LOS INCREÍBLES DE BRAD BIRD: ANCLADOS EN EL PASADO
Los Increíbles, película de Pixar de 2004, es una de las mejores cintas de la empresa de la lamparita, así como del género de superhéroes. Las razones son, principalmente, una dirección soberbia en todos los sentidos y un guión de la leche. Y el culpable no es otro que Brad Bird, quien escribe el libreto y además dirige la cinta como un verdadero superhéroe. Porque a Bird le encantan los enmascarados que hacen justicia, y eso se nota. No por nada mucha gente asegura que el cineasta es el artífice de la mejor (o una de las mejores) películas de Superman sin Superman: El Gigante de Hierro. Y esa pasión también está presente en la cinta que nos ocupa, aunque Bird no deja escapar la oportunidad para explorar otras facetas del género y deconstruir el mito superheroico, sin dejar de ser también un homenaje al mismo. No, esto no es Watchmen, por mucha vuelta de tuerca que dé al asunto. Aunque si algo se parece a la obra de Moore, es en que la sociedad también da la espalda a sus recurrentes salvadores, y el guionista y director da como motivo algo que suele pasar desapercibido: los daños colaterales. Las personas que van en un tren que se salva por los pelos; ese señor, Jaime Tiro (me sigo riendo con esta tontería a día de hoy), que no quería ser salvado del suicidio… El caso es que por esto los héroes pasan a ser repudiados por la sociedad como si de los mutantes de la Patrulla X se tratasen. Unos héroes que se ven obligados a llevar una vida normal y que desearían serlo, porque en un mundo sin héroes sus poderes pueden ser un problema. Por una vez, los superhéroes quieren ser gente corriente, y no al revés. Pero esto es sólo una pieza más en el puzle, una premisa que luego se extrapola al plan del villano (me encanta el paralelismo entre la conversación en el coche de Dash y Helen y lo que quiere hacer Síndrome). El mensaje de Los Increíbles se relaciona con esto, pero no es exactamente lo mismo, ya que tiene que ver más con el pasado, las consecuencias del mismo y la forma de afrontarlo.
El núcleo de Los Increíbles es bien sencillo, y se nos presenta en sus primeros minutos, en esa estupenda y maravillosamente dirigida secuencia donde se nos muestra cómo eran los tiempos antes del resto del film. Es una sucesión de acontecimientos encadenados, poseedores de un ritmo vertiginoso, cuya finalidad es que nos hagamos una idea de cómo era el trabajo de los superhéroes (concretamente de Mr. Increíble) y para que entendamos por qué Bob los extrañaría más adelante. Había complicaciones (retrasos a eventos, gatos que no se querían bajar de los árboles…), pero también recompensas (la satisfacción de hacer justicia y salvar a inocentes y el reconocimiento por parte de las autoridades). No se hace especial hincapié en ellos, pero están ahí. Y, por supuesto, también está Buddy. Porque en este segmento nos muestran su origen, cuya semilla tiene lugar precisamente en ese ajetreado día del pasado de Mr. Increíble. No podía ser de otra manera, pues el pasado es algo que fundamentará a los dos personajes, el verdadero núcleo temático de la cinta.
Vayamos por partes. Tras la elipsis en la que han pasado años tras el retiro de todos los superhéroes, Bob Parr, en otro tiempo Mr. Increíble, está sentado en una aburrida oficina, que le aprisiona. Sabemos que es aburrida porque todo es gris (la gama cromática de esta película también narra y está alucinantemente bien empleada), y sabemos que le aprisiona porque su descomunal cuerpo no es proporcional con la diminuta mesa, teléfono y despacho. Incluso su cliente es una frágil señora de baja estatura. El entorno de Bob le queda pequeño, lo cual es una declaración de intenciones, visual, por supuesto, de que el personaje no se encuentra a gusto, de que su vida es monótona y asfixiante. Obviamente, luego se nos confirma mediante su actitud o la conversación que mantiene con Helen, y la idea se refuerza con detalles como la escena del atasco, donde de nuevo ese coche ejerce de una especie de “jaula” de la que no puede salir. Es curioso que incluso su propio empleo sea una contradicción con las motivaciones heroicas del personaje, que tenga que trabajar para una aseguradora cuyo jefe sólo piensa en sus accionistas, y que se vea obligado hacer el bien común a escondidas y en voz baja, asegurándose de que nadie le oye. Claro que extraña los tiempos en los que ayudar a indefensas ancianas era vitoreado por la autoridad, y no recriminado.
