CRÍTICA DE NANATSU NO TAIZAI (2T) CAPÍTULOS 11-15
Nanatsu no Taizai: Imashime no Fukkatsu llega al ecuador de la temporada tras haber indagado en el pasado de algunos de los integrantes del elenco protagonista. Aspectos como la antigua vida de Diane en su pueblo natal, la relación entre Meliodas, Liz y el nacimiento de su desbocada ira o la juventud de Ban calaron en el espectador como pinceladas a unos ecos del pasado. Elementos de enorme importancia que enriquecen el trasfondo de los personajes y que, en ningún momento, interfieren en el ritmo de la serie. Un ritmo que sigue in crescendo pese a los cuatro meses de emisión que ya lleva la producción y que el dinamismo de su guion ayuda a consolidar.
Repasa con nosotros la segunda temporada de Nanatsu no Taizai
Meliodas, tras superar la terrible prueba que ponía a prueba su capacidad de control, ha recuperado el enorme poder custodiado por los druidas. King desconfía de su capitán cada vez más, en parte por el temor hacia su poder y su relación con los Diez Mandamientos. Mientras disputan una prueba de entrenamiento, los dos Pecados intercambian palabras al son de los golpes. El hada de aspecto jovial le confiesa que es incapaz de confiar en él debido a ese vínculo con el enemigo, un enemigo que conoce a Meliodas y que —tal y como dejan entrever— luchó junto a ellos en un tiempo pretérito y les traicionó. Tal desconfianza no cesa debido la negativa de éste a querer hablar, a desvelar un pasado tan inhóspito como lejano. Tras este breve desencuentro, el capitán de los Pecados solicita a Merlín la oportunidad de ir hasta la ubicación del enemigo. Ante la sorpresa, diez segundos son los que tiene para realizar tal hazaña. Diez segundos en los que el espectador disfruta de un Meliodas destrozar, literalmente, a Galand. Además de dejar clara su postura ante ellos, si quieren conquistar Britannia será sobre el cadáver de los Seven Deadly Sins.
El sentimiento más puro
Si algo está teniendo esta segunda temporada de Nanatsu no Taizai son reencuentros. El de Diane y Matrona, el de Meliodas y los Diez Mandamientos y alguno que otro protagonizado por Ban. Concretamente el de Zhivago —enorme figura paternal— y, el más enternecedor, el de su amada Elaine. Tras haber conocido su trágico pasado y el vínculo forjado con Zhivago por el encuentro entre ambos en la ponzoñosa ciudad de Ravens, el Pecado de la Codicia se sincera con su padre. El deseo de resucitar a Elaine llevó a Ban a intentar asesinar a Meliodas en el pasado; su mejor amigo y alguien en quien deposita su confianza y lealtad sin un ápice de duda. La tristeza y el profundo dolor de Ban permean en un Zhivago que le insta a reconciliarse con él, a declararle sus más profundos sentimientos. Un último consejo, una última lección. Las últimas palabras de un padre a su hijo, las últimas palabras que preceden el sueño eterno. El plácido descanso a la vera de un ser querido.
Tras varias escenas repletas de nostalgia y sentimentalismo, el plano nos sitúa en la tumba de Zhivago, con Ban y Jericho rindiéndole un último adiós. Sin embargo, los rumores eran ciertos y decenas de difuntos emergen de sus respectivas tumbas atacando a los vivos para saciar la ira y rencor que les sustenta. De este modo el espectador presencia uno de los reencuentros más esperados de la temporada —sino el que más—, el de Ban y Elaine. La difunta hada regresa de entre los muertos bajo un halo de corrupción, sentimientos de ira e inquina hacia la mujer que acompaña a Ban en su periplo, la que disfruta de su presencia, palabras y que, igual que ella, está enamorada del bandido; Jericho.
Elaine se abalanza sobre ella como si encarnara la hoz de la Muerte. Su irremediable ansia de sangre no hace distinción alguna e incluso hiere a Ban, quien intenta proteger a Jericho y hacer entrar en razón a su amada. La visceralidad que impregna la situación se detiene unos instantes al producirse ese apasionado beso entre la pareja, ese contacto que insufla de vida a cualquier amante y que, bajo una dirección de arte y una composición musical magistral, transporta al espectador. Los motivos de su estado se esclarecen cuando Melascula y Galand hacen acto de presencia. Melascula representa el Mandamiento de la Fe y posee la habilidad de manipular las almas y retornar a los difuntos al plano de los vivos insuflados de sentimientos dañinos. Su precepto tiene el poder de reducir a cenizas a aquellos que pierden la fe, a quienes titubeen y pierdan la confianza.
