ORO: CAVAR HASTA EL INFIERNO POR UNA PEPITA
Anoche pudimos disfrutar del estreno Oro, la nueva propuesta de Canal+ Francia que estrena en nuestro país AMC. Se trata de una serie que ya desde sus avances promocionales prometía altas dosis de thriller, aventuras en selvas ecuatoriales y un buen puñado de oro en sacos salpicados de sangre. ¿Qué nos encontramos tras visualizar el episodio piloto? Exactamente lo prometido… y algo más. Os lo contamos.
Oro empieza embalada, diríase que casi de forma abrupta, saltándose todo convencionalismo existente sobre lo que un piloto debe ofrecer. La habitualmente lenta y exasperante presentación de personajes se ve sustituida por un arranque directo y frenético, sin concesiones. Es casi una declaración de intenciones, porque Oro tiene mucho que contar y no va a perder el tiempo asentando de manera clásica las bases del relato. Ya en la primera escena, el protagonista Vincent Ogier (Mathieu Spinosi) recibe un ultimátum por parte de la universidad parisina donde estudia: para evitar su expulsión inmediata, deberá aceptar unas prácticas en la Guayana Francesa (situada en la costa atlántica norte de América del Sur, justo encima de Brasil), donde pondrá sus conocimientos geológicos a disposición del estudio y extracción del oro. Su mentor en dicha tarea pronto se revela como un hombre sin escrúpulos, un trapichero más interesado en llenarse los bolsillos que en el estudio de la tierra y del precioso metal. Pero la verdadera amenaza no tarda en revelarse con la introducción del «padrino del oro» Antoine Serra (Olivier Rabourdin), un misterioso hombre que maneja un entramado criminal cuyo fin es crear un imperio a través de la explotación de recursos, y también humana.
Los ingredientes que convierten Oro en una apuesta ganadora quedan expuestos desde el principio: la jungla como símbolo de la colonización (un territorio virgen arrasado sin contemplación por el hombre blanco), el oro como objeto de codicia, y el estudiante/becario como perfecto guía en la aventura (la mirada inocente que se verá distorsionada a medida que se sumerja en la crueldad de la selva y en el reino de corrupción instaurado). Es una historia que habla de algo muy concreto, el tráfico de oro, pero que resuena en algo mucho más cercano: las políticas abusivas del primer mundo y la impunidad (y mezquindad) de las instituciones europeas a la hora de apropiarse a toda costa de las riquezas de los países más desfavorecidos.
Por apasionante que la crítica sociopolítica pueda resultar, Oro no funcionaría de forma tan cruda y efectiva si no fuera por su endiablado sentido del ritmo y su clara apuesta por el thriller puro y duro. La sangre no tarda en correr por la pantalla ya desde el primer episodio y nada parece indicar que el número de bajas vaya a decrecer en un futuro próximo. El creador Fabien Nury (que además dirige el episodio piloto) demuestra tener las cosas claras: la selva ecuatorial, retratada con extremada belleza, encierra una violencia que late con intensidad. Es la codicia y la avaricia humana la que convierte el paraíso en un infierno, la que hace de la geología un asunto de guerra.
Hay una frase relativamente simplista pero muy significativa para referirse a Oro en la época de la saturación seriéfila en la que vivimos: no se parece a nada de lo que hemos visto con anterioridad. No es otro nordic noir ni otra de superhéroes, ni otro drama distópico o una de aventuras fantásticas. Oro es otra cosa, y atraerá a los entendidos que hacen bien en confiar en el criterio de AMC (Breaking Bad, Mad Men) y a los espectadores sedientos de nuevas obsesiones televisivas, pero también a un público nuevo que, tal vez, no había encontrado hasta la fecha una ficción que conectara con sus gustos e intereses.
Si el tiempo es oro, invertir tu tiempo en ver Oro será, sin duda, un acierto.
Alex Merino