EL FIN DE UNA ERA: EL PALOMITRÓN DICE ADIÓS A MAD MEN
A Sterling Cooper Draper Pryce:
Llevo varias horas ante este papel en blanco. Me enciendo un cigarrillo, Lucky Strike por supuesto, y con la primera calada siento el humo llenándome los pulmones y aspiro su aroma: It´s toasted. El cigarro solo no me basta y lleno mi vaso de vuestra sustancia ámbar favorita.
Hace días que los teléfonos no suenan y las máquinas no emiten sonido alguno. Estoy sentada en mi silla de cualquier manera, con la falda arrugada y el pelo revuelto, tiemblo al pensar lo que diría Joan al verme, lo que el resto de las chicas cuchichearían. Pero soy incapaz de pensar en mi aspecto cuando no sé como enfrentarme a la vida ahora.
Me sirvo otro trago. Joan…su pelo color fuego y sus movimientos, al ritmo del swing, del rock o, si hiciese falta, del foxtrot que marcaban sus ejecutivos favoritos. Pero ha sido siempre la envidia de todas por la sensualidad que desprende, por su inteligencia y su asombrosa manera de reponerse y actuar cuando todos los demás están al borde del pánico.
Pero existe otra mujer en la oficina a la que admiro y envidio a partes iguales. Su cuerpo también ha sido motivo de chismes en la oficina, pero no de la misma manera que el de Joan. Todos sabían, y continúan sabiendo, que Peggy Olson es una de las mejores mentes de esta oficina. Draper nunca falla y en ella vio algo que nadie más se molestó en mirar: creatividad, inteligencia y mucha astucia.
Joan y Peggy han conseguido demostrar, en este mundo de hombres, que las mujeres pueden ser sensuales y resueltas, sin tener que arrodillarse en ninguna moqueta, pero también que una mujer puede ser eficaz en su trabajo sin tener que ser una amargada solterona a la que nadie soporta. Esta oficina no sería la que es hoy sin ninguna de ellas. El ruido sordo de los tacones en la moqueta, el siseo de las faldas al corretear de un despacho a otro, ya ni siquiera estos pequeños detalles son lo mismo.
Las mujeres han sido el pilar de esta oficina, sin ellas, no sería más que un barco a la deriva lleno de gente trabajadora y buenas ideas, pero desorganizada y perdida. Los hombres, eficaces en su trabajo, despreocupados de todo lo demás, los reyes del universo que, poco a poco, se rindieron a la evidencia de que hombres y mujeres no son nada si no trabajan en equipo. Peter Campbell y Roger Sterling fueron los primeros en rendirse ante Peggy y Joan, pero no supieron o no quisieron aprender a gestionarlas. Ellos eran los hombres, los trabajadores, los valientes de la guerra y ellas, la perdición por la que serían capaces de todo, aunque no lo fueran a confesar jamás.
Pero por encima de todo, hay una ausencia que se me atraganta y que no consigo disolver en el alcohol. Don Draper, capaz de venderle un coche a un ciego, siempre viendo la oportunidad en la publicidad y con las mujeres. Todas condicionaron su vida: sus esposas, secretarias, amigas y su hija; allá donde va, en cada cosa que hace, puedes oler el aroma a perfume de mujer que deja cada uno de sus pasos. Sin embargo, tras sus ojos casi transparentes, se oculta el mejor producto de Sterling Cooper Draper Pryce: el propio Don Draper. Los secretos, los amigos caídos en el camino, los fracasos…todo lo solucionaba cambiándose su camisa arrugada, sudada o manchada por una nueva camisa blanca, pura y sin nada que esconder.
No quisiera finalizar mi carta sin agradecer a cada uno de ellos el haber compartido sus vidas conmigo, sus éxitos y su intimidad. Suena Caravan de George Jenkis y mientras me retocó el carmín de mis labios Belle Jolie pienso, que la vida no será la misma en Madison Avenue sin ninguno de ellos, pero la vida continúa y cuando esta oficina no se parezca ni un ápice a lo que fue, yo seguiré viendo su silueta, recortada en el sofá, con su traje impoluto, las piernas cruzadas, un brazo estirado en el respaldo y otro en el brazo del sillón, con un lucky humeante entre los dedos. Incluso su sombra será más potente que ningún otro hombre. Siempre será Don Draper, no hay otro nombre. Siempre será Mad Men.
Lorena Rodríguez