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MOSTRA INTERNACIONAL DE CINE DE MUJERES DE BARCELONA: MEDIO NATURAL, RECURSOS Y MUJERES

Nos acercamos con este segundo artículo de la  28º Mostra Internacional del Cine de Mujeres de Barcelona al medio natural y su relación con la mujer. A pesar de que los dos títulos de los que nos encargaremos serán bastante diferentes entre sí, Laatash (Sed) y Campesinos, hemos considerado que ambos filmes podrían establecerse juntos para hacer dos lecturas no sólo desde el medio ambiente, sino también desde la otredad y sus múltiples aristas.

Empezaremos el artículo con un acercamiento al documental Laatash (Sed). Su directora, Elena Molina, firma una obra que, no por corta, deja de ser imprescindible ver, puesto que cada uno de los catorce minutos del documental es aprovechado para recordarnos la importancia no sólo del agua en lugares olvidados de este mundo como es el Sáhara, sino también la relación de esta con las mujeres, gestoras del oro líquido preciado en tierra de arena y sol. La directora narra, pues, la labor de comités de gestión del agua organizados por mujeres en campamentos saharauis en Tinduf, Argelia, gracias a la colaboración de un equipo de la EFA Abidin Kaid Saleh, la escuela de cine del Sáhara, lo cual se agradece al acercar la obra a la población a través de la colaboración local.

El ecosistema donde los seres humanos viven puede motivar las desigualdades de una sociedad. Símbolo ancestral de muerte y erial, el desierto se ha convertido gracias a las mujeres en un hogar a través de la gestión del agua hasta hacer que esta se halle imbricadamente asociada a ellas. Se inicia la cinta con la vista de esa masa de arena y sol bajo el sonido de las olas del mar, pero, aunque dicho mar se levante como muro simbólico en una alegoría entre las olas de arena y las olas sonoras del océano, pronto la cinta en una voz en off nos ubica en lo que vamos a ver: la llegada de los saharauis trajo la llegada del agua. Las siguientes escenas son momentos cotidianos de esas mujeres que han decidido encargarse del agua para sostener sus comunidades, convirtiéndose de esta manera en soportes invisibles de estas. Laatash (Sed) se convierte en la visibilización de esa labor invisible y en la dignificación de una tarea que pone a la vida por encima de cualquier cosa.

Elena Molina acaba filmando un documental que se convierte inevitablemente en una pequeña joya dentro de este festival, casi como un vaso de agua en mitad de un desierto en estos tiempos donde documentales más ambiciosos acaban copando grandes titulares, ya que es capaz de demostrar que se puede crear una obra de excelente calidad en poco metraje recordando al mundo que todavía hay muchas historias que merecen ser contadas. Especializada en cine documental a través de una visión de género, no es la primera vez que la directora cruza la frontera para documentar las vidas invisibles, tal como podemos ver en obras suyas como Rêve de Mousse (2018), entre otras. Esa visión global de la mujer le ha granjeado su paso por varios festivales donde sus obras han acabado recibiendo el aplauso de los espectadores. En este caso, Laatash (Sed), por ejemplo, ha conseguido el premio al mejor corto documental de la 42ª Edición del Festival Internacional de Cine Independiente de Elche.

Necesario es reseñar una parte importante del documental que nos gustaría subrayar por su relevancia en todo lo que se narra, y es la historia de cómo esos refugios en el desierto acabaron siendo lo que son hoy día. La invasión y la guerra, símbolos patriarcales que convirtieron la sed del desierto en un arma más y que empujaron a las poblaciones saharauis al corazón de la arena, acaban siendo luchadas precisamente a través de la sororidad y la comunidad, armas defensivas que acaban demostrando que, gracias a la lucha conjunta, en este caso de las mujeres, se pueden lograr avances, gran lección para los tiempos líquidos y peligrosos que se nos ha obligado a vivir. Laatash (Sed) es una dignificación total del papel de la mujer en su comunidad y el recuerdo de cómo su labor invisible que tan convenientemente pasa desapercibida diariamente en todo el mundo es el eje vertebrador de las comunidades humanas.

