chico al ver cómo sigue su propio camino a la perdición de forma irremediable, dejando de lado grandes oportunidades y a personas por el camino. Pero es precisamente el juego que consigue dar fuerza a Ayanashi, el adentrarnos en la psique de Holo y descubrir si nos sentimos, o no, incómodos en su forma de ver el mundo.

A ese posicionamiento le acompaña el estilo de Kajimoto. Uno de tonos oscuros y grandes entramados —con cierto tono, guardando distancias, al de Sui Ishida y su maestría por lo bizarro— que presentan cierta disonancia al cambiar la escena entre la superficie y las grietas, logrando una rápida identificación visual entre uno y otro escenario que, además, consigue remarcar la situación en ambos extremos del mundo que habitan los humanos.

A ello se suma un interesante juego de planos, con cierto enfoque en mostrar las expresiones de Holo y como el chico reacciona al mundo y a su desarrollo, sin centrarse solo en esa vertiente oscura del mismo. Sin embargo, y a modo de doble filo, es algo que no siempre consigue sobrellevar en las escenas de acción, entregando así momentos confusos, donde no siempre queda claro la posición del protagonista y los enemigos.

Ayanashi #1 transpone su mundo y su diseño a su presentación. Es una entrada directa, tan poética sobre su relato sobre la muerte. Se identifica al instante con una predominancia de tonos oscuros —en referencia a la eterna noche de la superficie— y nos muestra a un Holo cubierto por las sombras de su mundo, sobreviviendo con la luz que emite su propia hoja en llamas . A su lado Hugo, con las alas desplegadas en un sentido metafórico sobre la oscuridad reinante.

Un estilo rayano en la simpleza que no oculta ningún tipo de extra tras su sobrecubierta, sino que nos sumerge de forma directa en lo que su autor quiere contarnos, sin más preámbulos. Con todo, es especialmente de agradecer que la versión de Norma Editorial conserve y respete los compendios que se incluyen en la obra original, en los que se citan el funcionamiento de su mundo y algunas de sus particularidades, así como las hojas especiales que portan los Ayanashi o las formas de los ogros.

Ayanashi #1 nos llega en un formato un clásico formato tankoubon y una una portada rústica con sobrecubierta, siguiendo la línea editorial sobre la que suele trabajar la editorial. Le acompañan un total de 220 páginas, en blanco y negro en su totalidad, que esconden una de las grandes sorpresas que veremos este año en el sector. Cierra la edición el trabajo de traducción que realizan Carlos Mingo e Irene Telleria sobre la obra, respetando los términos originales tales como “Ayanashi” (que encontramos como “asesino” pero siempre entrecomillado y acompañando al original) y realizando un gran trabajo sobre los tecnicismos propios de la obra.

Óscar Martínez

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Escribo más que duermo. Ávido lector de manga y entusiasta de la animación japonesa. Hablo sobre ello en mi tiempo libre.