LOVING
Cronista de la vida rural estadounidense, analista de la subsistencia en los márgenes del Misisipi (que ha visitado dos veces, una como Shakespeare y otra como Mark Twain) y de las existencias sencillas de los hombres y mujeres trabajadores de Ohio y Texas, Jeff Nichols sitúa su nueva película esta vez en Virginia, y lo hace para fijarse en dos personas a las que se les fue negado el derecho a amarse. Con el habitual tratamiento formal de Nichols (preciosista, impecable y dolorosamente modesto), Loving es un drama histórico social que cuenta cómo el matrimonio interracial de Richard y Mildred Loving llevó al Tribunal Supremo de los Estados Unidos a declarar las actas de integridad racial como inconstitucionales.
Los conflictos raciales en la tierra de las barras y las estrellas suelen ser llevados al cine con cierto maniqueísmo e interés más por el propio hecho que por las personas. Pero a Nichols no le interesa la vida pública de sus personajes, ni relatar la épica historia de una de las batallas legales más importantes de la historia moderna estadounidense (no tanto por tamaño como por significado), sino que sitúa el objetivo en la lucha diaria, en la intimidad cómplice de dos personas normales que se amaban y quedaron atrapadas en las desalmadas entrañas de un sistema injusto e inhumano. Siguiendo la filosofía del mago argentino manco René Lavand, el director de Arkansas retira la grandilocuencia de la historia dotando al relato de una extraña quietud luchadora, del ánimo incansable de transgresión de los modestos: la búsqueda de la belleza de lo simple.
Porque a Richard y a Mildred (unos Joel Edgerton y Ruth Negga colosales, rivalizando con Gosling y Stone como mejor pareja del año en pantalla) no solo les prohibieron un amor, sino que les quitaron el hogar, les echaron a patadas de sus tierras durante veinticinco años por el más inaudito de los pecados. Y es que, si con Take shelter el terror provenía de una esquizofrénica mente humana perdida en la bastedad del campo de Ohio, aquí son la ley y sus brazos ejecutores, y la increíble resistencia de aquellos que se aferran al maltrato malsano y al pataleo de las libertades humanas, las amenazas invisibles que afectan las decisiones de los personajes. Nichols rueda su pérdida con planos generales, casi de rendición a los bellos parajes de la Virginia rural de los 50, venerando las raíces y la tierra que cría a sus personajes. Planos que empequeñecen a los Loving, perdidos en la inmensidad de la opresión estatal, rodeados de hogares a medio hacer como metáfora de ese Estados Unidos tolerante en interminable construcción.
No hay caída en el efectismo, no hay lágrimas ni mocos, ni grandes monólogos sobre el amor y la injusticia. Solo emociones básicas, seres humanos que sufren, padecen y añoran, y con eso ya basta. Eso ya duele, y a la vez conmueve. Como ese plano, definitorio de toda la lucha de los protagonistas en la película, en el que la pareja observa el lanzamiento de una de las sondas del proyecto Mercurio (primeras misiones tripuladas al espacio de la historia de Estados Unidos): se puede enviar un hombre al espacio, pero no se puede estar casado con alguien de otro color de piel. Porque cuando hay algo que ya habla por sí solo, no hay necesidad de decirlo a gritos: Loving es la reivindicación muda de los derechos civiles. Loving es la reivindicación muda del amor como fuerza de progreso.
LO MEJOR:
- La dirección de Jeff Nichols, este autor que Hollywood tanto necesita.
- Joel Edgerton y Ruth Negga, capaces de dar vida a personajes poco habladores con sutil lenguaje corporal y expresión facial, y brillar.
- Su sencillez estructural.
- La fotografía de Adam Stone.
LO PEOR:
- Su ritmo puede ser algo farragoso.
Pol Llongueras