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Las almas de Ban y Elaine son distintas, el amor entre ellos es puro y no entiende de obstáculos, por lo que los efectos del precepto de Melascula no son capaces de erosionar su vínculo. Ban enfunda su bastón sagrado Courechose para enfrentar al dúo de demonios mayores y proteger tanto a Elaine como Jericho. La inmortalidad del Pecado sorprende a un Galand que muestra, una vez más, su impulsividad y egocentrismo. Una actitud que le nubla el juicio y le impide vislumbrar cómo Ban aprovecha sus habilidades para robar la mitad de la fuerza del Mandamiento. La animación se encarga de aumentar las proporciones del físico de Ban, denotando el amasijo de un enorme poder en su interior. El intercambio de golpes y movimientos se antoja lento, pesado, quizás por querer enfatizar sobre esa enorme cuantía de poder. Cuando todo parece estar decantado a favor del Pecado, Melascula entra en acción para extraer su alma y, como si se tratara de un exótico manjar, digerirla.
Pero, dos sucesos son los que sorprenden tanto a la Fe como al espectador. Por una parte, Galand salta vertiginosamente para agarrar el alma y devorarla en un mísero instante. Por otro, el último acto de bondad de un padre hacia su hijo, el acto que redime el pasado de Zhivago como figura paternal de Ban. El cruce de sus dos almas se realiza a través de planos azulados, con cierto aire celestial; palabras de esperanza y lágrimas al unísono por un último sacrificio, un legado. Galand no devora el alma de Ban, sino la de Zhivago. El Pecado agota sus últimas gotas de vitalidad para asestar un golpe capaz de mermar al enemigo y cargar con Elaine y Jericho para huir de la batalla. Una huida que termina en una peculiar taberna sumida en el interior de una montaña. Su dueño, un enclenque señor con gafas y una enorme hacha como objeto de decoración del lugar. Un hombre que parece conocer a Ban.
La presentación es breve y concisa. El hombre de aspecto endeble y actitud temerosa resulta ser Escanor, el último de los Pecados Capitales que faltaba por aparecer. Galand y Melascula irrumpen en la taberna siguiendo el rastro de Ban y compañía, quienes se ocultan en la cámara del almacén. El hedor no engaña y los Mandamientos son conscientes que su enemigo se encuentra ahí y el tabernero les cobija. Sin embargo, deciden aliviar tensiones y 3000 años de abstinencia echando mano de los licores más selectos del lugar. Una sucesión de escenas de tintes humorísticos que la dirección ha aprovechado para mostrar otro lado de estos villanos. Y, también, para llegar al clímax de esta tanda de episodios, la auténtica presentación de Escanor, el Pecado del Orgullo. La luz de la luna se marchita para dejar paso a la tenue luz del sol, una luz que resulta ser la fuente de poder del último Pecado. Un poder que endurece y transforma su fisonomía y cuyo nivel excede el del mismísimo Meliodas.
El león del Orgullo y el majestuoso poder del sol
Blandiendo el hacha que reposaba en la pared de la taberna, Escanor se alza como un súper hombre, como aquel que se encuentra en el pináculo del poder. Tal es la magnitud del mismo que incluso Galand cae presa de su propio precepto y queda petrificado al intentar huir del combate y mentirse a sí mismo. Por su parte, Melascula es presa de las llamas al intentar engullir su alma. Las brasas de un poder proveniente del sol incineran su cuerpo y le arrojan al vacío. Dos demonios mayores, dos de los abominables Diez Mandamientos caen en cuestión de segundos ante la fuerza hercúlea de Escanor. Un hombre que, por el momento, se ha propuesto él solo romper las escalas de poder de la serie.
La trama vuelve a deslocalizarse para mostrar a Diane, quien tras ser rescatada por Matrona convive con ella y su pequeña familia. Matrona ya no es la mujer guerrera de antaño, ahora su vida es puro sosiego y calidez con los suyos. Insta a Diane a dejar de luchar, de blandir cualquier arma o enseñar los puños. El espectador puede vislumbrar el lado más natural de ambas gigantas gracias a una peculiar danza que representa la sintonía y unión con el ambiente. Momentos de paz que finalizan con el ataque de un demonio azul a los hijos adoptivos de Matrona, quien no duda un instante en exterminar al enemigo y clamar venganza. El destino que depara a Matrona y Diane aguarda en el torneo de Vayzel, una trampa planeada por otros de los Mandamientos que supondrá la unión casi total de los Pecados Capitales.
Estos últimos capítulos de The Seven Deadly Sins han contado con algunos de los mejores momentos de la temporada. Personajes como Zhivago, el reencuentro entre Ban y Elaine o el fantástico clímax con la estelar aparición de Escanor son una clara prueba de ello. Como decíamos al comienzo el ritmo sigue siendo altísimo, sin adolecer de altibajos tanto a nivel de trama como de guion. La separación de los Pecados parece que está a punto de extinguirse. El torneo de Vayzel se postula como un nuevo escenario de reunión y tensión. Tal vez durante la travesía hacia el mismo el espectador tenga más detalles acerca de la última e inesperada revelación. Las palabras de Dreyfus acerca de Gowther y su condición de extinto Mandamiento.
Edu Allepuz
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