En una entrevista, Elena Molina reconoce haberse sentido incómoda con el hecho de haber tenido únicamente una semana para rodar el documental sin haber podido previamente establecer vínculos con las protagonistas, pero agradece la colaboración con la escuela de cine del lugar y las videollamadas a través de WhatsApp. Es interesante escucharla a ella misma desgranar su propia realización con reconocimientos como el de que el sueño del mar perdido evocado al principio de la película y los espejismos son pequeñas cosas que ayudaron a levantar esta obra. La directora pidió expresamente trabajar con un solo comité de mujeres de diferentes edades y generaciones, quienes podrían ilustrar de primera mano la historia local. “El guion fue algo que se construyó allí de forma orgánica”, concluye a través de la pantalla, agradecida por todos aquellos que acabaron dándole forma a su documental. “Al final son las mujeres saharauis las que pueden contar mejor esta historia”.

Diferente es, sin embargo, la otra cinta del festival que nos puede acercar a la tierra y la relación del ser humano con el medio ambiente. Hablamos de Campesinos, dirigida por Marta Rodríguez y Jorge Silva, una interesante propuesta de 1973 por su formato y su contenido que nos acerca a la cruda realidad del campesinado en Colombia y su lucha a favor de sus derechos en los años setenta. “¿Por qué y en qué forma el campesino y el indio pasan a través de la práctica social de la sumisión a la organización?”, se preguntó la directora como hipótesis para dar forma a su obra. El resultado será esta pequeña pieza que acompañará en el festival a las obras de otras mujeres y que servirá de marco de referencia del trabajo de mujeres en el pasado, una retrospectiva para entender el pasado de un trabajo en femenino que tiende puentes con el presente.

Si algo primeramente llama la atención de Campesinos es su fotografía en blanco y negro y su voz en off que vuelve a plantearse la misma pregunta al iniciarse el documental. Estos dos detalles no son nimios, pues recuerdan a esa gigantesca obra llamada La hora de los hornos (Pino Solanas, Roberto Lar, 1968) en su formato y en su fondo, un fondo que constantemente lucha por sacar a la luz los motivos de la explotación sobre una masa mayoritaria de la sociedad, como es el campesinado en Colombia. Retratando cual siervos en dominios feudales de los patrones a los campesinos y sometidos estos incluso al castigo en caso de rebeldía, la cinta recoge la denuncia de una realidad opaca del campesinado colombiano que suele escabullirse frecuentemente de lo que suele ser retratado del país entre dos mares.

En el caso de Campesinos y al igual que en Laatash (Sed), es interesante observar cómo la fuerza represora en la cinta se formaliza en la figura del estado y su fuerza. El patrón, en este caso, queda dibujado como el representante del estado en sus diferentes territorios feudales y gracias a eso podemos tender puentes con la cinta de Elena Molina, al entender cómo en todo el mundo se retrata un tipo de dominación que viene condicionada por un estado patriarcal y unos métodos violentos de control y sometimiento. Mientras que en la cinta de Molina la lucha pasa por la reserva de un bien preciado a manos de las mujeres, en la cinta de Marta Rodríguez y Jorge Silva, la lucha, en cambio, pasa por la lucha colectiva.

En este caso, podemos observar también otros vínculos como son la relación de las personas con la tierra sobre la que se asientan y cómo esta marca su devenir vital, la lucha por una comunidad y la resignificación de esta como espacio donde tejer nuevos futuros no escritos y también una necesidad de libertad que se aprecia en ambos filmes y que dirige la necesidad de lucha por distintos afluentes abriendo nuevas vías a interpretaciones y digresiones de la realidad que nos pueden hacer entender las múltiples aristas de la cotidianeidad.

No será esta la única cinta de Marta Rodríguez que nos regalará el festival. Especializada en temática social y con una fuerte carga de significante indígena, Marta Rodríguez abrirá las puertas de su filmografía en la 28º Mostra Internacional del Cine de Mujeres de Barcelona a través de otros títulos suyos como pueden ser Chircales (1966-1971) o Nuestra voz de tierra, memoria y futuro (1974-1982). Al fin y al cabo, la voz de los desposeídos es aquella que más fuerte se hace valer si se le da el altavoz adecuado. Esta ha sido la labor de estas dos directoras.

Javier Alpáñez

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