BIBLIOTECA: LAS PELÍCULAS QUE VIO FRANCO (Y QUE NO TODOS PUDIERON DISFRUTAR)
El mismo hombre que envió a seis millones de judíos a morir en campos de concentración coleccionaba cortometrajes de Mickey Mouse. En la URSS, el proyeccionista oficial del Kremlin fallecía de un ataque al corazón tras una reprimenda del ministro de Cinematografía, algo que ni Armando Iannucci podría haberse imaginado a la hora de preparar el guion de La muerte de Stalin. El Duce posaba frente a la cámara para rendir culto a su imagen y fingía ser un amante del séptimo arte, aunque su hijo Vittorio confesaría años después que apenas aguantaba quince minutos frente a la pantalla sin dormirse. Mientras, en España, el Caudillo participaba de extra en películas como La malcasada (1926), jugueteaba con su cámara Pathé Baby rodando películas en 9,5 mm y escribía, bajo el seudónimo Jaime de Andrade, su «gran» pieza literaria: Raza. Aparte de dictadores sin escrúpulos, Hitler, Stalin, Mussolini y Franco fueron grandes cinéfilos.
José María Caparrós y Magí Crusells recopilan algunas anécdotas curiosas de estos personajes y se explayan en la actividad cinéfila del dictador español en el libro Las películas que vio Franco (y que no todos pudieron disfrutar), editado por Cátedra Signo e Imagen. Los autores recuperan varias facetas inéditas del mandatario: su afición a escribir reseñas de largometrajes durante la Segunda República o la pasión que le despertaba rodar películas amateurs en los años 20 (la filmación de la retirada de Xauén, por ejemplo). También transcriben una curiosa entrevista de Orson Welles, quien dijo haber visto, sin demasiada emoción, un cortometraje de dibujos animados dirigido por el general.
Franco visionó entre 1946 y 1975 cerca de 2000 películas en su residencia madrileña de El Pardo. Gracias a las tarjetas-invitaciones conservadas en el Archivo General de Palacio, los investigadores han sido capaces de recopilar la vastísima lista de obras que vio durante esos veintinueve años. Títulos como Casablanca (1942), El tercer hombre (1949), Rashomon (1950), Las noches de Cabiria (1957) o Chinatown (1974) formaron parte de las programaciones oficiales.
Locuras dictatoriales de un artista frustrado
Tras la personalidad de Franco (que era todo lo contrario a cómo se le representaba en los archivos del NO-DO) se escondía un hombre acomplejado de poco talento artístico pero con ansias de pasar a la historia como literato. El dictador firmó de su puño y letra tres libros: Marruecos. Diario de una bandera (1922), Raza. Anecdotario para el guion de una película (1942) (que concluyó bajo el pseudónimo Jaime de Andrade) y Masonería (1952), de Jakim Boor, otro nombre ficticio. Decidió convertir Raza, su proyecto más ambicioso y autorreferencial, en una película de éxito.
Como en una dantesca prueba de acceso a la universidad, las autoridades franquistas realizaron «un examen entre los directores más importantes del cine español, que consistió en escribir los primeros cien planos de la obra escrita por Franco sin que conocieran la verdadera personalidad de su autor». Esto lo cuenta José Luis Sáenz de Heredia, director al que finalmente se le encomendó la tarea de adaptar la novela del Caudillo a la gran pantalla, entre otras cosas por tener una «buena formación espiritual, decencia y el suficiente conocimiento del oficio cinematográfico» […] y haber sido «muy perseguido por los rojos» (las declaraciones forman parte de un informe del responsable de la Casa Militar del Jefe de Estado).
Raza: el espíritu de una Europa enloquecida
La película se convirtió en un gran éxito de taquilla, máxime cuando en 1943 se descubrió que el misterioso Jaime de Andrade que firmaba el guion era el propio Francisco Franco. En esta buena acogida tuvo algo que ver que algunas sesiones estuvieran formadas por «un público obligado a ir», como señalan los autores del libro, y que «la gran mayoría de los estudiantes escolares de la ciudad fueron llevados, por la fuerza, a ver la película». Además, el propio Franco se encargó de que las copias de Raza llegaran a todas partes de España. El gasto de distribución de la cinta fue algo inaudito para la época: 96 549 pesetas invertidas en más de 40 copias, cuando era raro que una misma obra se proyectase en dos lugares al mismo tiempo.
Raza llegó incluso al Vaticano, donde el papa Pío XII presenció algunas secuencias de la película en una sesión de la que los asistentes salieron «muy complacidos por el ejemplo de religiosidad y altas virtudes patrióticas que encerraba el argumento de la obra, así como su presentación, que es un exponente del progreso alcanzado en España por el arte cinematográfico» (texto del embajador en la Santa Sede dirigido al Ministerio de Asuntos Exteriores).
La cinta enardecía las virtudes del franquismo y constituía un evidente culto a la personalidad del Caudillo, tan solo equiparable a la que hacía Mussolini en sus teatralizadas apariciones públicas. Luego, en los años cincuenta, cuando el contexto sociopolítico europeo fue menos favorable a Franco (Hitler se voló los sesos y el Duce acabó ejecutado públicamente por la Resistencia italiana), las autoridades franquistas cambiaron el montaje final de Raza para hacerlo más afín a las tensiones de la Guerra Fría y a la influencia norteamericana, reestrenando la obra bajo el nombre Espíritu de una raza (1950). Esa originalidad purísima y dignísima a la que hacía referencia la cúpula dictatorial era una quimera.
El dictador que frente a la cámara parecía una aceituna
Las películas que vio Franco analiza las estadísticas de apariciones que hizo el dictador en el NO-DO (Noticiero Documental propagandístico franquista). Ramón Saiz de la Hoya, buen amigo de Franco, dijo en una entrevista publicada en 2011 por el diario El País que no era fotogénico porque «no tenía ningún ángulo bueno. No se le podía retratar nunca desde arriba, parecía una aceituna». Por tanto, la participación pública de Franco en el noticiario fue muy limitada durante los primeros años de emisión, aunque aumentó progresivamente en las décadas siguientes. En retrospectiva, apareció mayoritariamente en actos oficiales políticos e institucionales e inauguraciones de obras públicas (162 apariciones y 341, respectivamente).
Caparrós y Crusells también dedican un capítulo entero al número de películas que vio Franco, desglosándolas por géneros y países. Por ejemplo, el 46,22 % (917) de los títulos proyectados en El Pardo fueron estadounidenses, seguidos de 504 españoles y 199 británicos. Sus géneros favoritos fueron la comedia (507), el drama (503) y el policíaco (206), además de, dato curioso, el musical (186).
La investigación histórica
Los investigadores revisan cuáles fueron los filmes prohibidos por el franquismo, dividiéndolos en seis grupos según sus modificaciones a posteriori: escenas eliminadas, diálogos alterados, finales alternativos, transformaciones del título original, mutaciones en los carteles o prohibición total de la película. Aunque en esta última categoría hubo centenares de títulos, solamente dos cintas proyectadas en El Pardo fueron censuradas directamente por Franco: Cristóbal Colón (1949), de David MacDonald, y Viridiana (1961), una de las obras maestras de Luis Buñuel.
El libro culmina con una serie de testimonios de personas que conocían personalmente la cinefilia de Franco y da la pincelada maestra con una descomunal lista de los títulos proyectados en El Pardo, ordenados alfabéticamente. Cientos de imágenes de archivo, gráficos, fotocopias de documentos oficiales y recortes de periódico complementan una obra fundamental para todo cinéfilo que busque conocer la situación del séptimo arte durante la dictadura franquista.
David G. Maciejewski