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LA INVENCIÓN DE HUGO, DE MARTIN SCORSESE: JUGUETES ROTOS

Vayamos a la página de Wikipedia de la filmografía de Martin Scorsese. Allí mismo, entre un oscuro thriller como es Shutter Island y una locura desenfrenada carente de toda inocencia como El lobo de Wall Street se encuentra un filme delicado, bonito y encantador: La invención de Hugo. Es curioso que una película así se encuentre no ya solo entre las otras dos mencionadas, sino acompañando a esa lista provista de historias de gánsteres y violencia que conforma gran parte de la filmografía del cineasta. Cualquiera pensaría que es la oveja negra de la familia. Nada más lejos de la realidad. Y, si lo es, no es un calificativo negativo en absoluto. Ello se debe a la versatilidad del director, que o bien te hace trepidantes historias sin piedad, o bien te deja maravillado y con la lagrimita fuera, como es el caso de la cinta que nos ocupa. Una película fantástica de principio a fin y que injustamente suele ser olvidada cuando se repasan las obras de Scorsese. Por eso hoy escribimos sobre ella, para reivindicarla en la medida de lo posible. Porque La invención de Hugo es un homenaje al séptimo arte tremendo, una cinta que transmite toda esa pasión y amor que todo cinéfilo debería sentir por el celuloide. Todo ello sin dejar de poseer su propio mensaje y hablar de unos personajes que encajan con enorme facilidad en esta carta de amor al cine. Porque todo funciona como el mecanismo de un reloj, y porque probablemente no sea solo cosa de la película, sino que es posible que también tenga mucho que ver el libro que adapta: La invención de Hugo Cabret, de Brian Selznick.

La Invención de Hugo El Palomitrón

 La función de las personas

El mensaje de La invención de Hugo es sencillo: cada uno tenemos un propósito, una función que debemos elegir nosotros mismos y, lo más importante, nos debe hacer felices desempeñarla. De lo contrario corremos el riesgo de ser juguetes rotos. Esto es bastante explícito en la figura del autómata que Hugo encuentra y que funciona como metáfora, tanto de lo que la película nos quiere contar como de los principales personajes. El más obvio es el de George Méliès, el cineasta venido a menos que ahora se encuentra regentando una juguetería tras haber formado parte de un mundo completamente diferente años atrás. Tiene una función, sí (simplemente vender juguetes), pero está hastiado y la mayor parte del tiempo se muestra serio y cascarrabias. No es feliz con lo que hace. Está roto. Y como el autómata que encontró un día el padre de Hugo, el personaje de Méliès deberá ser, metafóricamente, reparado por Hugo. Para ello el joven necesita de herramientas, y el autómata vuelve a ser clave aquí, pues además de todo el paralelismo con Hugo y Méliès, es la herramienta necesaria para «arreglar» al cineasta, para devolverle la ilusión por revivir ese pasado que este prefirió enterrar porque no soportó que terminara.

La Invención de Hugo El PalomitrónDe este modo Hugo arregla el muñeco, y de paso a su creador. Pero el autómata no solo establece un paralelismo con el viejo director, sino que también lo hace, como no podría ser de otro modo, con Hugo, el protagonista de la cinta. Se nos presenta al niño como un huérfano que vagabundea por la estación de trenes, robando la comida que puede y sobreviviendo a las pesquisas del guarda mientras desempeña la función de mantener en hora los relojes del lugar. Pero tiene un pasado trágico, la muerte de su padre, hecho por el cual desde entonces también está «roto»: roto de dolor por no comprender por qué tuvo que sufrir su padre tal aciago destino y por qué se encuentra solo en el mundo. Sin embargo, Hugo mitiga esta soledad con su labor en el mantenimiento de los relojes. Con un propósito, porque los pensamientos de Hugo son los mismos que el mensaje de la película. Una escena que es bastante importante, porque revela lo que el filme quiere contar a través de lo que piensa Hugo sobre la vida, es la conversación que mantiene con Isabelle (el personaje de Chloë Moretz) en el interior de un reloj, a raíz de comentar el propósito que tiene el librero (el de buscar a cada libro un hogar). Hugo le dice que le ponen triste las máquinas rotas, las que no tienen una función, y que quizá le ocurra lo mismo a las personas, quizá le ocurra lo mismo a Méliès… pero también al propio Hugo. Isabelle le pregunta si ese es su propósito en la vida, el de arreglar cosas, a lo que él responde que no lo sabe, pero es bastante obvio que sí. Y esto es tan importante que incluso la principal amenaza del filme es la de despojar a Hugo de esa función. Por eso el «villano» es el guarda de la estación, el que podría encerrar a Hugo en un orfanato y hacer que deje de arreglar cosas. Sin él saberlo (porque en el fondo el personaje de Sacha Baron Cohen es buena gente), podría quitarle a Hugo su propósito en la vida. El único que le queda tras la muerte de su padre. Todo nos conduce a un clímax en el que el bedel por fin se ha hecho con su presa (en este caso Hugo) y parece que todo está perdido. En este momento desesperado, Hugo se abre totalmente y empieza a sollozar y a hablarle a su captor de su tristeza y su soledad, aun sin conocerse de nada… Pero en ese momento el inspector se mira la pierna. ¡Oh! Él también es un juguete roto. Es aquí cuando caemos y se establece la conexión entre estos «enemigos», a pesar de que oímos el rechinar de la pierna del guarda constantemente cada vez que aparece en pantalla. Claro que el guarda entiende a Hugo. Si pone tanto empeño en capturar a los huérfanos (con el buen propósito de buscarles un hogar, en ningún momento este personaje es mala persona) es porque es la única función que puede desempeñar un lisiado en la guerra, porque sin ese propósito no tiene nada. Es alguien igual a Hugo que lo entiende perfectamente. Y para terminar de salvar la situación aparece Méliès, la persona a la que el niño ha arreglado, y «rescata” a Hugo. Destaca ese momento en el que el joven cree que el autómata se ha roto por la caída y el cineasta le responde con un efusivo “¡No! ¡No está roto! ¡Ha funcionado perfectamente!”. Metáforas por doquier.

