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CRÍTICA: LOS CABALLOS DE DIOS

 

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La relación entre la realidad y el cine suponen, con toda seguridad, uno de los matrimonios culturales más estables y duraderos, de los que se pueden desprender una enorme cantidad de elementos que hagan relacionar al público lo que no conocen de cerca con lo que están viendo en una sala de cine. Si este idilio resulta altamente fructífero no es por la fidelidad del retrato de unos hechos concretos, ni por la disposición argumental a seguir cada acontecimiento de forma totalmente verídica, sino por el acercamiento de aquellos que, con mucha probabilidad, no llegarán jamás a conocer qué se esconde detrás de un suceso que marca de forma permanente la vida cotidiana de una comunidad. Es, probablemente, una de las virtudes que han de ser destacadas de un vínculo que ha supuesto la creación de documentos cinematográficos que, por supuesto, tiene la inherente intención básica del entretenimiento pero que van más allá debido a un propósito puramente explicativo de actos que llevan a la necesidad de saber qué hay tras ellos y cuáles son las motivaciones propias de aquellos que los llevan a cabo.

 

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LOS CABALLOS DE DIOS, dirigida por NABIL AYOUCH, no es sólo un largometraje que cuente una historia dramática, sino que su carga simbólica hace de esta una cinta prácticamente obligada para aquellos que se vean en la necesidad de conocer más, de entender qué se oculta detrás de unos sucesos que, desgraciadamente, siguen produciéndose prácticamente cada día. Y, sin embargo, no sólo se trata de eso. La mayor de sus virtudes es el acercamiento a una realidad que para muchos es incognoscible, que para la mayoría resulta lejana y sin sentido alguno. De este modo, LOS CABALLOS DE DIOS no supone únicamente la contextualización de unos hechos, sino la profundización en éstos. La división de lo que acontece en pantalla resulta, incluso, necesaria para comprender cómo la miseria y las ganas de escapar de una realidad inevitable pueden convertir en mártires a quiénes no tienen nada que perder.

Pero va más allá. No se trata únicamente de una película que centre la atención del espectador en el terrorismo islámico. Se trata, sobre todo, de un largometraje que cuenta la historia de cuatro niños, de cómo es su vida en un barrio marginal en el que la esperanza queda anulada por una cruda y cruel realidad que les obliga a comprender demasiado jóvenes que no hay más para ellos que lo que tienen a su alrededor. El retrato que de ellos se hace, la evolución de los personajes durante todo el metraje y la forma de encajar unas piezas que parecen destinadas a no ensamblarse supone, probablemente, el acierto más destacado de LOS CABALLOS DE DIOS.

 

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La dureza con la que las imágenes se tratan no deja escapar al público de pasar algún que otro mal rato contemplando las penurias y la insuficiencia que viven los protagonistas de este largometraje. Sin embargo, estas ganas de apartar la mirada de la pantalla en contadas ocasiones compensan debido a la fuerza con la que se explica la forma de convertir a jóvenes en personas listas para sacrificar su vida por un ideal religioso. El crecimiento exponencial al que se ve sometida la historia desde el inicio de la película supone uno de los grandes aciertos que conforman la cinta. La forma de acoplar elementos cinematográficos que resultan brillantes con una historia que apenas deja tiempo para tomar aire supone la creación de una fórmula que, a pesar de parecer demasiado común por la cronología exacta que dirige la película, aporta quizá un modo distinto de situar al espectador en el contexto de un hecho que resulta totalmente verídico.

LOS CABALLOS DE DIOS no ofrece realmente una novedad en cuanto al tratamiento de las imágenes que la conforman, pero sí en cuanto a valentía en la narración y la intención crítica de unos actos que cada vez con más frecuencia aparecen en los medios de comunicación. Y no sólo eso. Su objetivo principal nace de la necesidad de narrar a otros una realidad, de transmitir un mensaje que no tiene la pretensión de remover la conciencia del espectador pero sí la de acercarle a un mundo totalmente desconocido para muchos.

 

 

LO MEJOR:

  • La narración sin ningún tipo de pudor.
  • La banda sonora que enmarca las imágenes.
  • El reparto de la primera parte de la película.

LO PEOR:

  • La falta de coherencia entre los personajes de la primera parte y de la segunda.
  • La rapidez con la que se tratan algunos temas que resultan relevantes para la historia.

 

 

Sheyla López

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