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CONDENADOS A VIVIR: UN REIVINDICABLE WESTERN IBÉRICO DE LOS 70

Quizá de niño, en alguno de esos reestrenos de programa doble del cine de barrio de mi ciudad, viera Condenados a vivir, el western ibérico dirigido en el 72 por Joaquín Luis Romero Marchent, pero mi memoria cinéfila no lo registra. Me suena el cartel español y, sin embargo, no guardo ningún otro recuerdo. Vi demasiados filmes del género y las producciones hispanoitalianas eran muy parecidas, salvo en los casos de los Sergios: Leone, Corbucci y Sollima. Esta vez me puso sobre la pista un amigo: me dijo que era una película que Quentin Tarantino admiraba, y yo sigo las huellas de cualquier cosa relacionada con el director de Reservoir Dogs. Como veremos más adelante, el largometraje psicotrónico de Romero Marchent le inspiró parte de The Hateful Eight

Comercializada en Estados Unidos con el título Cut-Throats Nine, la copia que yo he visto es rica en imágenes congeladas y está doblada al español (pero también la rodaron en ese idioma), con insertos imagino que antaño censurados donde sólo hablan en inglés, con saltos de eje y a veces fallos de sonido. Condenados a vivir es una de esas producciones baratas que, por eso mismo, parecen malas pero en realidad son buenas. Cine de explotación sin pretensiones: bien contado y con destino a entretener al espectador ávido de hemoglobina, peligros, venganzas y traiciones.

Fue rodada en exteriores de los alrededores de Huesca, salvo algunas escenas en dos cabañas. La sangre de los heridos y de los muertos parece una mixtura de salsa de tomate y tinta roja. En el reparto no hay ninguna estrella. El protagonista, Claudio Undari (que aquí firma como Robert Hundar), curtido en numerosos westerns y filmes de aventuras, es el actor más endeble del conjunto, superado ampliamente por el trabajo de secundarios españoles de culto como Manuel Tejada, Rafael Hernández, Antonio Iranzo, Alberto Dalbés, Ricardo Díaz y una joven Emma Cohen. El doblaje incluso se agradece porque reúne a las voces habituales de los westerns de Sergio Leone.

9 contra La Muerte

La película comienza mostrándonos el interior de una diligencia que atraviesa un paisaje nevado. El narrador, el sargento Brown (Undari/Hundar), nos presenta a los integrantes del transporte: son los peores convictos de la región. Condenados a cadena perpetua, los trasladan desde una mina de oro hasta un fuerte (como en una versión del oeste de Con Air). El narrador es el encargado de vigilarlos y velar porque lleguen a su destino. Le acompaña su hija (Emma Cohen). Brown sospecha que uno de esos presos mató a su mujer y quiere averiguar quién fue el responsable, lo que introduce la película en el género que ahora llaman “whodunit” o “¿quién lo hizo?”, en plan Agatha Christie.

Cuando unos bandidos asaltan la diligencia y matan a los soldados que la custodian (menos a Brown), éste tendrá que arreglárselas para llevarlos a su destino, a unas 400 millas, sujetos por una cadena kilométrica con grilletes. El sargento, su hija y los convictos suman 9 (de ahí el título inglés: Cut-Throats Nine). Tendrán que enfrentarse a los rigores de la nieve y del camino y, sobre todo, a la amenaza que suponen unos para otros.

Condenados a vivir es, así, un cruce de géneros: el western, la trama policíaca y el terror en esas escenas más propias de un slasher que de una peli del oeste (con cabezas quemadas por el fuego, cuchillos sacando tripas y planos de caras destrozadas). No nos sorprende que a Tarantino le guste. De ella ha sacado abundantes temas e ideas para Los odiosos ocho: el grupo formado por varios hombres y una mujer, la crudeza de las escenas violentas, el paisaje nevado entre las montañas, el inicio con la diligencia, los ratos de tensión en la cabaña, el modo en que van muriendo sus integrantes, la indumentaria de algunos personajes… Pero, allá donde había un filme modesto, barato y truculento, Tarantino recoge ese material y lo convierte en una de sus obras maestras. Ambos westerns coinciden también en su pesimismo: los personajes saben que La Muerte les acecha, que es cuestión de tiempo que caiga sobre ellos, y que del azar depende si podrán salvar el pellejo.

En suma, estamos ante una película muy reivindicable, de culto en Estados Unidos, que desprende una atmósfera turbia y de mal agüero, donde los personajes se intuyen destinados a morir pronto, casi como si estuviéramos leyendo el tremendismo de La familia de Pascual Duarte de Cela. El director de fotografía, por cierto, era Luis Cuadrado, que nació en mi tierra, en la provincia de Zamora. Cuadrado trabajó con algunos de los cineastas más grandes del cine español. Cuando murió aún no había cumplido los 50 años y sufría una ceguera total.

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