La Invención de Hugo El Palomitrón

 Hugo y el amor por el cine

Como señalamos, La invención de Hugo no solo trata de personajes buscando un propósito en la vida, sino que también es un homenaje al séptimo arte maravilloso. Es una mezcla que en principio no tendría mucho que ver, pero la verdad es que la relación entre desarrollo de personajes y carta de amor al cine está llevada de la mejor manera posible, consiguiendo emocionar a cualquier aficionado al celuloide. No hay más que ver el mimo con el que están tratadas algunas escenas, como ese precioso momento donde Rene Tabard (Michael Stuhlbarg) le enseña las antiguas películas de Méliès a Mama Jeanne (Helen McCrory) y a los niños. Instantes que tratan de mostrar al cine como lo que es: pura magia, capaz de cautivar a todo tipo de corazones, ya sean viejos o jóvenes. Un arte que se mueve por la pasión y que provoca alegría y risas (la escena de Hugo e Isabelle en el cine, descubriendo ella por primera vez la experiencia de ir a ver una película), así como nostalgia y añoranza (la cara de Mama Jeanne en la escena antes mencionada lo dice todo). A todo ello también ayuda un reparto en el que todos, desde los más novatos (por aquel entonces), como Asa Butterfield, hasta los más veteranos, como Ben Kingsley, hacen un trabajo bastante bueno. Los niños como Butterfield y Moretz añadiendo inocencia y ternura, y los adultos cargando con el pasado que hace a sus personajes como son.

La Invención de Hugo El PalomitrónPor supuesto, una película como esta también tenía que destacar técnicamente, y para eso tenemos la bonita fotografía de Robert Richardson, que se regocija en colores dorados (el color de los relojes), y la banda sonora de Howard Shore, delicada y con mucho encanto parisino, que le viene fenomenal a la historia y es la guinda del pastel. Además, también es destacable su diseño artístico, ya sea en lo que se refiere a vestuario o caracterizaciones de personajes (Kingsley es clavado físicamente a Méliès) como en escenarios y lugares. A todo ello le saca bastante partido Scorsese, que lleva la cinta como la seda y no duda en recrearse con movimientos de cámara dinámicos y enérgicos (ojo a cómo empieza la película) que buscan la novedad y la sorpresa. No por nada en especial, pero la película fue filmada con intenciones de aprovechar al máximo el 3D, quizá en un intento de Scorsese por seguir echando leña a la maquinaria del séptimo arte que quería homenajear aquí. Que la locomotora de las tres dimensiones no fuera por buenas vías ya es otra cosa. Pero eso es lo de menos, y aunque se nota que hay ciertos momentos rodados para aprovechar el formato, La invención de Hugo no está supeditada a este y funciona por sí misma a las mil maravillas. Scorsese es mucho más que Taxi Driver, y La invención de Hugo quizá sea el juguete que la gente cree roto del director, pero como bien dice Méliès en la cinta, no está rota, ni por asomo. Funciona perfectamente.

Alex Rojano

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