La situación se agrava al llegar al hogar, donde todo son problemas y lo único que le hace llamar su atención, e incluso emocionarse (esto es importante) es que su hijo se ha saltado las normas y ha utilizado sus poderes. Este hecho, aunque no lo viva él, es emocionante, porque ha roto con la monotonía y le ha recordado tiempos mejores. Helen, sin embargo, se lo recrimina. Porque la diferencia de ambos es que Helen ha aceptado su nueva vida. Bob no. Bob aún espera que pase algo “alucinante”, como le confiesa al sorprendido niño del triciclo tras ese arrebato con el coche. Algo que le devuelva a sus tiempos de gloria. Y eso le lleva a salir por las noches a rescatar gente de incendios, y más tarde a aceptar la misión de la isla.
La incursión en la isla cambia por completo el ánimo de Bob. Por fin han contado con él, por fin han vuelto a necesitar a Mr. Increíble, el que viste la “I” gigante en el pecho y la máscara, y no un pasamontañas cual criminal buscado por la ley. Este reconocimiento (falso, aunque eso lo descubre más adelante) es lo necesario para hacer que nuestro héroe vuelva a tener una vitalidad que perdió con los años, como se muestra en el montaje musical en el que vuelve a entrenar, mejora la relación con Helen y con sus hijos, e incluso se compra un coche nuevo, más espacioso que el anterior. Esto último es un cambio que a priori puede parecer una representación más de la felicidad de Bob, pero que también es simbólico si atendemos a lo anteriormente establecido; ya no se siente “enjaulado”, es hora de deshacerse de ese coche que le aprisionaba y conducir uno más espacioso, donde se encuentra más cómodo. Una analogía visual perfecta (de la que somos conscientes casi sin darnos cuenta) del cambio en el estado de ánimo de Bob. Todo parece felizmente arreglado, pero entonces hace acto de aparición el nuevo némesis de Mr. Increíble.
Síndrome comparte la misma base de Bob: no supera el pasado. “He pasado página”, llega a decir. Mentira cochina. Síndrome sigue siendo ese niño traicionado por su héroe, que busca vengarse, pero… también busca un propósito bueno y sanador. Su plan es disfrutar de la gloria que él cree que se le negó, sí, pero a la larga pretende volver a todo el mundo un superhéroe con sus inventos, hasta hacer que, al todo el mundo disponer de la tecnología, nadie sobresalga por encima del resto, nadie sea realmente un superhéroe. Y de ese modo ningún Mr. Increíble será el ídolo de nadie, ni ningún niño se sentirá defraudado como se sintió él, pues nadie podrá ser despreciado, porque todo el mundo sería especial. Es una motivación con la que es sencillísimo conectar, porque, ¿quién no se ha sentido nunca así? El problema es que Síndrome es un villano, y aunque tenga un propósito comprensible, sus métodos no lo son tanto. Compadecemos al niño defraudado que es Buddy, pero ese niño ha crecido, y ahora es un cabronazo. Ahí es donde radica el éxito de este (y de cualquier) villano: motivaciones entendibles y hasta compartibles, pero métodos despreciables que lo convierten en alguien a quien apalearías con gusto. Síndrome en esto no se queda corto. Su maldad llega a tales niveles que no duda en “matar” a la familia de Bob y encima se recochinea. ¿Pero qué clase de monstruo es éste? Un peligroso cretino que deja un momento la mar de chungo, pues, aunque nosotros sabemos que no, Bob llega a creer que ha perdido a su mujer y sus hijos. Y es entonces cuando abre los ojos, y más tarde, cuando ya están todos aprisionados, les confiesa lo que en este artículo suscribo: que sigue anclado en el pasado, y que por ello se ha perdido cosas, principalmente momentos con su familia. Es el mensaje de ‘Los Increíbles’, básicamente. Que no te debe obsesionar el pasado, que si tu vida cambia hay que aceptarlo, y que si el pasado vuelve algún día, bienvenido sea… sin que por ello afecte al camino. Síndrome no comprende el mensaje y acaba siendo… bueno, Síndrome. Es irónico que su plan nacido de una frustración de su niñez sea a su vez frustrado (valga la redundancia), precisamente, por glorias del pasado, y particularmente por el desencadenante de esa especie de trauma. Aquí es donde radica la diferencia entre el héroe y el villano de esta película.
Pero distanciémonos un momento de estos dos para hablar de un personaje en el que poco se repara más allá de lo humorístico: Edna Moda. Edna es más importante de lo que se piensa, porque sí que entiende el mensaje. Es un personaje a priori cómico y secundario, pero también es interesante. La amiga de Mr. Increíble está harta de trabajar para modelos y le gustaría volver a vestir a dioses (ojo a los muros de su casa), pero es algo que no le condena. Cuando Bob le vuelve a pedir ayuda muestra un entusiasmo exacerbado, lo cual no quiere decir que haya llevado la misma vida nostálgica que su cliente. “Yo nunca miro atrás, tesoro, me distrae del presente”, le dice a Bob. Y es un comentario que se refuerza con la brillante deconstrucción del uso de las capas, que Bird tan excelentemente utiliza para, de nuevo, dar una nueva perspectiva a la figura de los superhéroes clásicos. Un recurso del pasado para Edna, el cual ya ha superado. ¿Sabéis quién no ha superado su pasado? ¿Sabéis quién lleva capa y al final muere porque se le queda enganchada en la turbina de su avión? Y por eso el guión de esta película me parece magnífico.
El caso de Helen es diferente. Como ya hemos dicho, ella sí que sabe aceptar su nueva vida en la clandestinidad y dedicarse por entero a su familia, motivo por el que es ésta la que la hace volver a la acción. El detonante es una sospecha de infidelidad por parte de su marido, una trama de crisis matrimonial digna de película de sobremesa de Antena 3 los domingos por la tarde, y que Brad Bird nos cuela aquí de manera orgánica, por lo que nos la comemos a gustísimo (el que se haga esto así en este filme me parece alucinante). Más tarde es el proteger a sus seres querido lo que hace que Helen pase a la acción (maravillosa la escena del pasillo) e inste a sus hijos a que usen sus poderes, contradiciéndose con las normas de su vida normal.
Como veis, Los Increíbles no va de repudiar al pasado, sino de superarlo, e incluso celebrarlo, pero siempre cuando toque. Y la película lo hace (muestra de ello es el final), no sólo en su historia, sino también en sus diseños conceptuales y artísticos. Como no podía ser de otra forma, la cinta está plagada de influencias y reminiscencias del género, algo que supone un homenaje, como bien he dicho en el primer párrafo. Aparte del concepto de héroes perseguidos a lo Patrulla X, muchos consideran a Los Increíbles lo que una película de Los 4 Fantásticos debiera ser. Superhéroes, sí, pero en familia y con los problemas que eso conlleva. No creo que sea casualidad que Helen comparta poderes con Mr. Fantástico (a qué me sonará el nombre) y Violeta con Sue Storm. Además, si nos cambiamos de marca, Dash es casi tan rápido como su casi tocayo Flash. Y no sólo en el contenido se encuentran estos paralelismos, pues en lo visual la cinta está plagada de detalles que recuerdan a otras obras del género, ya sea un plano de Bob parando un tren o uno de Síndrome sosteniendo un camión a punto de aplastar a una madre y su bebé, cual Peter Parker en Spiderman 2 (Sam Raimi, 2004). La película de Raimi tenía como villano al Doctor Octopus y aquí hay un robot enorme cuyos brazos recuerdan muchísimo al del enemigo del arácnido. Robot que elimina a héroes como si de un Centinela eliminando a mutantes se tratase, algo que Bob descubre en una sala del ordenador calcada a la que tiene el Profesor Charles Xavier para usar a Cerebro en X-Men (Bryan Singer, 2000). Con lo que pasa después, no me extraña que Bob eche de menos viejos tiempos en lo que lo más complicado era bajar a gatos de árboles como hiciera Superman en su primera película (Richard Donner, 1979), aunque quizá para el kryptoniano fuese más sencillo.
Estas son las influencias más evidentes, aunque el filme sigue estando impregnado de la esencia superheroica, algo que es palpable tanto en el diseño icónico de los trajes y en el original uso que Bird le da a los poderes de la familia, como en la maravillosa banda sonora de Michael Giacchino, dueña de un estilo que homenajea a las partituras del género, sin dejar de ser original e identificativa de esta película. Y si no, escuchad el tema principal, simplemente perfecto.
Todo ello es posible gracias a un pasado que está ahí, al que hay que mirar, a veces, desde otra óptica, sin anclarse en él, sin miedo a criticarlo o deconstruirlo, pero sin miedo también a homenajearlo y mostrarlo como algo increíble.
Alex Rojano